19_ setenta y cuatro

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19_ setenta y cuatro

Seguramente el más allá debería ser un lugar como este, si es que existía.

El sol demasiado brillante hace que entrecierre los ojos, el cielo estaba despejado así que ninguna luz evitaba que los rayos cayeran sobre mi piel debidamente protegida por el protector solar, el agua estaba sorpresivamente cálida para ser primavera, las olas eran bajas y el mar estaba azul, la arena blanca se mantenía tibia sin llegar a quemar, era hermoso.

Cierro mis ojos para permitir que el calor llegará mejor, en parte porque la camiseta larga que me había puesto no servía para secar la humedad de mi cuerpo luego de que saliese del mar, al contrario, se había empapado ni bien la toque.

Una tela acaricia mis hombros, mis ojos se entreabren cuando la sombra esconde el reflejo del sol y en su lugar encuentro a Finnick, está concentrado mientras acomoda el abrigo de lana fina sobre mis hombros, abrochando los primeros botones, me quedaba grande dado a que era la que él usaba hasta recién, el aroma de su persona sale desde la prenda, directo a mi nariz.

-¿Por qué me abrigas? Hace como cuarenta grados –me quejo cuando encuentro palabras

-No hacen cuarenta, deben hacer menos de treinta –me corrige con amabilidad cuando termina de acomodar el abrigo- tu blusa estaba transparente –confiesa, el sonrojo bañan mis mejillas al comprender el mensaje, bajo la vista para verificar que era cierto. Mierda, agua y remeron blanco, no lo había pensado

-¿Por qué no me lo diste antes? –le regaño

-Porque ya vi todo lo que me interesaba –maldito bastardo, se veía orgulloso de declarar eso- pero un camarógrafo está llegando y no me interesa que nadie más lo vea.

-Eres un idiota, lo sabes ¿verdad? –se encoge de hombros, sus labios presionando mi frente- si los periodistas están llegando... ¿deberíamos ir a arreglarnos para la cosecha? –niega con la cabeza

-No vale la pena, vayamos en traje de baño –se burla, mi mano golpeó contra su hombro- bueno, no, mejor no, habrán demasiadas cámaras y no estoy seguro de querer controlar lo que suceda.

-Finnick... -le advierto, el hombre suelta un falso suspiro- deja de jugar, al menos yo tengo que ducharme antes de la ceremonia

-Bien, vamos a ducharnos –acepta, recalcando la palabra final, ruedo la mirada ante la clara insinuación y sus labios se unen con los míos en un beso lento, como si tuviésemos el tiempo del mundo en nuestras manos, mi mano asciende a su mejilla, mi pulgar acariciando su tez- vamos, deja que traigo tus sandalias.

Mierda ¿cómo esperaban las personas que no estuviesen enamorada de él cuando parecía un príncipe? Había días donde su orgullo y terquedad me sacaban de quicio, además de que en otras ocasiones no soportaba que siempre use las bromas como medio de comunicación en lugar de ser directo, sin embargo, esos momentos parecían desvanecerse como la espuma en el mar.

A veces nos peleamos, discutimos, nos mirábamos feo y... a los cinco minutos él sonreía, mi corazón burbujeaba y el enojo se esfumaba, como si no hubiera sucedido; en otras ocasiones era él quien se molestaba, debo admitir que no era tampoco fácil convivir conmigo, sin embargo las discusiones no llegaban más allá de tomar distancia un tiempo para poder aclarar las ideas, entonces nos encontrábamos y continua ábamos.

Era tan fácil estar con él, a pesar de todo, que me fascinaba.

-¡Finnick, se hace tarde! –le recrimino esperando en el umbral de la puerta, el hombre baja las escaleras corriendo.

Aquel que supuestamente ya "estaba listo" fue quien más se demoró en vestirse, su brazo se enreda en mi cadera, algunos cabellos humedecidos estaban desprolijos sobre su rostro pero en él se veía apropósito, seguramente mi pelo estaba en condiciones similares, no dio el tiempo para llegar a secarlo.

Imperfecta | Los juegos del HambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora