Las semanas pasan y con ellas nuevos descubrimientos aparecen.
La luz del amanecer en la isla es suave, como si la brisa marina acariciara cada rincón de la tierra con cuidado. El ritmo de la expedición ha cambiado; aunque seguimos con el mismo objetivo, hay algo diferente en el ambiente. Algo que no puedo ignorar, aunque todavía no esté lista para enfrentarlo. Pam y yo hemos caído en una especie de danza silenciosa, un juego que ninguna de las dos nombra pero que está siempre presente.
Después de la celebración en el bar hace unas semanas, algo entre nosotras se solidificó. No lo hablamos, pero lo siento en cada mirada que compartimos, en la forma en que nuestras manos se rozan accidentalmente, en los momentos en que nuestras risas se mezclan en algo más íntimo. La tensión entre nosotras ha crecido—una tensión cargada de subtextos, de algo que ninguna de las dos se atreve a nombrar, pero que está ahí, como una corriente subterránea.
Pam parece estar en cada parte de mi día. El equipo sigue enfocándose en las inmersiones, documentando, recolectando datos, y trabajando sin descanso para descifrar los secretos que las ruinas guardan. Pero mis momentos más significativos no están en los descubrimientos bajo el agua, sino en los momentos silenciosos que comparto con ella.
Por las mañanas, cuando nos encontramos en la terraza del hostal, Pam siempre está esperándome con una taza de café. Nos sentamos juntas, observando cómo el sol se levanta por encima del horizonte, en silencio pero acompañadas. No necesitamos hablar mucho; simplemente estar en el mismo espacio parece suficiente. Cada vez que la miro de reojo, la encuentro observándome, y en su mirada hay una calidez que me desconcierta y me atrae al mismo tiempo.
En las inmersiones, la complicidad es aún más evidente. El agua es nuestro refugio silencioso, un espacio donde no podemos hablar pero donde el lenguaje de los cuerpos y las miradas toma el control. Mientras nadamos entre las ruinas, Pam siempre está cerca. Incluso cuando el equipo se dispersa para investigar diferentes áreas, ella se mantiene a mi lado, como si hubiera una cuerda invisible que nos mantuviera conectadas.
A menudo, cuando nado por los pasillos de piedra sumergidos, siento su mano rozando la mía. Es un gesto casi imperceptible, pero suficiente para que mi corazón lata más rápido. Cada vez que su piel roza la mía, me siento un poco más confundida y un poco más atraída. No lo hablamos, no lo discutimos. Ninguna de las dos lo enfrenta, pero las bromas cargadas de subtexto se han vuelto una constante.
—¿Sabes que estoy empezando a pensar que me sigues solo para asegurarte de que no me pierda? —le digo un día después de una inmersión, mi tono es burlón pero suave.
Pam se ríe, quitándose el equipo de buceo y sacudiendo el agua de su cabello. Su risa es ligera, pero sus ojos me miran con una intensidad que no pasa desapercibida.
—Tal vez soy tu ángel guardián —responde, con una sonrisa juguetona—. Alguien tiene que asegurarse de que no te pierdas en el fondo del océano, ¿no?
La broma queda flotando en el aire, pero hay algo más detrás de sus palabras, algo que me hace sentir que este juego entre nosotras va mucho más allá de lo que quiero admitir. Las bromas se vuelven una constante, una forma de hablar sin decir nada directamente. Cada vez que Pam suelta uno de sus comentarios llenos de doble sentido, mi piel se eriza y mi corazón late un poco más rápido.
En las noches, cuando el equipo se retira temprano al hostal después de largas jornadas, Pam y yo nos quedamos despiertas un poco más. Nos sentamos en las rocas junto al mar, observando las estrellas, hablando en voz baja sobre cualquier cosa que no sea la Atlántida. Compartimos detalles personales, pequeños fragmentos de nuestras vidas antes de este encuentro, como si estuviéramos construyendo un refugio emocional fuera del misterio que envuelve a las ruinas.

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SIRENAS: El legado perdido de La Atlántida. | [COMPLETA]
FantasiBajo las aguas del Mediterráneo, la arqueóloga Elena Irazusta está a punto de hacer el descubrimiento de su vida: un antiguo códice que podría contener las claves para desenterrar la Atlántida, la civilización perdida que ha obsesionado a generacion...