El viento del mar acariciaba el rostro de Luciarys, mientras el barco avanzaba silenciosamente hacia Dragonstone. Sus ojos estaban perdidos en el horizonte, pero su mente estaba atrapada en los recuerdos de su despedida con Helaena. El pesar de sus decisiones recientes y las promesas que había hecho la envolvían en un torbellino de emociones, una batalla entre el deber y el deseo que la estaba desgarrando por dentro.
El rugido distante de Vermax la sacó de sus pensamientos. El dragón de color aceituna pasó sobre ella con gracia y poder, una visión que siempre había admirado en su futuro esposo, Jacaerys Velaryon. Lo observó montado en su compañero, sobrevolando las olas como si fuera una extensión de su propio ser. Un vínculo que, a pesar de toda su fortaleza, Luciarys nunca había experimentado. Bajó la mirada, sintiendo el peso de esa ausencia una vez más.
-¿Te inquieta algo?- La profunda voz de su padre, Daemon Targaryen, rompió el silencio que había reinado en su entorno. Él se acercó con ese porte tan imponente que siempre lo había caracterizado, un hombre acostumbrado a que el mundo se doblegara ante su voluntad.
Luciarys no se giró para enfrentarlo de inmediato. En cambio, dejó que las palabras se acumularan en su pecho antes de hablar, con una frialdad que reflejaba el aire distante entre ellos. -Padre, ¿por qué nunca se me otorgó un huevo de dragón al nacer?-
La pregunta cayó como una piedra en el agua, creando ondas de tensión entre ambos. Daemon, siempre el hombre que enfrentaba las batallas con valor, se sintió desarmado por la acusación implícita en sus palabras.
-Luciarys...- comenzó, con una leve incomodidad en su tono, -Sabes que los dragones no son criaturas que podamos controlar completamente. No siempre un huevo eclosiona. No todos los hijos nacen con ese vínculo.-
Ella finalmente lo miró, su expresión endurecida por los años de preguntas sin respuesta, por la sensación de estar incompleta en un mundo que valoraba tanto el poder de los dragones. -No hablo del destino, padre. Hablo de la intención. Mientras volabas sobre tú dragón, yo permanecía en la sombra. Me decían que esperara, pero los años pasaron, y nunca me diste esa oportunidad.-
Daemon entrecerró los ojos, su semblante cambiando al darse cuenta de que este no era un simple reproche. Había dolor en las palabras de Luciarys, una herida que él no había percibido.
-No era cuestión de que fueras menos, Luciarys. Nunca lo fue,- respondió, con una seriedad poco común en él. -Te he visto siempre como una mujer de gran fortaleza. Más fuerte de lo que quizá te dabas cuenta. No creí que tu valía dependiera de un dragón.-
-¿De verdad creíste que mi valía no necesitaba ser demostrada?- replicó Luciarys con una dureza controlada. -No quería solo demostrarme a mí misma. Quería volar, quería ser parte de algo más grande. Mientras Vermax y Arrax vuelen los cielos, yo solo puedo observar desde abajo, como una extraña en mi propia familia.-
Daemon guardó silencio un momento, su mirada perdida en el mar. Era raro para él sentirse tan desconcertado, pero la intensidad en los ojos de su hija lo obligaba a reflexionar. -No fue un acto de crueldad, Luciarys. Si cometí un error al no prestar atención en tu vida ,pero te aseguro que no fue con intención de hacerte sufrir.-
La joven princesa lo observó por unos instantes, dejando que las palabras se hundieran en su mente. Había esperado algo más de él, quizá una justificación más noble, más clara. Pero lo que escuchaba era una aceptación de que su sufrimiento había pasado desapercibido.
_Mi sufrimiento no puede ser enmendado con simples palabras.- Sus ojos buscaron los de él, su tono maduro y sereno, pero con una firmeza que lo hizo retroceder emocionalmente. -Lo que nunca comprendiste es que no pedía ser fuerte sin razón. Quería un lugar en este mundo... y en nuestra familia. No puedes pedirle a una hija que vea a su propia sangre volar, que los observe desde el suelo, y no espere lo mismo.-
Daemon exhaló, no con impaciencia, sino con una aceptación lenta de lo que estaba ocurriendo. La tensión entre ellos no era nueva, pero esta conversación la hacía más palpable que nunca. -Luciarys, hay cosas en este mundo que escapan incluso a mi control, pero si deseas sentir que te he fallado, entonces así sea. Te pido, no obstante, que no confundas la falta de un dragón con la falta de mi amor por ti.-
Luciarys lo miró, sus ojos oscuros bajo la luz del ocaso, mientras las olas golpeaban suavemente el barco. -El amor es más que palabras, padre. El amor es acción. Y en eso, fallaste desde que estuve en el vientre de mi madre.-
Daemon, por primera vez en mucho tiempo, no supo qué responder. Se quedó mirando a su hija, sintiendo el peso de la distancia que se había formado entre ellos. Sabía que no había respuesta que pudiera curar el dolor que ella había cargado durante años. Solo el tiempo -si acaso- podría sanar esas heridas.
El silencio que siguió fue largo y denso. Ninguno de los dos parecía dispuesto a romperlo, como si el peso de sus palabras y sentimientos flotara en el aire entre ellos, inmutable.
Finalmente, Luciarys se volvió hacia el mar una vez más. Su expresión era impasible, pero sus ojos revelaban una tristeza profunda. -Hubo un tiempo en el que soñaba con volar junto a ti, padre. Pero ahora... esos sueños se han desvanecido con el tiempo...-
Daemon la miró, sintiendo el golpe de esas palabras como una espada afilada. Quiso decir algo, pero supo que cualquier cosa que dijera ahora sería en vano.
-¿Qué harás ahora?- preguntó él, con un tono más suave, como si finalmente aceptara su derrota en esa conversación.
-Lo que siempre he hecho,-respondió ella sin mirarlo, su voz tan fría como el viento del mar. _Cumplir con mi deber, con o sin dragón.-
Daemon observó a su hija durante unos instantes más, sintiendo el peso de la brecha que se había abierto entre ellos. Sabía que las palabras de Luciarys no eran simples reproches de una niña dolida. Eran las palabras de una mujer que había soportado más de lo que él había creído.
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༄𝐋𝐔𝐂𝐈𝐀𝐑𝐘𝐒 𝐓𝐀𝐑𝐆𝐀𝐑𝐘𝐄𝐍༄ 𝐻𝑂𝑇𝐷
Bilim KurguLuciarys Targaryen, hija de Daemon Targaryen y Lady Rhea Royce, quien regresa inesperadamente a Rocadragón tras 16 años de ausencia. Su llegada coincide con el funeral de Laena Velaryon, segunda esposa de su padre, lo que llena de sorpresa y tensión...