04. Bebidas

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La brisa marina sigue soplando con suavidad, y el horizonte se oscurece a medida que la noche se cierne sobre nosotras. El sonido rítmico de las olas parece crear un espacio cómodo entre Pam y yo, una especie de burbuja que hace que nuestra conversación fluya con naturalidad, a pesar de lo reciente de nuestro encuentro.

Pam se inclina un poco hacia mí, y con una sonrisa juguetona, dice:

—Creo que necesitas un trago.

La propuesta me toma por sorpresa, y suelto una pequeña risa nerviosa. ¿Un trago? No es que sea algo fuera de lo común, pero después de todo lo que ha pasado, la idea de sentarme en una cantina a beber se siente un poco surrealista.

—No sé si sea la mejor idea —le respondo, con una sonrisa vacilante. Mis pensamientos siguen revueltos, y la verdad es que prefiero mantener la cabeza despejada. Demasiadas cosas han cambiado en muy poco tiempo.

Pam parece intuir mi resistencia, pero no se da por vencida. Se inclina un poco más, como si compartiera un secreto.

—Vamos, solo uno. —Hace una pausa, y sus ojos brillan con complicidad—. No te hará mal relajarte un poco. Además, el lugar es pequeño y tranquilo. Nada que te distraiga demasiado.

Me quedo mirándola por un momento, debatiendo internamente. Parte de mí quiere seguir pensando en lo que descubrí, en lo que vi en la cueva, pero otra parte, una que no había notado hasta ahora, anhela una pausa. Quizás tiene razón. Necesito desconectar, aunque sea por un momento.

Finalmente, sonrío, sintiéndome un poco más ligera.

—Está bien, solo uno.

Pam se levanta de inmediato, como si hubiera estado esperando que cediera, y me ofrece una mano para ayudarme a ponerme de pie. La tomo, y juntas caminamos hacia el pequeño pueblo, donde las luces amarillentas de las farolas comienzan a encenderse a lo largo de las calles. La atmósfera es tranquila, casi mágica, y por un momento siento que todo lo que me ha estado agobiando queda en segundo plano. Es fácil dejarse llevar por esta paz.

Me lleva a una pequeña cantina local, un lugar sencillo, pero acogedor, con mesas de madera desgastada y sillas que crujen al sentarse. El ambiente es relajado, con solo unos cuantos clientes dispersos por el lugar. Nos sentamos en una mesa cerca de la ventana, desde donde todavía se puede escuchar el murmullo del mar a lo lejos. Pam pide dos tragos y luego me mira con una sonrisa cálida.

—Entonces, Elena —comienza, apoyando los codos en la mesa, como si estuviera lista para una conversación larga y tranquila—, cuéntame. ¿Cómo terminaste en este rincón del mundo, explorando ruinas bajo el mar?

La pregunta es sencilla, pero siento que hay más en ella. Parece genuinamente interesada, como si quisiera conocer no solo los hechos, sino las razones detrás de mi elección de vida. Y por alguna razón, siento que puedo abrirme con ella.

—Siempre me interesaron los misterios del pasado —empiezo, cruzando los brazos mientras trato de encontrar las palabras adecuadas—. Desde pequeña, me fascinaban las historias sobre civilizaciones antiguas, mitos... ya sabes, esas cosas que la mayoría de la gente piensa que solo son fantasías. Pero para mí, eran más que eso. —Hago una pausa, recordando los libros de mitología y arqueología que leía de niña—. Siempre tuve esta sensación de que hay mucho más ahí fuera, más de lo que conocemos. Y quería ser parte de descubrirlo.

Pam me escucha atentamente, sin interrumpir, lo que me da la confianza para seguir hablando.

—Y aquí estoy —continúo, con una sonrisa más relajada—, buscando respuestas a cosas que muchos creen que no existen. O simplemente son cuentos. Pero después de lo que he visto... —me detengo, no queriendo revelar demasiado todavía—, bueno, digamos que mi interés no ha hecho más que crecer.

SIRENAS: El legado perdido de La Atlántida. | [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora