El hilo rojo es una leyenda que cuenta cómo cada persona está destinada a encontrar a su alma gemela, aquella conexión única que va más allá del tiempo y el espacio. Se dice que un hilo invisible conecta los corazones de dos personas, sin importar las circunstancias, la distancia o el momento en que se encuentren. No importa si el destino los junta en una fiesta inesperada o en un lugar recóndito; cuando se encuentran, esa conexión profunda es innegable. No es tanto el dónde o el cómo, sino el sentirlo, ese momento en el que el alma reconoce a la otra como parte de sí misma, como si el universo hubiera esperado todo este tiempo para hacer posible ese encuentro. No hay barreras que puedan detener el poder de esa conexión, porque cuando el destino llama, simplemente lo sabes, lo sientes, y en ese instante, todo cobra sentido.
Nuestra conversación fluía con naturalidad, me sentía cada vez más cómoda con Fezco; había algo en él que me inspiraba confianza desde el principio, pero también me intrigaba. Era un chico callado pero observador, y cuanto más hablábamos, más me gustaba estar cerca de él. Cambiábamos de tema con facilidad. Finalmente, después de un momento de silencio, decidí sacar un tema que me había estado rondando la cabeza desde la fiesta. Era algo que me generaba curiosidad, pero también me daba un pequeño empujón para conocerlo mejor.
—Entonces... sobre esa fiesta —dije, tratando de cambiar de tema mientras me aplicaba mi labial. Sabía que la conversación se había vuelto un poco intensa, y prefería mantener las cosas ligeras por ahora—. ¿Qué hacías ahí?
Fezco se rió suavemente, entrelazando sus dedos mientras me observaba con esa mirada tranquila y penetrante que siempre me desconcertaba. Parecía leerme por completo, incluso cuando intentaba esconder algo.
—Ah, eso —dijo con un tono despreocupado, su sonrisa ensanchándose—. Solo unos negocios pendientes, nada importante. Aunque tengo que decir que la noche fue un caos. No esperaba que las cosas se salieran de control tan rápido.
Levanté una ceja, mirándolo a través del espejo mientras continuaba mi rutina de maquillaje. —¿Negocios pendientes? —repetí, con curiosidad, el modo en que lo dijo despertaba mi interés.
Fezco se inclinó un poco más hacia adelante, sus ojos nunca dejando los míos, aunque solo fuera a través del espejo. Era como si hubiera una conversación paralela en esas miradas, algo que no necesitaba palabras pero que definitivamente estaba presente. —Nada de qué preocuparse, Vi —dijo suavemente—. La fiesta estuvo... complicada, por decir lo menos. Entre la música, la gente... y bueno, escuché que el tipo enloqueció. Llegué un poco tarde para eso, pero sí, ¿El ambiente estaba raro no?
Sabía exactamente a qué se refería. La fiesta había sido un torbellino de emociones y caos. Todo parecía estar al borde de algo, como si una chispa hubiera sido suficiente para encender una llama.
