06. Mesa para dos

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El día ha sido largo. Agotador, pero productivo. Después de horas sumergidos en el mar, estudiando formaciones rocosas y trazando mapas submarinos, finalmente hemos encontrado algo que podría ser significativo: una serie de columnas sumergidas que parecen haber sido parte de una estructura mucho mayor. Aunque los datos todavía son vagos, el equipo está entusiasmado. Hay indicios que podrían estar relacionados con La Atlántida, o al menos con una civilización antigua que nunca ha sido documentada.

Después de las inmersiones, la adrenalina comienza a desvanecerse y el cansancio nos alcanza. Mientras regresamos al hostal en la lancha, David se estira, dejando escapar un largo suspiro.

—Creo que necesito comida y una cama, no necesariamente en ese orden —dice con una sonrisa cansada mientras nos bajamos de la embarcación.

—Yo voto por la comida primero —responde la profesora Quintana, ajustando sus gafas mientras sus ojos todavía brillan con la emoción del descubrimiento—. No podemos procesar esta información con el estómago vacío.

David y yo reímos, aunque mi mente sigue dándole vueltas a lo que encontramos hoy. La Atlántida siempre había sido un mito, pero ahora está empezando a parecer más real, más tangible de lo que nunca imaginé. Aún así, una parte de mí sigue distraída, luchando contra las imágenes de la sirena, y la desconexión entre mi deber científico y lo que realmente siento. Pero esta noche no es el momento para pensar en eso.

Nos dirigimos a un pequeño restaurante local, una taberna sencilla que queda cerca del puerto. Es acogedor, con mesas de madera desgastadas y un ambiente relajado, perfecto para distendernos después de un día tan largo. El olor a comida casera llena el aire, y cuando nos sentamos, puedo sentir cómo el hambre empieza a apoderarse de mí.

—Necesitaba esto —dice Quintana, dejándose caer en la silla junto a nosotros—. Nada como una buena cena después de un día así.

Nos sentamos alrededor de una mesa redonda, con David frente a mí, el profesor García a un lado, y Quintana en el otro extremo. Los menús no tardan en llegar, pero antes de siquiera decidir qué vamos a pedir, las conversaciones ya giran en torno a lo que encontramos hoy.

Quintana es la primera en hablar, su mente claramente aún enfocada en las columnas sumergidas.

—No puedo dejar de pensar en esas columnas —comenta, mientras juega con su servilleta entre los dedos—. El material de construcción es diferente a lo que hemos visto en otros asentamientos antiguos. Tiene una textura... extraña, casi como si hubiera estado expuesto a alguna fuerza desconocida.

David asiente, frotándose la barbilla pensativo.

—Sí, lo noté también. No parece erosionado de la manera tradicional por el agua salada. Es como si hubiera sido alterado por algo más que simplemente el tiempo. Algo más poderoso.

—¿Quizás un desastre natural? —sugiero, aunque mi mente está vagando entre las teorías que hemos discutido durante el día—. Si hubo un colapso masivo, las fuerzas tectónicas podrían haber deformado las estructuras antes de que el agua lo cubriera todo.

García, que había estado escuchando en silencio hasta ahora, se inclina hacia adelante, su tono es más analítico.

—Puede que estemos ante una fusión de eventos naturales y un error humano. Si los atlantes realmente existieron, como sugieren algunas de las leyendas, es posible que su ambición de controlar las fuerzas de la naturaleza haya acelerado su caída. No sería la primera civilización que colapsa por su propia arrogancia.

La teoría de la caída de la Atlántida ha sido discutida desde hace siglos. La idea de una civilización avanzada que, al intentar controlar las fuerzas del mundo natural, fue destruida por esas mismas fuerzas. Lo que encontramos hoy podría ser una pista clave en esa historia. Podríamos estar a punto de probar que algo, al menos algo de la leyenda, es real.

SIRENAS: El legado perdido de La Atlántida. | [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora