La tensión en el campamento es palpable, como si el mismo aire estuviera cargado de electricidad. Pam se mantiene a mi lado, con la mirada fija en David, quien la observa como si fuera una criatura salida de un mito, algo que desafía toda lógica y razón. Pero no hay asombro en su mirada. Solo determinación.
—Entonces, eres una sirena —dice él, sus palabras cortantes, cargadas de escepticismo. Aunque lo ha visto con sus propios ojos, aunque la luz que emana de Pam sigue iluminando el campamento de manera casi etérea, David se niega a retroceder—. Y... ¿quieres que te creamos? ¿Que creamos que tú, una criatura de leyenda, has estado protegiendo esta ciudad perdida durante siglos? —Sus labios se curvan en una mueca amarga—. ¿Y que tenemos que dejarlo todo porque tú lo dices?
El equipo entero contiene la respiración. La profesora Quintana y el doctor García no han dicho nada desde que Pam reveló su verdadera identidad. Sus ojos están abiertos como platos, sus expresiones oscilando entre el asombro y la incredulidad. Pero David no les da tiempo para recuperarse.
—Esto no cambia nada —continúa, su tono decidido—. De hecho, solo confirma que estamos en el camino correcto. —Hace un gesto amplio hacia Pam, como si su existencia fuera una pieza más en el rompecabezas que él ha estado armando—. Si las sirenas son reales, entonces... —Sus ojos se iluminan con un destello casi fanático—. Entonces la Atlántida también lo es. —Da un paso adelante, y veo cómo Pam se tensa a mi lado, sus hombros rígidos como si estuviera preparándose para un ataque.
—David, para —mi voz es urgente, pero él no se detiene.
—No —dice, con el tono de alguien que ha estado esperando toda la vida por este momento—. Esto es un descubrimiento revolucionario. Algo que cambiará el curso de la historia —Sus ojos se clavan en los míos, y veo la intensidad en ellos—. No podemos detenernos ahora, Elena. No cuando estamos tan cerca.
Pam respira hondo, y sé que está luchando por contener su propia desesperación.
—Si continúan, desatarán algo que no pueden controlar —dice con voz baja pero firme—. Hay fuerzas en esas ruinas que... —Hace una pausa, buscando las palabras adecuadas—, que harían temblar incluso a los océanos. —Sus ojos se clavan en David, y veo el miedo brillando en ellos—. Ustedes no entienden lo que está en juego.
—Claro que lo entiendo —responde David con frialdad—. Entiendo que nos has estado engañando desde el principio. —Su mirada se endurece aún más—. ¿Cuántas veces te infiltraste en expediciones humanas para desviar nuestras investigaciones? ¿Cuántos secretos nos ocultaste?
El aire entre ellos es como una cuerda tensa, a punto de romperse.
—¡Te estaba protegiendo! —grita Pam, y su voz resuena con una fuerza casi palpable. —¡Los estaba protegiendo a todos! —Sus ojos están llenos de lágrimas que brillan a la luz de la linterna—. Si liberan a Abyssus, no habrá regreso. —Hace una pausa, su mirada se suaviza apenas al mirarlo—. No se trata solo de la Atlántida. Se trata de la vida y la muerte de todos aquí.
Pero David no se inmuta.
—La ciencia no se rinde ante amenazas sin fundamento —dice con un tono cortante—. Y tú, Seraphina... o como quiera que te llames, no nos detendrás.
Siento que mi mundo se desmorona a mi alrededor.
—David, por favor —mi voz es un ruego desesperado, pero él ni siquiera me mira.
—Esto es más grande que tú, Elena —dice con voz firme. —Esto es más grande que ella. —Hace un gesto hacia Pam, con una expresión casi despreciativa—. No podemos detenernos ahora, ¿entiendes? —Su voz se vuelve más aguda, más peligrosa—. Si lo hacemos, perderemos la oportunidad de toda una vida. —Sus ojos se vuelven suplicantes por un momento—. Elena, esto es la Atlántida. ¡La Atlántida! —Las palabras salen casi como un grito.
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SIRENAS: El legado perdido de La Atlántida. | [COMPLETA]
FantasíaBajo las aguas del Mediterráneo, la arqueóloga Elena Irazusta está a punto de hacer el descubrimiento de su vida: un antiguo códice que podría contener las claves para desenterrar la Atlántida, la civilización perdida que ha obsesionado a generacion...