01. La gruta escondida

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Llegamos al pequeño pueblo costero, un rincón olvidado del Mediterráneo que parece atrapado en el tiempo. El aire salado me golpea el rostro apenas bajo del jeep alquilado, y el sonido de las olas rompiendo suavemente contra la costa me llena de una extraña mezcla de alivio y ansiedad. Todo lo que he estado buscando está ahí, oculto bajo la superficie del mar. Tan cerca.

—Bueno, aquí estamos —dice David, mi mejor amigo, mientras estira los brazos con una sonrisa. Siempre tiene esa energía despreocupada, incluso cuando estamos a punto de embarcarnos en algo como esto.

Yo asiento, pero no le respondo. Mi mirada sigue fija en el horizonte, en las aguas que parecen serenas, como si no escondieran nada. Pero sé que algo está allá abajo, esperando.

—¿Elena? —pregunta la profesora Quintana, acercándose a mí—. ¿Estás bien?

Ella y el doctor García, mis antiguos profesores de la universidad, nos acompañan en esta expedición. Ambos tienen una especie de escepticismo y curiosidad por lo que he encontrado. García, en especial, parece estar aquí más por cumplir un deber académico que por verdadero interés. Me lo imagino cruzado de brazos, siempre con ese aire de superioridad tranquila, esperando que falle para poder decir "te lo dije".

—Sí, estoy bien —respondo, tratando de sacudir la tensión de mis hombros.

Quintana asiente, pero sus ojos permanecen en mí por unos segundos más, como si pudiera leer más allá de mis palabras. Siempre ha tenido esa extraña habilidad, una calma que me incomoda, como si todo pudiera resolverse sin prisa alguna. Pero no puedo permitirme relajarme. No ahora.

—Espero que no hayamos viajado tanto solo por otra teoría fallida —comenta García mientras ajusta sus gafas. Sus palabras me golpean con la familiaridad de años de escepticismo pasivo.

—No lo hemos hecho —respondo sin mirarlo, mientras cargo mi mochila al hombro. El peso de las herramientas, los mapas, y el códice que encontré hace unos meses parece mayor ahora, como si todo el destino de esta expedición reposara en mi espalda.

David me lanza una mirada cómplice mientras recoge su equipo. Siempre ha estado de mi lado, incluso cuando los demás han dudado. Sin embargo, sé que hasta él tiene sus límites.

—Si esto es como la última vez, García... —comienza, con su tono despreocupado, mientras mira al profesor con una sonrisa—. Al menos tendremos una buena historia para contar en las reuniones. Quizá deberíamos empezar a vender entradas.

El comentario logra arrancar una risa corta de Quintana, pero García solo frunce el ceño. Yo, por mi parte, intento concentrarme en la misión. Mis pensamientos están demasiado enfocados en lo que encontraremos mañana como para engancharme en sus bromas.

Nos dirigimos al hostal, un edificio de paredes encaladas y techos bajos que parece haberse quedado congelado en los años sesenta. El aire en su interior es pesado, y huele a madera húmeda. Nos recibe un hombre mayor, encorvado por los años, con una sonrisa apenas perceptible en sus labios. Nos entrega las llaves de nuestras habitaciones sin decir mucho, aunque noto que sus ojos se detienen en mí por un segundo más de lo necesario.

—El mar aquí guarda secretos —murmura de repente mientras coloca la última llave en mi mano. Su voz es apenas un susurro, pero lo escucho con claridad. David alza una ceja y me mira de reojo, pero no dice nada.

—Gracias —le respondo, sin saber muy bien qué hacer con esa advertencia.

El hombre solo asiente y se aleja cojeando, dejándonos solos en el vestíbulo. David deja escapar una risa por lo bajo.

—Genial, un guardián de secretos marinos en versión anciano. Justo lo que necesitábamos para agregarle misterio a todo esto —dice con sarcasmo mientras se apoya en la pared.

SIRENAS: El legado perdido de La Atlántida. | [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora