Conocer a alguien puede ser una experiencia profundamente familiar, como si los hilos del destino ya hubieran tejido un lazo entre dos almas. Desde el primer encuentro, hay una chispa que enciende una conexión inexplicable, como si cada sonrisa compartida y cada palabra intercambiada resonaran en un rincón olvidado del corazón.
Cada gesto se vuelve especial, desde el roce de sus manos, la ternura de un abrazo inesperado. Hay una magia palpable en esos momentos, una sensación de que, aunque se acaban de conocer, han estado esperando esto toda su vida. Como si cada gesto los acercará más, construyendo un mundo único solo para ellos, en esos instantes, el tiempo parece detenerse y todo lo demás se desvanece, dejándolos en una burbuja de intimidad y conexión que los transforma en dos mitades de un mismo todo.
Mirándolos ahí, en la cocina, era imposible no imaginar que éramos una familia de verdad. Violet y Ash, riéndose y jugando mientras intentaban hacer unas simples galletas, llenaban el espacio con una calidez a la que no estaba acostumbrado. La risa de Violet tenía una especie de magia, y su paciencia con Ash, mientras él se esforzaba en mezclar ingredientes sin hacer un desastre, era algo tan natural y dulce que me hacía sentir una paz rara, como si todo en la vida pudiera ser así de sencillo.
Observé cómo le pasaba un bowl a Ash, inclinándose ligeramente hacia él mientras le explicaba qué hacer. Algo tan simple se veía tan perfecto que, por un momento, pude imaginar esta escena ocurriendo cada semana, como una especie de ritual. Me sentía atrapado en esa visión: nosotros tres juntos, en una cocina donde las preocupaciones del mundo quedaban afuera, donde todo lo que importaba era reírnos y crear recuerdos que quedarán para siempre.
"Esto es lo que siempre quise", pensé, sin siquiera darme cuenta. Ver a Violet y Ash así, haciendo equipo, me hacía desear un tipo de vida que nunca creí posible.
De pronto, Violet levantó la mirada y me descubrió observándola. En lugar de apartar la vista, me sonrió con una calidez que me derritió. Se acercó, dejando que Ash se concentrará en su mezcla con una intensidad cómica, y me dio un ligero toque en la mano.
—¿Vas a quedarte ahí viéndonos trabajar, o vas a ayudar? —me dijo con una sonrisa que hacía que el mundo se sintiera más ligero.
Sonreí de vuelta y le quité un poco de masa que se le había quedado en la mejilla, aprovechando cualquier excusa para tocarla.— Nah, me gusta este show —respondí, mirándola como si fuera el centro de todo.— Aunque no voy a negar que contigo aquí en la cocina, casi haces que me den ganas de aprender a hornear.
