27. El eco del océano

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El viento sopla suavemente, acariciando mi rostro con la misma brisa salada que he llegado a asociar con ella. La playa se extiende ante mí como un viejo amigo, las olas lamen la orilla con una tranquilidad casi sobrenatural, cada movimiento del agua está cargado con ecos de promesas y despedidas. Estoy de vuelta, después de tantos años, en el lugar donde todo cambió, donde mi vida dio un giro que nunca podría haber previsto.

Respiro hondo, permitiendo que la sal y la nostalgia llenen mis pulmones. La arena bajo mis pies se siente familiar y, a la vez, extrañamente nueva. Hace tanto tiempo que no he venido aquí... tantos años en los que he tratado de seguir adelante, de vivir mi vida sin ella, con el recuerdo de su amor como una brújula interna que me ha guiado a través de mis miedos y mi dolor.

Pam sigue viva en mi mente, pero la tormenta de dolor que solía acompañar su ausencia se ha transformado. Antes era una herida abierta, una pérdida tan profunda que sentía como si el océano hubiera tomado una parte de mí. Pero con los años, he aprendido a curar esa herida, a aceptarla como una cicatriz que forma parte de mi historia. Ahora, su memoria es un susurro suave, un abrazo de agua que me recuerda quién soy y lo que ella significó para mí.

Me arrodillo lentamente, dejando que mis manos se hundan en la arena, permitiéndome recordar el tacto de aquel momento. Esta fue la última vez que la vi, la última vez que nuestros dedos se rozaron antes de que el mar la reclamara. Y, aunque nunca pensé que podría sobrevivir a esa pérdida, aquí estoy. Viva, fuerte y, en cierto modo, en paz.

—Hola, mi amor —susurro suavemente, mi voz apenas es audible sobre el murmullo de las olas. El sonido se mezcla con el silencio del atardecer, las palabras parecen flotar en el aire antes de ser arrastradas hacia el océano.

El agua me responde con un susurro bajo, un sonido que podría ser solo mi imaginación, pero que elijo creer que es su respuesta. Porque siempre he sabido, en lo más profundo de mi corazón, que ella sigue aquí. Que ella nunca me ha dejado realmente.

—Han pasado muchos años —mis dedos trazan patrones en la arena, formando pequeños círculos como los que solía dibujar cuando pensaba en ella—. Y he cambiado tanto... —Mis labios se curvan en una sonrisa suave—. No soy la misma Elena que conociste —Hago una pausa, y cierro los ojos, dejando que el viento juegue con mi cabello—. Pero creo que te sentirías... orgullosa de lo que me he convertido.

Los últimos años han sido un viaje de autodescubrimiento. Me alejé del mundo de la arqueología como lo conocía, rechazando la idea de desenterrar secretos por el mero hecho de revelarlos. En lugar de eso, enfoqué mi vida en proteger esos misterios, en enseñar a otros la importancia de respetar lo que no entendemos completamente. No me convertí en una cazadora de tesoros; me convertí en una guardiana de los lugares sagrados del mundo.

—Pasé mucho tiempo preguntándome si hicimos lo correcto —admito en voz baja, mis ojos fijos en el horizonte. El sol está bajando, tiñendo el cielo de un profundo naranja y rojo, reflejándose en el mar como un fuego líquido—. Si destruir el códice fue la decisión correcta... si proteger esos secretos era realmente lo mejor —Un suspiro escapa de mis labios—. Pero ahora sé... ahora entiendo.

El mar murmura suavemente, y por un momento, juro que puedo ver una figura moverse bajo las olas, como si ella estuviera ahí, escuchándome.

—Comprendí que algunos misterios no son nuestros para exponer —continúo, mis palabras fluyendo como el agua entre las piedras—. Que la historia... —hago una pausa, buscando las palabras correctas—, que la historia debe ser respetada, no arrancada de las manos de quienes la protegen —Mis labios se curvan en una sonrisa pequeña y triste—. Tú me enseñaste eso, ¿lo sabías?

El viento se intensifica por un momento, levantando mi cabello y haciendo que la tela de mi vestido ondee a mi alrededor como una bandera. Cierro los ojos, dejando que la brisa me rodee, y en mi mente veo su rostro. Sus ojos verdes llenos de amor y de una sabiduría que yo jamás alcanzaré. Su sonrisa suave, como una promesa. Y siento, con cada fibra de mi ser, que ella me está escuchando.

SIRENAS: El legado perdido de La Atlántida. | [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora