Capítulo V

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Perspectiva de Helaena

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Perspectiva de Helaena.

Dentro de la torre más alta en King's Landing, en los aposentos de la princesa Helaena Targaryen, todo estaba en silencio.

La joven princesa se sentaba junto a su escritorio, la tenue luz de las velas iluminaba su delicado rostro mientras su pluma deslizaba suavemente sobre el pergamino. Cada palabra que escribía era una confesión, un destello de lo que sentía en lo más profundo de su ser, oculto bajo el deber y las expectativas de ser una Targaryen.

Con cada trazo, Helaena derramaba en su carta a Luciarys Targaryen los sentimientos que ni siquiera había podido admitir en voz alta. Había algo en la joven princesa, una conexión que había crecido silenciosamente durante su paseo por la playa en Driftmark.

Luciarys, con su espíritu valiente y su sonrisa llena de dulzura, había despertado en Helaena algo que nunca había sentido antes. Y ahora, sus palabras, escritas en secreto, eran su única forma de expresar lo que su corazón no se atrevía a decir en público.

"Mi querida Luciarys,Desde que nuestras manos rozaron el agua en la orilla, mis pensamientos han estado contigo. Hay algo en ti que me da paz, algo que no he encontrado aquí, en este lugar lleno de sombras y secretos. Ojalá el mundo fuera distinto, y ojalá nuestras familias no estuvieran enfrentadas. Pero en los momentos que compartimos, siento que no hay disputas ni conflictos, solo tú y yo, compartiendo un momento en el que todo parece estar bien.

Con afecto,
Helaena."

Helaena dejó caer la pluma suavemente sobre la mesa y se reclinó en su silla, leyendo de nuevo las palabras que había escrito. Un leve suspiro escapó de sus labios mientras doblaba la carta cuidadosamente, sellándola con el escudo de King's Landing.

Antes de que pudiera colocarla en su baúl, la puerta de sus aposentos se abrió de golpe, interrumpiendo el silencio. El sonido de pasos torpes y arrastrados precedió la entrada de Aegon II, su hermano y prometido. Sus movimientos descoordinados y el fuerte olor a vino dejaron claro que había estado bebiendo más de lo habitual. Su rostro estaba enrojecido y su cabello desordenado, una imagen muy distante del príncipe destinado al trono.

—Helaena... —Aegon balbuceó, su voz era gruesa y arrastrada por el alcohol-. ¿Qué haces aquí, sola? ¿Escribiendo más cartas inútiles?

Helaena guardó la carta rápidamente, sus ojos evitando la mirada borracha de su hermano.

—Nada de lo que te interese, Aegon —respondió con calma, aunque su tono reflejaba el hastío que siempre sentía al tener que interactuar con él en esos estados.

Aegon se acercó tambaleándose, dejando caer su peso sobre la mesa de su hermana, su mirada turbia recorriendo los objetos del escritorio hasta detenerse en la pluma aún mojada de tinta.

—Helaena... ¿Realmente quieres esto? —preguntó, sus palabras casi un susurro, aunque cargadas de una angustia que rara vez mostraba-. ¿Este compromiso? ¿Ser mi esposa? Porque si no lo quieres, dímelo ahora... Podríamos... Podríamos acabar con esto.

Helaena lo miró en silencio durante unos segundos. Sabía que la pregunta no venía de un lugar de cariño o consideración, sino del desdén que Aegon sentía por todo lo que no podía controlar. Ella había aceptado este destino, no porque lo deseara, sino porque siempre le habían dicho que era su deber.

La reina Alicent, su madre, había sido clara desde el principio: Los lazos familiares son lo que mantienen a la dinastía Targaryen unida, y como hija de esa dinastía, no puedes elegir.

Helaena apartó la mirada, su voz contenida pero firme.—Mi madre siempre me ha dicho que este es el destino que debo aceptar. Y, como ella me enseñó, digo que sí —respondió con una resignación tranquila, pero en su interior sabía que cada palabra era una mentira.

No quería este compromiso, no quería ser la esposa de Aegon. Pero no había lugar para los deseos de una princesa en el gran juego de tronos.

Aegon soltó una risa amarga, enderezándose mientras se tambaleaba ligeramente.

—Claro, madre lo arregló todo, como siempre. No importa lo que nosotros queramos, ¿verdad? —dijo, con una mezcla de desprecio y tristeza en su tono—. Sólo somos piezas en su maldito tablero.

Helaena lo miró con frialdad. Aegon, a pesar de su desprecio por la situación, nunca había tenido el coraje de oponerse realmente a su madre, y eso la irritaba. Sabía que su futuro estaba encadenado al de él, y cada día deseaba más que pudiera encontrar una salida, una manera de liberarse de esas cadenas.

—¿Acaso crees que no lo sé? —le respondió ella, su voz apenas un susurro cargado de dolor—. ¿Crees que no entiendo lo que somos para ellos? Pero no importa lo que queramos, Aegon.

No importa lo que yo quiera.Aegon permaneció en silencio por un momento, sus ojos azules perdidos en el vacío mientras asimilaba las palabras de su hermana.

Luego, sin decir más, dio un paso atrás, tambaleándose hacia la puerta.

—Supongo que entonces seguiremos siendo sus piezas... hasta que uno de nosotros se rompa —murmuró antes de salir del aposento, cerrando la puerta de golpe tras de sí.

Helaena se quedó en silencio, sola una vez más, pero ahora con un peso aún mayor sobre sus hombros. Se levantó de la silla y caminó lentamente hacia la ventana, donde la brisa fresca de la noche la envolvió.

Mientras sus pensamientos vagaban, recordó a Luciarys, la única persona que le había mostrado algo de calidez en medio de toda esa frialdad.El susurro del mar le llegó desde las costas lejanas, y por un breve momento, Helaena se permitió imaginar un mundo diferente.

Un mundo donde ella y Luciarys pudieran caminar por la playa, libres de las cadenas del deber, libres de las sombras de sus familias.Pero ese mundo no existía. No en el destino que les había sido impuesto.Con un suspiro, Helaena volvió a su escritorio y guardó la carta en su baúl.

Quizás, algún día, podría ser realidad. Pero por ahora, enviará esta carta a su querida Luciarys.

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༄𝐋𝐔𝐂𝐈𝐀𝐑𝐘𝐒 𝐓𝐀𝐑𝐆𝐀𝐑𝐘𝐄𝐍༄ 𝐻𝑂𝑇𝐷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora