♔︎ 𝐔𝐧𝐢𝐨𝐧 𝐘 𝐃𝐞𝐛𝐞𝐫 ♔︎

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La luz del amanecer bañaba los muros de la fortaleza con un brillo dorado que apenas lograba suavizar el aire cargado de duelo que había perdurado durante semanas

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La luz del amanecer bañaba los muros de la fortaleza con un brillo dorado que apenas lograba suavizar el aire cargado de duelo que había perdurado durante semanas. Los estandartes de la casa Targaryen ondeaban con el viento, el dragón tricéfalo negro sobre fondo rojo era un símbolo tanto de poder como de la tragedia reciente. En medio de ese escenario, la ceremonia de boda de Luciarys y Jacaerys Velaryon iba a celebrarse en un momento que mezclaba dolor y esperanza.

Luciarys se encontraba frente al altar improvisado en la terraza principal del castillo. Su vestido de seda real, beige y radiante, parecía casi sobrenatural en contraste con su cabello plateado, que llevaba recogido de forma simple pero elegante. El sol iluminaba su rostro y, a pesar de la tristeza que empañaba sus ojos, se mantenía erguida, orgullosa, como una verdadera descendiente de dragones. Jacaerys, a su lado, portaba un traje de caballero negro con detalles rojos, la misma que había llevado en sus misiones recientes. Su semblante era serio, pero al mirarla, una leve suavidad afloraba en su expresión, como si por un momento lograra escapar del peso de la responsabilidad y del dolor.

El maestre comenzó a recitar las palabras sagradas que sellarían su unión, su voz firme aunque afectada por la tragedia que había envuelto a la familia en los últimos días. Cada palabra era un recordatorio de la carga que ambos jóvenes llevarían sobre sus hombros: no solo el peso de la guerra que se avecinaba, sino también el de mantener viva la llama de su linaje en un mundo cada vez más oscuro.

Al concluir, Jacaerys se inclinó hacia Luciarys, y en un gesto cargado de significado, la besó. Fue un beso suave, pero lleno de promesas, un pacto silencioso entre dos almas que sabían que sus caminos estaban irremediablemente entrelazados, para bien o para mal. Detrás de ellos, una hoguera ardía lentamente, consumiendo las pocas pertenencias que Lucerys había dejado atrás, la última despedida a un príncipe que había perdido su vida demasiado pronto.

Rhaenyra, la madre de Jacaerys y Lucerys, observaba la ceremonia con una mezcla de tristeza y orgullo. Sus ojos estaban enrojecidos, y su rostro, pálido y marcado por el dolor, revelaba las noches sin dormir y el sufrimiento por la pérdida de su hijo menor. Sin embargo, al ver a su primogénito casarse, una chispa de esperanza volvió a encenderse en su interior. Sabía que la unión de Jacaerys y Luciarys era más que un acto político; era una reafirmación de la fuerza y resiliencia que la casa Targaryen había demostrado durante generaciones. Aún así, había una parte de su corazón que seguía rota, incapaz de curarse por completo.

Daemon, en cambio, permanecía a cierta distancia, sus ojos fijos en la joven pareja, pero sus pensamientos ya estaban muy lejos, enfocados en la venganza que había planeado meticulosamente. Observaba cómo Luciarys y Jacaerys intercambiaban sus votos, pero en su mente, la imagen de Aemond Targaryen, su arrogancia y la sangre derramada de Lucerys, era lo único que ocupaba su atención.

 Observaba cómo Luciarys y Jacaerys intercambiaban sus votos, pero en su mente, la imagen de Aemond Targaryen, su arrogancia y la sangre derramada de Lucerys, era lo único que ocupaba su atención

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Después de la ceremonia, la familia y los lores se dirigieron al gran salón de Rocadragón, donde los mapas y pergaminos de batalla cubrían la mesa del consejo. Los lores murmuraban estrategias y discutían las posiciones de sus enemigos, tratando de encontrar una ventaja en la guerra que se avecinaba. Luciarys permanecía en silencio, observando el caótico ir y venir de los consejeros, el brillo del fuego reflejándose en su mirada pensativa. Jacaerys, que se había mantenido al margen durante los primeros momentos de la reunión, la observó atentamente, y finalmente, sin decir palabra, tomó su mano.

-Ven -murmuró con suavidad, y aunque su tono fue gentil, había un toque de urgencia en su voz.

Luciarys asintió, permitiendo que la guiara por los pasillos de la fortaleza. La piedra fría y oscura de Rocadragón parecía absorber el sonido de sus pasos mientras avanzaban, hasta que finalmente llegaron a un corredor apartado, lejos del bullicio del consejo. Jacaerys se detuvo, dándole la espalda por un momento, como si estuviera reuniendo el coraje para decir lo que tanto había meditado en su viaje de regreso.

-El maestre me ha dicho que la ceremonia de boda se completó sin problemas -comenzó, girando lentamente para enfrentarla-. Pero hay un deber más que debemos cumplir, uno que no podemos evitar.

-El deber de proporcionar un heredero -replicó Luciarys, con una voz firme y clara que no reflejaba la menor vacilación-. Lo sé, esposo. Estoy dispuesta a hacerlo, tal como corresponde a nuestra casa.

Él la observó en silencio, admirando la fortaleza y la determinación que emanaban de ella. Había esperado dudas, incluso un rastro de miedo, pero lo que encontró fue la mirada de una mujer que entendía plenamente la gravedad de su papel y que estaba dispuesta a enfrentarlo sin flaquear.

-No quiero que sea solo por deber, Luciarys -dijo, acercándose a ella-. La vida es incierta, y esta guerra lo es aún más. Si todo lo que hacemos es por obligación, ¿qué quedará de nosotros cuando todo termine?

Ella bajó la mirada, su expresión endureciéndose por un momento mientras trataba de encontrar las palabras adecuadas.

-Tal vez no tengamos más que el deber, Jace. Tal vez todo lo demás sea una ilusión, algo que no podemos permitirnos.

-Eso no es cierto. No para nosotros -insistió, atrapando su rostro entre sus manos, forzándola a mirarlo-. En medio de todo este caos, merecemos al menos un momento para nosotros mismos, para ser algo más que herramientas de la guerra.

Luciarys parpadeó, sintiendo que su propia armadura emocional se resquebrajaba ligeramente ante la sinceridad de sus palabras. Con un suspiro, se acercó a él, dejando que sus cuerpos se tocaran, apoyando su frente en la de él.

-Lo intentaré -susurró, y esa fue la mayor concesión que pudo darle en ese momento.

Mientras tanto, en las sombras, Daemon observaba desde una ventana lejana, donde el viento traía el rugido de los dragones y el susurro de las olas rompiendo contra las rocas de la isla. Su mente estaba en otro lugar, en el oscuro corazón de Desembarco del Rey, donde Aemond Targaryen dormía ajeno al destino que se preparaba para él. La venganza era un fuego que consumía el alma de Daemon, y nada lo detendría en su misión.

La luna ascendió lentamente en el cielo, bañando Rocadragón con su resplandor plateado, mientras la familia se preparaba para retirarse. La ceremonia de la boda había terminado, pero para Luciarys y Jacaerys, la verdadera batalla apenas comenzaba. Y mientras se dirigían a la cámara que ahora compartirían, ninguno de los dos podía evitar la sensación de que su unión era el preludio de algo mucho más grande, algo que cambiaría el destino de su casa y de todo Poniente para siempre.

 Y mientras se dirigían a la cámara que ahora compartirían, ninguno de los dos podía evitar la sensación de que su unión era el preludio de algo mucho más grande, algo que cambiaría el destino de su casa y de todo Poniente para siempre

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༄𝐋𝐔𝐂𝐈𝐀𝐑𝐘𝐒 𝐓𝐀𝐑𝐆𝐀𝐑𝐘𝐄𝐍༄ 𝐻𝑂𝑇𝐷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora