10. Primer beso

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El sol ya está bajo, y la brisa del mar se cuela entre nosotras mientras Pam y yo estamos sentadas en la arena. El rugido de las olas acompaña el silencio que se ha instalado entre las dos. No puedo concentrarme en nada que no sea el peso de todo lo no dicho. Siento sus ojos sobre mí, y aunque me esfuerzo por no mirarla, cada fibra de mi ser está atenta a ella.

Se mueve ligeramente, y el roce de su piel contra la mía me hace tensar los hombros. Su cercanía es intoxicante. Desde que llegamos aquí, todo ha sido una extraña danza, llena de miradas prolongadas y gestos que bordean algo más, algo que aún no nos atrevemos a nombrar.

—Estás muy tensa hoy —me dice finalmente, susurrando, como si no quisiera romper la quietud de la tarde.

Levanto la vista y la encuentro mirándome con una mezcla de diversión y preocupación. Siempre parece tan tranquila, tan segura de sí misma, mientras yo no puedo dejar de sentirme inquieta. Las emociones que han estado creciendo dentro de mí son demasiado grandes para ignorarlas.

—Es que... estamos tan cerca de algo importante —respondo, aunque sé que mis palabras no alcanzan a expresar lo que realmente siento.

Pam asiente lentamente, pero no parece convencida.

—Sí, pero la vida no se trata solo de historia, Elena —dice, su tono suave pero firme—. A veces es más importante lo que está ocurriendo ahora mismo. Aquí, entre nosotras. —Sus palabras se clavan en mí como una verdad que he estado evitando.

Me quedo en silencio, mi mirada se pierde en el mar, pero sé que tiene razón. No se trata solo de la Atlántida, ni de los descubrimientos que estamos haciendo. Se trata de lo que ha estado sucediendo entre nosotras, lo que no hemos querido enfrentar. La tensión, la atracción, el deseo de algo más.

—Tal vez tienes razón —murmuro, sin poder mirarla directamente.

Sonríe de lado, ese gesto tan suyo que hace que mi corazón dé un vuelco.

—Vamos, relájate un poco —dice, levantándose y sacudiéndose la arena de las piernas—. El sol está perfecto para broncearnos, y no tenemos nada más que hacer hoy. Vamos, ¿qué dices?

Río, porque siempre encuentra la manera de hacerme reír, incluso cuando estoy perdida en mis pensamientos. Acepto su propuesta sin pensarlo demasiado, agradecida por la distracción, aunque el sol está por ocultarse y no haya forma de poder broncearse.

Nos quitamos la ropa, y mientras me deshago de la camiseta y los shorts, siento sus ojos sobre mí. Sé que me está mirando. Me giro hacia ella, encontrándola de pie, observándome de una manera que envuelve todo en una nueva tensión, una que va mucho más allá de lo casual.

—Vaya, Elena —dice—. Tienes un cuerpo increíble, no sabía que escondías esto bajo tus ropas de arqueóloga.

Me ruborizo instantáneamente, sintiendo el calor subir por mis mejillas. Intento reír, hacer que todo parezca una broma, pero el peso de su mirada es innegable.

—Pam... deja de bromear —le respondo, aunque mi voz suena más débil de lo que esperaba.

Ella no se ríe. No aparta la mirada.

—No estoy bromeando, Elena. Te ves increíble.

El calor de sus palabras me envuelve por completo. Siento cada célula de mi piel reaccionar a ella, y el espacio entre nosotras se llena de algo que ya no puedo ignorar. El ruido de las olas parece desvanecerse, y todo mi cuerpo está consciente de su proximidad.

Nos sentamos juntas, pero ahora cada movimiento parece cargado. Cada vez que su pierna roza la mía, siento una corriente eléctrica correr por mi cuerpo. Mi respiración es más pesada, más lenta, como si el aire se hubiera vuelto más denso.

SIRENAS: El legado perdido de La Atlántida. | [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora