La vulnerabilidad y la intimidad son aspectos esenciales en las relaciones humanas, pero también pueden ser fuentes de incomodidad y tensión. En muchas ocasiones, la verdadera conexión entre dos personas no surge únicamente de los momentos de alegría o éxito compartido, sino de aquellos instantes en los que uno se muestra tal como es, sin máscaras ni protecciones. La vulnerabilidad, tanto física como emocional, permite abrirse al otro de manera genuina, aunque al hacerlo se corre el riesgo de ser herido o incomprendido.
La cena continuó, aunque la atmósfera se mantenía en una fina cuerda floja. Yo hacía todo lo posible por mantener la conversación en temas neutros y evitar cualquier comentario que Evan pudiera utilizar como una excusa para coquetear.
Matt permaneció cerca, como siempre, protegiéndome con esa intensidad fraternal que, aunque a veces podía ser sofocante, era algo que valoraba profundamente. Sabía que estaba molesto, pero confiaba en que las cosas se calmarían, al menos por esta noche. No dejaba de observarme de reojo, como si estuviera preparado para intervenir en cualquier momento.
Cuando la cena por fin llegó a su fin, después de lo que parecieron horas de tensión y conversaciones interminables, me despedí educadamente de los invitados. Aproveché el momento para escapar hacia la terraza, deseando sentir el aire fresco contra mi piel y dejar atrás el bullicio de la velada. La noche era cálida, con una suave brisa que acariciaba mis mejillas mientras me apoyaba en la barandilla, mirando las luces brillantes de la ciudad. Era un instante de calma que ansiaba después de tanta vigilancia en la mesa.
Me permití relajarme por unos minutos, cerrando los ojos y respirando profundo, cuando escuché el suave sonido de la puerta corrediza deslizándose detrás de mí. Al abrir los ojos y girar la cabeza, vi a Evan salir a la terraza. Llevaba un cigarrillo en la mano y una expresión despreocupada en su rostro, aunque sus ojos brillaban con ese encanto calculado que había desplegado durante toda la cena.
—¿Escapando del bullicio? —preguntó, encendiendo su cigarrillo y dándole una larga calada antes de soltar el humo hacia el cielo.
Le sonreí suavemente, sin apartar la mirada del horizonte. —Algo así. A veces hace falta un poco de aire fresco después de tanto... ajetreo —respondí, cuidando mis palabras para no sonar demasiado incómoda.
Evan se acercó unos pasos más, quedándose peligrosamente cerca, aunque no lo suficiente como para invadir mi espacio personal. Su tono, relajado pero con una pizca de algo más intenso, me puso en alerta. —Te entiendo perfectamente. Aunque, debo decir, tu presencia fue lo mejor de la noche. Hiciste que todo fuera... mucho más interesante —dijo, su mirada recorriéndome de una forma que, aunque halagadora para otros, solo me hacía sentir más ansiosa.
