20. La llamada del océano

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Pam se desliza fuera de mi alcance, su silueta se mueve con una gracia casi inhumana a través del agua, como si las profundidades la llamaran con un cántico silencioso que solo ella pudiera escuchar. Durante los últimos días, la distancia entre nosotras ha crecido de manera imperceptible pero persistente. Sus ojos, antes llenos de cercanía y calidez, ahora reflejan algo más. Un conflicto que no sé cómo resolver.

Cada vez que la miro, siento que una parte de ella se aleja. Y cada vez que intento hablar con ella, sus respuestas se vuelven más cortas, más evasivas. Pam sigue aquí físicamente, pero algo dentro de ella está cambiando. Su risa, que solía ser tan constante y llena de vida, se ha vuelto escasa. Y cuando ríe, es como si el sonido fuera un eco distante, una sombra de lo que fue.

—Amor —la llamo suavemente, observándola mientras se recuesta en la cama del hostal, mirando el techo con una expresión ausente. El amanecer se filtra por las cortinas, creando rayos dorados que acarician su rostro, pero ella parece ajena a la belleza del momento.

—Sí —responde sin mover la vista, sin mirarme realmente. La palabra suena vacía, como si le costara mantenerse en el presente.

El dolor en mi pecho se profundiza. Quiero acercarme, tomar su mano y decirle que todo estará bien, que encontraremos una manera. Pero cada vez que me acerco, siento que el espacio entre nosotras se vuelve insuperable, un abismo que solo el mar podría llenar.

—¿Estás bien? —pregunto finalmente, intentando sonar despreocupada, pero mi voz traiciona mi ansiedad.

Ella sonríe, pero sus ojos siguen mirando el techo, perdidos en algún punto más allá de este lugar. Más allá de mí.

—Sí, claro —dice, pero hay una tensión sutil en su tono que me hace sentir incómoda, como si el aire se volviera más denso.

No puedo soportarlo más. Me muevo lentamente hasta sentarme en el borde de la cama, mis manos están apretadas en mi regazo, tratando de reunir el valor para enfrentarla.

—No estás bien —digo con suavidad, observando cómo sus labios se aprietan, cómo sus hombros se tensan—. Te estás alejando de mí. —Las palabras se deslizan entre nosotras como pequeñas cuchillas, cortando la frágil paz que aún manteníamos.

Pam cierra los ojos, respirando hondo, como si intentara calmar una tormenta interna. Y cuando los abre, finalmente me mira. Sus ojos son como las profundidades del océano, cargados de una tristeza que me deja sin aliento.

—No quiero hacerlo —murmura, su voz baja y quebrada—. Pero... no puedo evitarlo.

—¿Qué significa eso? —mi corazón late frenéticamente, y siento la desesperación crecer dentro de mí. —¿Por qué estás tan distante? —Las preguntas salen en un torrente, como si al decirlas pudiera aferrarla a mi lado, evitar que se desvanezca como la espuma del mar.

—Elena, no es algo que pueda controlar. —Su voz se eleva apenas, pero hay un matiz de desesperación en ella que nunca antes había oído. —Es el océano... me llama. —Las palabras parecen arrancadas de su pecho, cada una de ellas una confesión dolorosa. —Cada día que paso aquí, en tierra, siento cómo... cómo algo dentro de mí se rompe un poco más. —Sus manos tiemblan, y puedo ver cómo se lleva una de ellas al corazón, como si intentara contener algo que late bajo su piel.

Mi respiración se corta. La mujer que he llegado a amar, está muriendo poco a poco. No literalmente, pero algo fundamental en ella está quebrándose con cada segundo que permanece aquí, lejos del mar.

—Pero... creí que podías estar aquí conmigo —mi voz se quiebra al final, y siento las lágrimas arder detrás de mis ojos. —Dijiste que podías...

SIRENAS: El legado perdido de La Atlántida. | [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora