Tener una familia que los demás perciben como perfecta conlleva un peso de expectativas muy altas. Un padre siempre se esfuerza por brindar lo mejor a sus hijos, trabajando arduamente para asegurar su bienestar. Sin embargo, las dificultades comienzan cuando el hogar deja de ser un refugio familiar y se convierte en un espacio de reuniones constantes con socios y empresarios. En ese ambiente, se vuelve incómodo invitar amigos, ya que el bullicio y la formalidad parecen adueñarse de cada rincón de la casa. Aun así, cuando alguien entiende esa situación y decide visitarte, a pesar del ruido y la falta de privacidad, ese gesto cobra un valor inmenso. En esos pequeños momentos de comprensión, es donde se aprecia el verdadero significado de la amistad y el apoyo, a pesar del caos que pueda rodear la vida familiar.
El aire entre nosotros era ligero pero cargado de significado. La conexión con Fezco había sido fácil, sin pretensiones. Pero debajo de esa comodidad, había una tensión constante, una corriente que ninguno de los dos parecía dispuesto a nombrar del todo. Estaba claro que era algo más que amistad, algo más profundo que simples bromas; una atracción innegable, algo que nos mantenía cerca y en vilo al mismo tiempo.
Después de varios minutos de conversación ligera y risas que flotaban entre la línea de la naturalidad y el flirteo, me puse de pie, decidida a moverme, como si acercarme pudiera aliviar la intensidad entre nosotros. Me aproximé a él, aún recostado en la cama con esa expresión relajada y despreocupada que me hacía sonreír. Fezco tenía una forma de hacer que todo pareciera más fácil, incluso los momentos más tensos, de reducir la gravedad de cualquier situación con solo una mirada. La camiseta que llevaba se ceñía a su pecho de una manera que no pude evitar notar, y su sonrisa perezosa se ampliaba cada vez que me acercaba demasiado.
—¿Listo, Fez? —le pregunté, tendiéndole la mano para ayudarlo a levantarse.
Tomó mi mano, pero en lugar de usarla para ponerse de pie, tiró de mí con suavidad, haciéndome caer hacia él en un movimiento tan inesperado como intencional. Mi corazón se aceleró cuando me encontré de repente tan cerca de él, lo suficientemente cerca que podía sentir el calor de su aliento rozando mi rostro. Sus ojos, siempre tan tranquilos pero llenos de un significado que me costaba descifrar, me miraban con una mezcla de diversión y deseo. Había algo en su mirada que me desarmaba, que me hacía sentir expuesta y vulnerable.
—Tal vez... —murmuró con su voz baja y envolvente, tan cerca que podía sentir el roce de sus labios cerca de mi oído—. Tal vez prefiera quedarme un poco más, si es que no te molesta.
El calor subió rápidamente a mis mejillas, pero no me aparté. De hecho, me encontré inclinándome un poco más hacia él, como si algo en su cercanía me empujara a seguir ese impulso. Había algo en su cercanía, en la forma en que sus dedos aún sostenían mi mano, en la firmeza de su agarre, que me hacía sentir segura y al mismo tiempo expectante, como si estuviéramos al borde de cruzar una línea que habíamos estado evitando.
