Capítulo 24

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Nyssa observaba la pared del despacho de Sylas, su mirada fija en los estandartes que colgaban con el emblema de la serpiente enredada en una daga.  Su hermano, sentado en su gran silla de cuero negro, jugueteaba con un puñal. Sus ojos estaban entrecerrados, el ceño fruncido. Había una inquietud en él, una que Nyssa conocía bien. Él no solía preocuparse por nimiedades, pero desde la votación, su estado de ánimo había empeorado notablemente.

—No puedo creer que los Ashborne hayan vuelto al Consejo —murmuró Sylas, clavando el puñal en la madera del escritorio. Su voz estaba impregnada de frustración—. Sin el tótem, no son nada.

Nyssa alzó una ceja, cruzando los brazos. Se apoyó contra la pared, en una postura relajada, pero sus ojos no dejaban de analizar a su hermano.

—Parece que te preocupan mucho para ser "nada" —respondió, con un tono burlón.

Sylas la miró con un destello de irritación, pero no replicó de inmediato. Sabía que Nyssa tenía razón, aunque odiaba reconocerlo.

—Es diferente —dijo finalmente, levantándose bruscamente de la silla. Empezó a caminar de un lado a otro, con los brazos cruzados detrás de la espalda—. Ahora que Seraphina está comprometida con Roland, van a tener descendencia... y eso significa que van a tener bebés mixtos. Abominaciones.

Nyssa chasqueó la lengua, reprimiendo una sonrisa irónica.

—Abominaciones —repitió ella, sarcástica—. Como nosotros, entonces.

Sylas se detuvo en seco. Sus ojos verdes la fulminaron, pero Nyssa no retrocedió ni un paso. El tema de su herencia mixta siempre había sido un punto sensible para Sylas. Aunque eran mitad Viperscale, mitad Wolfram, su hermano había pasado toda su vida rechazando esa parte de su linaje. 

Para él, los Wolfram representaban una debilidad. Nyssa, sin embargo, no lo veía del mismo modo. Sabía que su parte Wolfram la hacía más fuerte en muchos sentidos.

—Yo no soy un Wolfram —espetó Sylas, su voz cargada de veneno—. Jamás lo seré. Y desprecio a cualquiera que lo sea. Caden, y esos niños que podrían nacer con poderes de ambas casas... son una maldición. La pureza de las casas es lo único que garantiza nuestra superioridad.

Nyssa bajó la mirada un instante. Aunque estaba acostumbrada a los arrebatos de Sylas,  sus palabras que siempre le dolían. A fin de cuentas, ellos también compartían sangre de ambas casas, aunque él prefiriera ignorarlo.

—Nosotros tuvimos suerte. —dijo ella, más suave esta vez—. Pero no todos la tienen.

Pensó en Zara. Sabía que su hermana menor era un ejemplo de lo que podía ocurrir cuando la mezcla de poderes no se equilibraba bien. Aunque no hablaba mucho de ello, era evidente para Nyssa que su hermana luchaba con algo que no podía controlar del todo. Pero no lo mencionó. Sabía que él no querría oírlo.

Antes de que pudiera hablar denuevo, un guardia entró en el despacho, inclinando la cabeza con respeto.

—Principe Sylas, Princesa Nyssa —dijo con voz firme—. El Rey Malakar los llama a su despacho. 

El rostro de Sylas se endureció aún más, pero asintió, girándose hacia su hermana. Nyssa suspiró, sabiendo que la conversación había terminado por el momento.

Juntos salieron del despacho, caminando por los largos pasillos del castillo. Lo más probable era que la reunión tuviera que ver con los Ashborne, y esa idea hizo que el estómago de Nyssa se revolviera. Aunque no era tan apasionada como Sylas en cuanto a la pureza de las casas, sabía que los Ashborne representaban un riesgo, especialmente ahora.

Cuando llegaron a la puerta del despacho, el guardia la abrió de inmediato, dejándolos pasar. El rey estaba sentado detrás de su gran escritorio de ébano, con los dedos entrelazados sobre la mesa. Su mirada fría e imponente recorrió a sus hijos mientras entraban. Sylas inclinó la cabeza en señal de respeto, y Nyssa hizo lo mismo, aunque con menos fervor.

Heraldo de Brasas (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora