Luciarys yacía inconsciente en la cama de sus aposentos, su rostro pálido contrastando con la sangre seca que manchaba su mejilla izquierda. El maestre, con manos curtidas por los años, trabajaba con precisión al coser la herida que la joven princesa había recibido, la aguja entrando y saliendo de su piel con un ritmo metódico. Las doncellas, a su alrededor, rezaban en voz baja, sus plegarias eran como un murmullo constante que llenaba la habitación con una sensación de desesperanza y temor. La nieve seguía cayendo en el exterior, y la luz del atardecer apenas lograba filtrarse a través de las gruesas cortinas de los aposentos.
Lord Bennard Stark, con la mirada sombría, se encontraba en un rincón de la habitación discutiendo en voz baja con otro lord que había acudido rápidamente al enterarse del accidente de la princesa. La preocupación se reflejaba en sus palabras mientras debatían sobre qué hacer. -No podemos esperar mucho más, Bennard. La noticia debe llegar a su familia, es nuestro deber. Debemos enviar un cuervo, cuanto antes.-
-No lo entiendes,- respondió Bennard en un susurro, su mirada fija en el rostro adormilado de Luciarys. -No podemos actuar sin su consentimiento. Es Luciarys Taragaryen, La Dragona de Hielo... no podemos tomar decisiones por ella. Esto... esto es algo que debe decidir por sí misma, a demostrado su fuerza y valentía en el Norte.-
En ese momento, Luciarys comenzó a moverse, y un pequeño gemido de dolor escapó de sus labios agrietados. El maestre se inclinó hacia ella, sosteniéndole la muñeca para verificar su pulso mientras las doncellas contenían la respiración. Los párpados de Luciarys temblaron y finalmente se abrieron, revelando unos ojos llenos de confusión y angustia. Su voz, quebrada y débil, apenas fue un susurro cuando preguntó, -¿Y el bebé...? ¿Mi bebé está...?-
El silencio que siguió fue abrumador. El maestre intercambió una mirada con Lord Bennard antes de bajar la cabeza, incapaz de decirle las palabras que sabía destrozarían su corazón. -Lo siento, mi señora... El golpe fue demasiado para su bebé. Lo ha perdido.-
La realidad de esas palabras la golpeó con una fuerza brutal, más dolorosa que cualquier herida física que hubiese recibido. Un grito ahogado escapó de sus labios y sus manos volaron hacia su vientre, como si pudiese proteger lo que ya no estaba allí. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, ardientes y sin control, y Luciarys, en un arrebato de desesperación, dejó escapar un alarido que hizo que todas las doncellas se estremecieran.
-¡Fuera!- gritó con una fuerza que no pensaba que aún poseía. -¡Todos fuera!-
Nadie se atrevió a desobedecerla. El maestre, las doncellas, y el propio Lord Bennard retrocedieron, abandonando la habitación en un silencio sepulcral. Una vez que la puerta se cerró tras ellos, Luciarys se dejó caer de espaldas en la cama, sollozando en soledad, con el corazón destrozado. -Lo siento, mi pequeño,- susurró entre lágrimas, acariciando su vientre vacío, -Lo siento tanto...-
El tiempo pasó de manera difusa. Minutos, tal vez horas, hasta que un rugido, potente y desgarrador, sacudió la estructura del castillo. Luciarys se sentó de golpe, su corazón latiendo frenéticamente mientras reconocía ese rugido. Era su dragona. Estaba afuera, llamándola, exigiendo a su jinete.
Con esfuerzo, Luciarys se levantó, tambaleándose hasta la ventana. El frío del cristal contra sus manos apenas registró en su mente mientras miraba hacia la silueta imponente en el patio exterior. El dragón blanco agitaba sus alas, lanzando un rugido que hizo vibrar los vidrios, como si el mundo mismo respondiera a su llamada.
-Eirax...- susurró, y en ese instante, la dragona lanzó un rugido aún más fuerte, uno que pareció resonar en las mismas entrañas de Winterfell. Los vidrios vibraron, amenazando con romperse, y Luciarys sintió como si una corriente de energía la atravesara, un vínculo indescriptible y poderoso que la unía a su dragona. Sabía, en lo más profundo de su ser, que Eirax había aceptado ese nombre, que ahora eran una, unidas por un destino marcado por fuego y hielo.
Al caer la noche, Luciarys se obligó a ponerse de pie. El dolor físico era insoportable, pero la herida en su alma la empujaba a seguir adelante. A paso lento, con el cuerpo aún débil, llegó al gran salón donde Bennard Stark cenaba, Luciarys con su gran abrigo de piel de lobo blanco en sus hombros, que le habían regalado el pueblo de Winterfell por su perdida. La estancia estaba iluminada por el resplandor de la chimenea, y el aroma de los platos servidos flotaba en el aire. Lord Stark levantó la vista al verla, su rostro endurecido por la preocupación, pero antes de que pudiera decir algo, Luciarys levantó una mano, indicándole que no hablara.
Con un gesto elegante pero cansado, se sentó a su lado derecho. Bennard hizo una señal y un copero se apresuró a servirle una copa de vino. Luciarys lo tomó, sintiendo el calor del líquido deslizarse por su garganta y permitiendo que la calidez la envolviera, aunque fuera por un momento.
-Ya envié un cuervo a la Reina Rhaenyra,- dijo finalmente, su voz era un susurro roto, pero sus palabras no dejaban espacio para dudas. Bennard Stark asintió en silencio, su mirada buscando alguna señal en el rostro de la joven princesa, pero lo que encontró fue una máscara de dolor y fortaleza.
-¿Y que hará, princesa?- preguntó, la preocupación evidente en su tono.
-Quiero regresar a casa,- respondió Luciarys, su voz quebrándose. -Necesito estar con mi familia... y decirle a Jacaerys lo que ha ocurrido. Le debo eso.- Sus ojos se llenaron de lágrimas que ella se negó a dejar caer, apretando la mandíbula mientras acariciaba su vientre con la mano libre, como si aún pudiese sentir la vida que había perdido.
Lord Bennard Stark observó ese gesto con una mezcla de compasión y tristeza. -¿Cómo te sientes, después de esta desafortunada perdida?-
Luciarys no respondió de inmediato. En su lugar, tomó un pedazo de cerdo asado y lo colocó en su plato. Masticó lentamente, como si el simple acto de comer requiriera toda su energía. Finalmente, levantó la mirada hacia él, sus ojos oscuros y llenos de una tristeza insondable. -Quiero que esta última noche sea tranquila, milord.- dijo, su voz apenas un susurro, -Que cenemos en paz.-
Lord Stark la observó por un momento, como si quisiera decir algo más, pero finalmente asintió. -Como desees, princesa.-
Y así, cenaron en silencio, la gran sala llena de una melancolía que parecía hundir el alma de Luciarys. Pero en ese silencio, en esa oscuridad, una llama ardía en su interior. Sabía que, a pesar de la pérdida, a pesar del dolor, debía seguir adelante. Porque aún quedaba fuego en su corazón, y la voluntad de Eirax rugía junto a ella, dándole la fuerza para continuar.
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༄𝐋𝐔𝐂𝐈𝐀𝐑𝐘𝐒 𝐓𝐀𝐑𝐆𝐀𝐑𝐘𝐄𝐍༄ 𝐻𝑂𝑇𝐷
Khoa học viễn tưởngLuciarys Targaryen, hija de Daemon Targaryen y Lady Rhea Royce, quien regresa inesperadamente a Rocadragón tras 16 años de ausencia. Su llegada coincide con el funeral de Laena Velaryon, segunda esposa de su padre, lo que llena de sorpresa y tensión...