Cuando empezamos a enamorarnos, no siempre es necesario conocer a la otra persona durante años para sentir esa chispa de conexión. A veces, un solo día es suficiente para que algo profundo y mágico despierte entre dos almas. En ocasiones, el amor llega de manera inesperada, como si hubiera estado esperando en las sombras, listo para revelarse en el momento preciso. Y cuando dos personas están destinadas a encontrarse, no importa el tiempo ni la distancia; el universo se encargará de alinear cada pequeño detalle, moviendo las piezas del destino hasta que, inevitablemente, las cartas se pongan sobre la mesa y sus caminos se crucen.
Durante el transcurso del día, estuve chateando con Fezco. La conversación era casual, aunque cada mensaje suyo me hacía sonreír un poco más de lo que quería admitir. Después de las clases, Matt me dijo que él tendría que quedarse un poco más. No quería esperar, así que decidí volver a casa por mi cuenta.
—¿Estás segura, linda? —preguntó Matt con una ceja levantada, mirándome con cierta preocupación.
—Sí, no te preocupes —le respondí con una sonrisa tranquila mientras ajustaba mi bolsa.
—No tengo problema en llegar un poco tarde a la clase si te llevo a casa —insistió, claramente esperando que aceptara.
Sacudí la cabeza. —Matt, es tu primer día, no puedes llegar tarde. Mejor mañana traigo mi carro, no te preocupes o le pido al chofer que me lleve. Pero tranquilo, todo está bajo control.
Él soltó un suspiro, sabiendo que no iba a cambiar mi decisión. Me dio un beso en la frente antes de volver a su salón.
—Con cuidado, linda —dijo, despidiéndose con un beso y una mirada protectora, mientras él se metía a su salón.
Mientras caminaba hacia la salida, pensé en qué hacer con el tiempo libre que tenía. Quizá un té en el mall no estaría mal para despejarme un poco. Saqué mi teléfono y justo en ese momento llegó un mensaje de Fezco.
Fezco:¿Ya saliste de la escuela?
Yo: Sí, ya terminaron mis clases.
Fezco: Espero que no se te olvide nuestra cita.
Yo: Claro que no...
Antes de terminar de escribir, escuché a un par de chicas cerca de mí. Estaban murmurando entre risitas.
—Dios, ese chico que está en la entrada... se ve tan wow —decía una de ellas, sus ojos fijos en algo a lo lejos.
No pude evitar seguir su mirada, curiosa por saber a quién se referían. Al salir de la escuela, lo vi. Allí estaba, apoyado casualmente contra su camioneta, como si no le importara que todos los ojos estuvieran sobre él. Fezco sostenía un ramo de flores en una mano, mientras la otra dejaba caer lentamente la calada de su cigarro. Su presencia, tan relajada y segura, destacaba entre el bullicio de estudiantes que iban y venían sin prestarle atención. Pero era imposible no notar cómo él dominaba la escena con su actitud tranquila.
