♔︎ 𝐅𝐮𝐞𝐫𝐭𝐞 𝐝𝐞 𝐂𝐨𝐫𝐚𝐳𝐨𝐧 ♔︎

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La sala estaba en penumbra, iluminada apenas por las tenues llamas de las antorchas, cuyo reflejo parpadeante creaba sombras en las paredes de piedra

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La sala estaba en penumbra, iluminada apenas por las tenues llamas de las antorchas, cuyo reflejo parpadeante creaba sombras en las paredes de piedra. Luciarys estaba sumergida en una tina de agua caliente, pero el calor que envolvía su cuerpo apenas lograba aliviar el frío que se había instalado en su alma. La superficie del agua se movía ligeramente con sus temblores, sus sollozos atrapados en el pecho mientras sus rodillas se apretaban contra su cuerpo, los brazos envolviéndolas en un intento de contener lo incontenible.

Su rostro estaba mojado, pero no solo por el agua. Las lágrimas caían en silencio, resbalando por sus mejillas, y Luciarys las dejaba fluir. Sentía que, en esa oscuridad, nadie la juzgaría por desmoronarse, por dejarse llevar por la carga que durante tanto tiempo había mantenido oculta. Su madre, la pérdida de Lucerys y Rhaenys en tan poco tiempo, el bebé que había muerto en su vientre, el odio de su propia hermana poniéndose de primera antes que su familia, y la violencia de la guerra que la había alcanzado aún en el Mar Angosto, su querida Helaena y su enemistad… Cada recuerdo era una espina que desgarraba por dentro, un peso insoportable que había aprendido a cargar en silencio.

La soledad de esa oscuridad le permitía expresar lo que nunca mostraba. Hundía su rostro entre sus brazos, dejándose ir. Sus hombros temblaban, y el sonido de sus sollozos era absorbido por la penumbra, como si la habitación misma comprendiera su dolor, sin juzgarla, sin pedirle que fuera fuerte. Estaba tan cansada de ser fuerte y ver qué apesar de todo aún sentía la decepción de su padre.

Se dejó llevar por la marea de tristeza, sintiendo que su pecho era un pozo sin fondo de dolor. En su mente, podía ver el rostro de su madre, podía imaginarse a Lucerys, y con el corazón roto recordaba el frío que había sentido en el Norte, la soledad al regresar sin su bebé. Cada pérdida, cada momento, cada herida parecía gritarle en el silencio. Se aferraba a sus rodillas, como si al hacerlo pudiera proteger lo poco que quedaba de sí misma, de esa mujer que aún intentaba luchar.

En ese instante, la princesa no era más que una mujer rota, una madre que había perdido, una hija que anhelaba a su madre, una hermana que no podía proteger, una esposa sin poder cambiar su destino. Sintió el dolor hasta en los huesos, como si ese agua hirviendo no pudiera derretir el hielo que la consumía por dentro. Apretó los ojos, dejando escapar un sollozo más profundo, uno que arrastraba consigo la furia, la impotencia, el miedo a no poder levantarse de nuevo.

De pronto levantó su mirada y obligándose a levantarse de la tina, sintiendo el peso de sus emociones aún colgando en su pecho, como una cadena invisible que parecía querer arrastrarla al suelo. Pero había algo más poderoso en su interior, una chispa que se negaba a extinguirse: la fuerza de su corazón, ese espíritu que le recordaba su deber y su linaje.

Con manos temblorosas pero firmes, se vistió lentamente, cuidando cada detalle. Frente al espejo, observó su reflejo, los ojos enrojecidos por el llanto y el rostro aún marcado por la tristeza. Sin embargo, cada prenda que colocaba era como una capa de armadura, protegiéndola para enfrentarse una vez más al mundo. La princesa acarició la joya en su cuello, un recordatorio de quienes habían caminado antes que ella, y con una última exhalación de fuerza reprimida, levantó el mentón, dispuesta a soportar el peso de la cena.

Al salir de sus aposentos, su presencia era solemne, envuelta en una dignidad irrompible. Su dolor estaba presente, latiendo bajo la superficie, pero sus ojos reflejaban el poder de alguien que ha aprendido a soportar los golpes sin romperse. No era una simple princesa: era una Targaryen con un corazón fuerte, una mujer que, a pesar de las tragedias, seguía en pie.

 No era una simple princesa: era una Targaryen con un corazón fuerte, una mujer que, a pesar de las tragedias, seguía en pie

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Antes de cruzar el umbral del salón, Luciarys se detuvo un instante, respirando profundamente. Sus ojos se clavaron en el crepúsculo que se filtraba por las ventanas, un reflejo de la inquebrantable promesa que albergaba en su interior. Su voz, apenas un susurro pero llena de firmeza y determinación, resonó para sí misma:

—Es tiempo de volver al lado de mi esposo y tener al fin a nuestra familia.

Con esa resolución, dejó atrás el dolor que tanto tiempo había cargado.

Con esa resolución, dejó atrás el dolor que tanto tiempo había cargado

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༄𝐋𝐔𝐂𝐈𝐀𝐑𝐘𝐒 𝐓𝐀𝐑𝐆𝐀𝐑𝐘𝐄𝐍༄ 𝐻𝑂𝑇𝐷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora