12. Dudas y deseos

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El sol apenas comienza a despuntar en el horizonte cuando nos dirigimos al pequeño puerto de la isla para despedir a la profesora Quintana y el doctor García. Pam camina a mi lado, pero hay una distancia palpable entre nosotras. No hemos hablado mucho desde la noche anterior, y aunque la tristeza sigue colgando en el aire, ambas nos hemos limitado a seguir adelante.

El barco que los llevará al continente ya está amarrado, y David se apoya contra una de las rocas cercanas, con los brazos cruzados y su semblante más serio de lo habitual. Quintana y García parecen preocupados, pero no por nosotros. Están enfocados en lo suyo, en las expediciones que se detienen y los permisos que necesitan conseguir en el continente.

—Recuerden lo que dijimos —repite Quintana por tercera vez, mirando a cada uno de nosotros—. Nada de expediciones sin nosotros aquí. Esto es muy delicado, y no podemos arriesgar la investigación. David, Elena, confío en ustedes para que todo se mantenga bajo control hasta que volvamos.

Asentimos en silencio, pero mi mente no está completamente enfocada en sus palabras. Pam sigue a mi lado, pero no me ha dirigido la palabra en toda la mañana. La noche anterior pesa entre nosotras, por una conversación sin resolver que sigue dando vueltas en mi cabeza.

García sube al barco con una ligera sonrisa, pero Quintana se detiene un momento antes de partir, su mirada evalúa al equipo con detenimiento.

—No tardaremos mucho —promete—. Una semana, tal vez menos. Manténganse ocupados, pero recuerden: nada de inmersiones.

Cuando el barco finalmente se aleja, nos quedamos en la orilla, observando cómo se pierde en el horizonte. El silencio entre nosotros es casi insoportable. Finalmente, Pam se gira sin decir una palabra y empieza a caminar hacia el campamento. Su espalda está rígida, y el peso de su despedida, aunque no verbalizada, cuelga sobre mí como una piedra en el pecho.

—Pam... —trato de llamarla, pero ella sigue caminando, sin girarse.

David me observa desde un costado, sus ojos se mueven entre Pam y yo, claramente captando lo que está sucediendo. Frunce el ceño, y puedo ver que no se va a quedar de brazos cruzados esta vez. Sabe que algo está mal.

—Elena, ¿qué demonios está pasando? —pregunta finalmente, su voz baja pero firme. Se cruza de brazos, exigiendo una respuesta con esa mirada que siempre usa cuando sabe que algo grande está ocurriendo y no se lo han contado.

Suspiro profundamente, sintiendo cómo la presión de las últimas semanas se desborda. No puedo seguir ocultándolo. Miro a mi amigo, y sé que tengo que contarle todo. Si hay alguien que podría entenderlo, o al menos ofrecerme un oído, es él.

—David... —empiezo, mi voz está algo temblorosa—. Pam y yo... hemos estado juntas. —Hago una pausa, intentando organizar mis pensamientos—. Desde hace tiempo, no solo como amigas.

Su ceja se eleva, pero no dice nada. Me mira, esperando que continúe. Trago saliva y comienzo a contarle todo. Desde el primer beso en la playa, el acercamiento lento pero constante, hasta la noche que pasamos juntas en su casa, cuando todo cambió entre nosotras. Le cuento cómo Pam me abrió su corazón, solo para después retirarse, asustada de lo que esto significaba para nosotras.

David escucha en silencio, sus ojos están fijos en mí mientras hablo. No interrumpe, pero puedo ver la preocupación en su rostro. Cuando finalmente llego a la parte más dolorosa —cuando ella decidió que era mejor terminarlo antes de que todo se volviera más difícil—, mi voz se quiebra. Las emociones que había estado conteniendo comienzan a desbordarse.

—No sé qué hacer —admito, pasando una mano por mi cabello, mi corazón me golpea con fuerza—. Pam ha decidido que lo mejor es terminar esto, pero ni siquiera sé si podemos llamarlo una relación. Ni siquiera hemos tenido tiempo para que sea algo real, pero... —hago una pausa, buscando las palabras—. Me importa. Mucho. Y no sé cómo manejarlo.

SIRENAS: El legado perdido de La Atlántida. | [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora