♔︎ 𝐄𝐬𝐭𝐫𝐚𝐭𝐞𝐠𝐢𝐚 ♔︎

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Habían transcurrido ya varias noches desde el día en que las noticias de la muerte de Rhaenys sacudieron Dragonstone, y la fortaleza estaba cubierta por el manto oscuro de la guerra que ya había comenzado

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Habían transcurrido ya varias noches desde el día en que las noticias de la muerte de Rhaenys sacudieron Dragonstone, y la fortaleza estaba cubierta por el manto oscuro de la guerra que ya había comenzado. Las reuniones se multiplicaban, los planes se tejían como una telaraña en la que los destinos de todos los que allí vivían se encontraban atrapados. Rhaenyra, la reina legítima, se había vuelto cada vez más reservada y desconfiada, cerrando filas en torno a sus más leales. Mysaria, la enigmática mujer que caminaba entre las sombras, se había ganado su confianza y ahora era una de sus más cercanas consejeras. Juntas, en susurros y miradas cómplices, tejían estrategias lejos de oídos curiosos.

El panorama era oscuro, y el Consejo de la Reina sentía el peso de la ausencia de Rhaenys Targaryen. Corlys Velaryon, roto por la pérdida de su esposa, había aceptado su nuevo título como la Mano del Rey o en este ocasión de la Reina, y aunque la tristeza lo consumía, su determinación de cumplir con su deber seguía siendo inquebrantable. Además, una nueva noticia reciente circulaba por los pasillos: Adam, un joven, el supuesto bastardo de Corlys, había reclamado al dragón Bruma. Ahora, legitimado y leal a Rhaenyra, lucharía por el trono de su reina con la fiereza de los dragones en sus venas.

Dentro de Dragonstone, en una sala polvorienta llena de pergaminos y libros antiguos, Jacaerys y Luciarys compartían un momento de relativa tranquilidad

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Dentro de Dragonstone, en una sala polvorienta llena de pergaminos y libros antiguos, Jacaerys y Luciarys compartían un momento de relativa tranquilidad. Sentados en sillas de madera tallada, cada uno con un pergamino entre las manos, sus miradas se perdían en los textos, buscando rastros de linajes antiguos que pudieran reclamar a los dragones perdidos. La tarea era ardua, pero necesaria. Encontrar descendientes que pudieran reclamar a Vermithor o a Ala de Plata era vital si querían equilibrar las fuerzas contra Los Verdes. Sin embargo, la tensión que flotaba en el aire no provenía solo de las responsabilidades que cargaban sobre sus hombros. Había algo más entre ellos, una corriente invisible que los mantenía al borde de lo no dicho.

Jacaerys, después de un largo rato de lectura silenciosa, dejó el pergamino a un lado y se volvió hacia Luciarys. Su mirada era suave, pero en sus ojos brillaba una preocupación que no podía ocultar. Lentamente, llevó su mano hacia el vientre de su esposa, acariciándolo con delicadeza. Luciarys levantó la vista, sorprendida por el gesto.

—¿Qué pasa, Jace?—preguntó ella, su voz suave, aunque en su interior sentía un leve temblor.

Él sonrió, con esa media sonrisa que solía hacer cuando estaba nervioso, pero trataba de disimularlo.

—He estado pensando... —murmuró, sus dedos aún trazando círculos sobre el vientre de Luciarys—. ¿No crees que podrías estar esperando otro hijo? Ayer tuviste náuseas, y has estado más cansada de lo normal.

Luciarys se quedó inmóvil, las palabras de su esposo resonando en su mente como un eco. ¿Podría ser posible? Los últimos días habían sido una tormenta de emociones y agotamiento, y no había prestado atención a su cuerpo. Aún así, la posibilidad la sorprendía.

—¿Otro bebé? —preguntó en voz baja, tratando de contener el temblor que ahora amenazaba con mostrarse en sus manos—. Jace, no lo sé... podría ser solo el estrés o el agotamiento. Todo ha sido tan... abrumador.

Jacaerys rió suavemente, inclinándose para besar su frente con ternura.

—Sea lo que sea, lo sabremos pronto —susurró—. Pero no puedo evitar desear que sea eso. Después de todo, podríamos necesitar un pequeño milagro en medio de todo esto.

Luciarys cerró los ojos por un momento, permitiéndose sentir el calor de su esposo, esa sensación de refugio que le brindaba en medio de la tormenta que era su vida ahora. Pero pronto, el peso de la responsabilidad volvió a caer sobre sus hombros, y ambos regresaron a sus pergaminos, aunque sus pensamientos ya estaban en otro lugar.

Horas después, al terminar la búsqueda infructuosa de descendientes dignos de dragones, Jacaerys se levantó de su asiento, estirando los músculos entumecidos.

—Voy a ver a mi madre— dijo, mirando a Luciarys mientras se colocaba la capa negra sobre los hombros—. Está en la terraza, viendo el mar... algo la preocupa.

Luciarys asintió, levantándose también.

—Esta bien, yo hablaré con Corlys sobre algunas estrategias... —le mintió suavemente, pero en realidad su mente estaba puesta en otra tarea. Necesitaba ver al maestre, asegurarse de que lo que Jacaerys había insinuado fuera cierto. Si realmente estaba embarazada, debía saberlo cuanto antes.

Le dio un beso rápido y se separaron, cada uno dirigiéndose hacia su destino. Jacaerys caminó hacia la terraza, donde encontró a Rhaenyra, de pie, con los brazos cruzados y la mirada fija en el horizonte del mar embravecido. El viento agitaba su cabello plateado y sus pensamientos parecían tan turbulentos como las olas.

—Madre —dijo él, con una mezcla de respeto y anhelo en su voz—. No podemos seguir aquí esperando. Debemos luchar. Es mi deber también demostrar mi honor en el campo de batalla y lo sabes...

Rhaenyra suspiró, cerrando los ojos por un momento antes de volverse hacia él. No era la reina implacable en ese momento, sino una madre que temía por el destino de sus hijos.

—Jace —comenzó, su voz más suave de lo que él esperaba—. Entiendo lo que sientes, pero tu lugar no está en el campo de batalla ahora. Tú eres mi heredero. Aquí, en Dragonstone, es donde se gana esta guerra, no solo con espadas, sino con inteligencia y estrategia. No puedes dejar a Luciarys sola. Te necesita... y nosotros también.

Jacaerys apretó los dientes, sintiendo la frustración crecer en su interior, pero antes de que pudiera replicar, una figura apareció desde las sombras. Era Mysaria, moviéndose con la fluidez de una serpiente, su mirada fija en Rhaenyra.

—El regalo ha sido enviado, mi reina —anunció con una reverencia ligera.

Jacaerys frunció el ceño, desconcertado por la interrupción y el mensaje enigmático. Miró a su madre, buscando respuestas.

—¿Qué regalo? —preguntó, su voz tensa.

Rhaenyra, sin mirarlo, simplemente asintió en dirección a Mysaria, dándole su aprobación. Ese gesto, ese silencio, fue lo que rompió la paciencia de Jacaerys. Sin decir una palabra más, giró sobre sus talones y se alejó, enfurecido por la indiferencia de su madre y la constante sensación de ser mantenido en la oscuridad.

Mientras tanto, en las costas cercanas a King's Landing, las canoas cargadas de comida flotaban suavemente hacia la orilla. En cada una ondeaba una bandera Targaryen negra y roja, un mensaje claro para los habitantes: la Reina Rhaenyra Targaryen estaba detrás de este gesto, una advertencia velada y una declaración de poder hacia Los Verdes pero también para el pueblo. La guerra no solo se libraría con fuego y sangre, sino también con astucia y señales claras.

 La guerra no solo se libraría con fuego y sangre, sino también con astucia y señales claras

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༄𝐋𝐔𝐂𝐈𝐀𝐑𝐘𝐒 𝐓𝐀𝐑𝐆𝐀𝐑𝐘𝐄𝐍༄ 𝐻𝑂𝑇𝐷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora