19. La encrucijada de Elena

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El peso de las verdades que me ha revelado parece hundirme más profundamente en el océano. Cada palabra que ha dicho, cada confesión, resuena en mi mente como un eco imposible de silenciar. Me siento atrapada, dividida entre la devoción que tengo hacia ella y mi propio deber como arqueóloga. Nunca pensé que la búsqueda de Atlántida terminaría siendo una elección de vida o muerte, no solo para nosotras, sino para el destino de algo más grande.

Las inscripciones en las paredes parecen observarme, las figuras de sirenas y tritones con rostros tallados en expresiones de traición y dolor. La Atlántida se convierte de repente en un campo de batalla interno: la verdad histórica contra el amor que siento por Pam. Cada decisión que tomo en esta cámara submarina podría sellar el futuro de los secretos del océano y la vida de la mujer que amo.

Las luces de las linternas del resto del equipo titilan a lo lejos, sus siluetas apenas son visibles a través de las aguas turquesas. Siento que mi cuerpo tiembla, pero no por el frío del agua. Es el miedo. El miedo de lo que esta decisión podría significar para nosotras.

Pam nada junto a mí, tan cerca que podría sentir su calor incluso a través del neopreno. Su rostro, ahora marcado por la gravedad del momento, refleja siglos de dolor y sacrificio. Su mirada, fija en la inscripción más grande de todas —una que muestra la caída de Atlántida como si fuera una obra maestra de sufrimiento y traición—, me hace sentir una angustia que no puedo describir.

—Elena —su voz resuena suave en mis oídos, a través del comunicador submarino, trayéndome de vuelta a la realidad—. Sabes que no podemos seguir adelante. No con esto.

Respiro profundamente, sintiendo la presión del agua empujar contra mis pulmones. ¿No seguir adelante? ¿Después de todo lo que hemos encontrado? Atlántida, la legendaria ciudad perdida, es real. Los restos están aquí, a mi alcance. Pero no se trata solo de historia. Es un pacto de silencio, un equilibrio tan precario que podría colapsar con el más mínimo paso en falso.

—Pam, este es mi trabajo. —Mi voz tiembla, pero trato de mantenerla firme—. Llevo toda la vida buscando esto. —La miro, pero sus ojos están cerrados, como si mis palabras fueran dagas invisibles que la hieren de formas que no puedo ver—. Este descubrimiento... podría cambiar el mundo. Cambiar la historia.

—¿Pero a qué precio? —Su voz se eleva ligeramente, con un tono de desesperación que nunca había escuchado en ella—. ¿Cambiarías la historia si supieras que traerías ruina a la gente que amo, a mi mundo? —Los latidos de mi corazón se aceleran—. Tu mundo y el mío son incompatibles.

—No, no lo son —insisto, pero la seguridad que esperaba sentir no está. —Nosotras... encontraremos una manera. —Mis palabras suenan huecas, incluso para mí misma. Nuestras manos se encuentran, suspendidas en el agua, pero mi toque parece incapaz de aliviar el dolor que flota entre nosotras.

—Esto no es solo sobre nosotras —puedo ver la tensión en sus labios—. Es sobre todo lo que ha pasado antes de que siquiera nacieras, Elena. —Se aparta un poco, sus ojos están fijos en el mural que revela la caída de los atlantes, la figura de una sirena solitaria en medio de la destrucción—. Si revelamos esta verdad, mi condena no acabará. Solo... —Traga, como si las palabras fueran demasiado amargas para salir—. Solo nos destruirá a ambas.

—¿Pero cuál es la alternativa? —le pregunto, mi voz elevada en un tono que se quiebra con la tensión—. ¿Dejarlo todo aquí, olvidarlo? —El enojo burbujea en mi interior, pero es un enojo nacido de la impotencia—. No puedo ignorar la verdad, Pam. No puedo simplemente darle la espalda a todo lo que hemos encontrado.

Pam aprieta los labios, y puedo ver una chispa de rabia en su mirada.

—¿Ignorar la verdad? —repite, y su tono se vuelve helado—. ¿Sabes cuántos siglos he pasado protegiendo este secreto? —Sus ojos verdes brillan con una intensidad que me hace retroceder involuntariamente—.. ¿Sabes cuántas veces he visto a humanos como tú, que piensan que la verdad es lo único que importa, hasta que se enfrentan a las consecuencias de esa verdad? —El agua se arremolina a su alrededor, como si su ira se filtrara en el mar—. ¿Quieres saber qué sucedió la última vez que alguien intentó desenterrar Atlántida? —Su voz se quiebra, y puedo ver el dolor en sus ojos.

Un escalofrío recorre mi cuerpo, y me siento más pequeña que nunca.

—No... —mi voz es apenas un susurro, pero ella no se detiene.

—Desataron fuerzas que ni siquiera yo podía contener —Pam avanza hacia mí, y puedo ver cómo las sombras del pasado se reflejan en sus ojos—. ¿Quieres saber lo que pasó con ellos? —Hace un gesto hacia las figuras talladas de humanos que parecen desintegrarse bajo el mar en una serie de remolinos—. Se ahogaron en sus propios gritos. Cada uno de ellos. Porque pensaron que la verdad... —Las palabras se ahogan en su garganta—. La verdad... —Respira hondo, cerrando los ojos como si reviviera algo que no quiere recordar—. No importa si la verdad destruye a todo lo que amas.

Mis pulmones se aprietan, y siento lágrimas arder detrás de mis ojos.

—Pero tú no eres como ellos, Pam —susurro, moviéndome hacia ella. Mi mano busca la suya, y aunque el agua nos rodea, intento aferrarme con toda mi fuerza—. No puedes ser condenada por proteger algo... que todos creyeron perdido.

Ella baja la mirada, y una lágrima se disuelve en el agua.

—No es mi condena, Elena. —Sus ojos se alzan para encontrar los míos, llenos de una tristeza tan profunda que casi me desgarra. —Es mi castigo. Porque, al final, yo fui parte de esa traición. Y si tú... —Su voz tiembla—, si tú descubres todo esto... si el mundo descubre lo que hicimos... entonces todas mis decisiones... todo el sacrificio que hice para mantener esto oculto... será para nada.

El silencio se vuelve un tercer ser entre nosotras, una criatura invisible que devora todo lo que aún no hemos dicho. Siento que mi corazón se parte lentamente, porque sé que tiene razón.

—¿Y si renuncio? —pregunto finalmente—. Si... —Trago, mi garganta seca incluso bajo el agua—. Si dejo todo esto.

Pam parpadea, sorprendida, y su expresión se vuelve más suave.

—¿Lo harías? —Su pregunta es un susurro lleno de esperanza y dolor—. ¿Lo harías por mí?

El mar parece detenerse en ese momento. Pero antes de que pueda responder, veo la sombra de David acercándose a nosotras, sus movimientos rápidos y llenos de emoción.

—¡Elena! —grita, su voz distorsionada por el sistema de comunicación. —¡Tienes que ver esto! ¡Lo encontramos!

Pam se aleja de mí, como si una barrera invisible se levantara de nuevo entre nosotras. Y en sus ojos, veo la resignación.

La verdad está a nuestro alcance. Pero ¿a qué precio?

Siento cómo la grieta entre nosotras se hace más profunda. ¿Voy a elegir mi deber o nuestro amor?

Y en el fondo de mi corazón, sé que no hay una respuesta correcta.

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SIRENAS: El legado perdido de La Atlántida. | [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora