29. Más allá del mito

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La noche envuelve el mundo con un silencio suave y melódico. Desde mi posición en la orilla de la playa, miro hacia el horizonte, donde el cielo se funde con el mar en un abrazo sin fin, una línea oscura e indistinta que parece conectar dos reinos opuestos. El agua brilla con reflejos plateados bajo la luz de la luna, y cada ola que se desliza hacia la costa es como un susurro de algo antiguo y eterno.

Esta playa, este lugar donde todo comenzó y terminó, es el punto de unión entre nuestros dos mundos. Un lugar donde mi amor por Pam nunca se desvanecerá. Donde su presencia sigue viva, aunque ella no esté aquí para tomar mi mano o mirarme con esos ojos azules que siempre parecían ver más allá de lo que yo era capaz de comprender.

Pero no siento dolor esta vez. No hay lágrimas cayendo por mis mejillas ni un vacío que se extiende como un abismo en mi pecho. En lugar de eso, siento una paz profunda que se desliza dentro de mí con la misma facilidad con la que las olas cubren la arena. Es como si el océano mismo me estuviera abrazando, sosteniéndome con suavidad, como un amante eterno que ha aceptado nuestra separación, pero no nuestra pérdida.

—Siempre supe que serías el amor de mi vida —murmuro, mi voz apenas un susurro que se mezcla con el viento y se pierde en la inmensidad del mar—. Desde la primera vez que te vi, allí, en las profundidades de la gruta... supe que no volvería a ser la misma.

Cierro los ojos, dejando que los recuerdos fluyan con la libertad de un río desbordado. Pam deslizándose a mi lado en el agua, su risa vibrando a través del océano, su mirada intensa que parecía atravesar las capas de la realidad. Nuestros cuerpos fundidos en un solo ser, nuestros corazones latiendo al unísono. El amor, tan fuerte, tan inesperado, que sentía que me ahogaría... y también, esa sensación de estar incompleta sin ella.

Pero ahora, aunque ese amor sigue tan vivo como el primer día, también ha evolucionado. Se ha convertido en algo más profundo, algo que trasciende la carne y la sangre, algo que pertenece al reino de los sueños y de las leyendas.

El amor de Pam está en cada ola, en el murmullo del agua contra la roca, en el suave golpeteo de la marea. No necesito verla para sentirla. No necesito tocar su mano para saber que está aquí.

—Nos encontramos a mitad de camino —susurro, abriendo los ojos y mirando hacia el horizonte donde el agua parece brillar con un fulgor misterioso—. Nos encontramos entre dos mundos, y aunque nunca pudimos quedarnos juntos... aunque tuvimos que dejarlo ir... siempre supe que volveríamos a encontrarnos, de alguna manera.

El viento me acaricia suavemente, y cierro los ojos, imaginando que es ella, que son sus dedos fríos deslizándose por mi piel, trazando círculos suaves en mi brazo como solía hacer cuando estábamos solas. El recuerdo me llena de calidez, una sensación que se mezcla con el ritmo constante de las olas.

—¿Estás aquí? —pregunto en voz baja, y mi tono no tiene la desesperación de antes. No es un ruego ni una súplica. Es una simple pregunta, cargada de amor y de certeza.

Y, por un instante, el mar responde.

Las olas cambian de dirección, formando un remolino suave justo frente a mí, como si la superficie del agua estuviera despertando. El viento se intensifica, y la arena bajo mis pies parece vibrar con una energía nueva, un latido profundo que resuena con mi propio corazón. Siento un nudo en la garganta, pero no de dolor, sino de algo mucho más puro.

—¿Pam? —susurro, y veo cómo el resplandor en el agua crece, un destello verdoso que ilumina la superficie de las olas. No es una luz física; es algo más... algo eterno.

Y entonces, la veo.

Es solo un destello fugaz, una sombra bajo la superficie del agua, algo que podría pasar por un reflejo si no la conociera tan bien. Su figura se mueve con la gracia de una corriente suave, su cabello negro fluyendo a su alrededor como tentáculos de sombra. Y aunque está tan lejos, aunque es solo un vislumbre entre el agua y la luna, sé que es ella. Sé que es Pam.

—Siempre —la voz resuena en mi mente, como un eco distante, como un recuerdo olvidado que regresa para reafirmarse. —Siempre estaré aquí, amor. Nunca estarás sola.

El agua brilla, y su figura se desvanece lentamente, sumergiéndose de nuevo en las profundidades. Pero no siento tristeza. Siento una calma que envuelve mi cuerpo como un abrazo cálido. Porque sé que, aunque no pueda verla como antes, aunque no pueda abrazarla, ella está aquí. Conmigo.

—Sé que lo estás —susurro, con una sonrisa pequeña en los labios, las lágrimas cayendo suavemente por mis mejillas. —Y te amo... más allá del tiempo, más allá de lo que es real o no. Porque, al final... siempre seremos nosotras.

El mar murmura de nuevo, y siento una presión suave en mi pecho, como si mi corazón estuviera respondiendo a algo que no puede comprender, pero que acepta. Porque ella es parte de mí, y yo de ella.

—Algunos amores trascienden el tiempo —digo en voz alta, dejando que las palabras floten en el aire, se mezclen con el sonido de las olas—. Y sé que el nuestro es así —Siento el nudo en mi garganta relajarse—. Así que... hasta la próxima, amor mío.

El océano responde con un suave rugido, y sé que mi mensaje ha sido recibido.

Mi amor por Pam seguirá viviendo, no como un lamento de lo que perdí, sino como una llama eterna que ilumina mi vida. Porque algunas personas están destinadas a quedarse con nosotros, no en presencia física, sino en espíritu, en el legado de lo que compartimos.

Y así es como siempre será con nosotras: mito y realidad fundidos en un amor que ni el tiempo, ni la distancia, ni siquiera el océano profundo podrán borrar.

Y así es como siempre será con nosotras: mito y realidad fundidos en un amor que ni el tiempo, ni la distancia, ni siquiera el océano profundo podrán borrar

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SIRENAS: El legado perdido de La Atlántida. | [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora