El sonido constante de mi respiración a través del regulador, que hasta hace un momento había sido un recordatorio tranquilizador de que todo estaba bien, ahora se convierte en algo irregular. Un leve silbido reemplaza el flujo normal de aire, y en un instante, el pánico comienza a envolverme. Trato de ajustar la válvula, pero no responde como debería. No está entrando aire.
Mi corazón se acelera al darse cuenta de lo que está pasando. El oxígeno. Me estoy quedando sin oxígeno.
Lucho por mantener la calma, aunque el nudo en mi estómago crece y el instinto de supervivencia comienza a apoderarse de mí. Intento tomar una bocanada más profunda, pero lo único que recibo es un suspiro vacío. Nada. Mi cuerpo entra en un estado de alerta máxima, el aire en mis pulmones disminuye a cada segundo, y sé que no tengo mucho tiempo antes de que la hipoxia comience a golpearme con fuerza.
Mi mente se agita, en pánico. Intento gritar, aunque sé que no tiene sentido debajo del agua. ¿Dónde está David? ¿Qué tan lejos puede estar? Pero los pensamientos se enredan, se sofocan entre sí, y mi cuerpo comienza a reaccionar de forma descoordinada. No hay aire. Mis manos tiemblan mientras me aferro al regulador, intentando en vano encontrar alguna solución. Mi visión empieza a nublarse en los bordes, las paredes de la cueva parecen desvanecerse en un mareo de sombras y luces.
Y entonces, siento que todo se desacelera.
Mi visión se vuelve borrosa y, en ese instante de vulnerabilidad, veo una figura moverse frente a mí. Es ella. Apenas puedo distinguir su silueta en el agua, flotando elegantemente a mi alrededor, como si la crisis que estoy atravesando no fuera más que una hoja mecida por la corriente.
El mundo comienza a desvanecerse a mi alrededor. Los colores se mezclan, las luces se distorsionan, y entonces mi cuerpo se rinde al colapso de oxígeno. No puedo respirar. Mis extremidades se sienten pesadas, y lentamente, siento cómo mi conciencia se desprende de mí, difusa, flotando en el abismo. Solo hay silencio, el eco de mi propia desesperación diluyéndose en el agua.
De repente, siento un tirón, un movimiento rápido pero seguro. A pesar de mi debilidad, soy consciente de que algo me está sujetando, moviéndome a través de la oscuridad. Fragmentos de realidad parpadean frente a mí en ráfagas cortas y confusas. La sirena está tomándome, sus brazos fuertes y fluidos me envuelven con firmeza, guiándome a través del agua. Mi mente es un revoltijo de pensamientos que no consigo organizar. Siento el roce de su piel, fría y suave, su larga cola impulsándonos con fuerza a través de la cueva.
El agua se aclara por un momento, pero no soy capaz de procesar dónde estamos. Mi cuerpo pesa más que el mundo entero, y aunque sé que me está llevando a algún lugar, soy incapaz de resistirme o de cooperar. Solo me dejo llevar, sintiendo el ritmo de sus movimientos alrededor de mí, hasta que percibo un cambio en la presión del agua.
Mi cabeza sale a la superficie.
Apenas registro lo que sucede. Mis pulmones instintivamente se llenan de aire fresco, aunque dolorosamente, como si todo mi cuerpo se resistiera a la idea de respirar de nuevo. Mi garganta quema y me mareo aún más al tomar oxígeno demasiado rápido, pero sigo luchando por cada bocanada. El agua gotea por mi cara, y mientras mis sentidos comienzan a regresar, siento una mezcla de alivio y desconcierto.
Estoy viva. Pero ¿cómo? ¿Dónde?
Abro los ojos con dificultad, mis párpados se sienten pesados como si una fuerza invisible los mantuviera cerrados. El mundo a mi alrededor es una mezcla de luces danzantes y sombras indefinidas, y trato de enfocar, de entender dónde estoy. Todo parece brillar de manera extraña, como si la cueva misma estuviera emitiendo luz desde algún lugar oculto.
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SIRENAS: El legado perdido de La Atlántida. | [COMPLETA]
FantasíaBajo las aguas del Mediterráneo, la arqueóloga Elena Irazusta está a punto de hacer el descubrimiento de su vida: un antiguo códice que podría contener las claves para desenterrar la Atlántida, la civilización perdida que ha obsesionado a generacion...