Mientras tanto en el castillo de Dragonstone, esa misma noche, en la penumbra de un salón iluminado por antorchas, Baela y Jacaerys compartían una charla, sus voces bajando al nivel de susurros por la calma de la noche. Jace se inclinó hacia adelante con un atisbo de ilusión en sus ojos y comentó, casi como un secreto compartido:
—Espero con ansias la llegada del bebé de mi Luciary. Será un día de celebración para todos.
Baela esbozó una sonrisa, aunque con una sombra de preocupación en sus ojos. Tomó un instante, mirándolo con cierto recelo antes de responder con delicadeza:
—Yo también, Jace, pero… —vaciló, sus palabras cautelosas— me preocupa que pueda volver a perderlo.
Jacaerys entrecerró los ojos, captando el tono de duda en la voz de Baela.
—¿Qué quieres decir? —preguntó con seriedad—. ¿Por qué perdería al bebé otra vez?
Baela dudó un segundo, pero finalmente exhaló, comprendiendo que ya no podía contener la verdad.
—Esta mañana… tu madre envío a Luciarys partir a Valle para negociar con Lady Arryn, —admitió Baela, su tono marcadamente serio—. No fue solo para tratar con ella, sino también para acompañar a los pequeños.
El rostro de Jacaerys se endureció, y en sus ojos se reflejaba una mezcla de confusión y una indignación creciente.
—¿Qué? —repitió, cada sílaba cargada de incredulidad—. ¿Mi madre realmente permitió que Luciarys viajara hasta Valle, considerando… lo que sucedió en el Norte con su último embarazo?
Sin esperar respuesta, Jacaerys se levantó de golpe, con una expresión sombría. Dio un paso hacia la salida, cada pisada firme resonando en el salón de piedra. Baela lo observó con creciente preocupación, mordiéndose el labio, consciente de que su confesión había encendido una tormenta en el corazón de Jace.
—Jace, espera… no quise…
Pero él ya estaba fuera del salón, dejando a Baela sola en la penumbra, sintiendo el peso de sus palabras y el posible conflicto que había desatado.
En la calma de la noche en el castillo de Valle, Luciarys caminaba en silencio por los pasillos en su bata de lino blanca, sus pies avanzando con cuidado hacia una puerta que abrió con suavidad, dejando ver la habitación donde dormían los príncipes Aegon III y Viserys II. En sus camas de madera, cubiertas con sábanas blancas y detalles en azul de la Casa Arryn, los niños descansaban profundamente, la inocencia de sus rostros un contraste conmovedor con la complejidad de su mundo.
Luciarys se acercó primero a Viserys II, su mirada suave y protectora. Agachándose, le dio un dulce beso en la mejilla y acarició su cabello plateado, una pequeña sonrisa melancólica apareciendo en sus labios. Su mano, delicada y temblorosa, se llenó de nostalgia mientras tocaba las finas hebras plateadas de su cabecita, reviviendo pensamientos de lo que ella misma había perdido.
Después, se dirigió a Aegon III, que dormía plácidamente. Lentamente, se arrodilló a su lado, sus dedos recorriendo con ternura el cabello del niño. En voz baja y temblorosa, murmuró:
—Sé que vuestra madre no está aquí... pero les prometo que todo va a mejorar. Mientras yo viva nunca se sentirán solos.
La voz de Luciarys temblaba, cargada de una promesa que debía cumplir. Sus palabras, suaves como el susurro de una madre, parecieron alcanzar al pequeño Aegon, que inconscientemente sonrió, su respiración profunda y tranquila. Luciarys sintió entonces una ola de ternura que no pudo contener; un par de lágrimas silenciosas brotaron de sus ojos y cayeron, mientras una sensación de pena y responsabilidad se aferraba a su corazón.
Conmovida, empezó a tararear una vieja melodía valyria, una canción sobre el amor eterno de una madre por sus hijos, su voz apenas un murmullo en la penumbra. La canción era suave, cargada de amor y añoranza, envolviendo a los príncipes en una promesa intangible. Los pequeños, aún en su sueño, parecieron escucharla, y la paz en sus rostros fue un bálsamo para el dolor de Luciarys.
Ella permaneció a su lado un largo rato, acariciando su cabello y susurrándoles con dulzura, como si al hacerlo pudiera de alguna forma aliviar el peso que cargaban. Las luces de las antorchas proyectaban sombras suaves en la habitación, y en ese instante, Luciarys sintió una conexión profunda con estos niños que estaban, al igual que ella, atrapados en un mundo de intrigas, de reinos divididos y luchas por el poder.
Finalmente, se puso de pie, aún observándolos con tristeza. No podía apartarse de esa escena, pero comprendía que debía dejarlos descansar y enfrentarse al nuevo día con fuerzas renovadas.
ESTÁS LEYENDO
༄𝐋𝐔𝐂𝐈𝐀𝐑𝐘𝐒 𝐓𝐀𝐑𝐆𝐀𝐑𝐘𝐄𝐍༄ 𝐻𝑂𝑇𝐷
Bilim KurguLuciarys Targaryen, hija de Daemon Targaryen y Lady Rhea Royce, quien regresa inesperadamente a Rocadragón tras 16 años de ausencia. Su llegada coincide con el funeral de Laena Velaryon, segunda esposa de su padre, lo que llena de sorpresa y tensión...