Las relaciones humanas, especialmente en el ámbito romántico, a menudo revelan las capas más ocultas de nuestro ser. Detrás de cada gesto y palabra, se esconden dos fuerzas poderosas: el orgullo y el miedo al rechazo. A veces, la persona que más queremos es la que más tememos perder, y este temor nos lleva a usar máscaras que esconden nuestras vulnerabilidades. El orgullo se convierte en un escudo para evitar el dolor del rechazo, mientras que el miedo a ser rechazados nos empuja a actuar de maneras que no reflejan nuestros verdaderos sentimientos. Esta dinámica de protección y deseo se vuelve un delicado equilibrio entre abrirse y arriesgarse o mantener una fachada que, al final, solo genera más distancia.
Aun así, no podía evitar sonreír al recordar la forma en que Fezco me miraba, cómo sus ojos se iluminaban con cada broma compartida, cada momento íntimo que parecíamos robarle al mundo. Era un juego peligroso, y me gustaba. Fezco notó mi cambio de expresión y, en silencio, colocó una mano suave en la parte baja de mi espalda.
De repente, Fezco interrumpió mis pensamientos al acercarse, una sonrisa traviesa en su rostro. —¿Quién te tiene tan pensativa, ma'? ¿Es Matt? —preguntó, acercándose un poco más, su voz cargada de curiosidad.
Lo miré de reojo, intentando mantener la compostura. —Nada, solo... me escribió. —respondí, sabiendo que mi tono no era el más convincente.
Fezco se cruzó de brazos, observándome con una expresión que desafiaba a ver más allá de mis palabras. —¿De verdad? Suena más como si estuvieras tratando de ocultar algo.
—Tal vez solo no quiero compartir mis secretos contigo —bromeé, aunque en el fondo sabía que no podía resistir su encanto.
Se acercó aún más, su rostro tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo. —Vamos, solo un pequeño detalle. Prometo no decirle a Matt. —Su tono era juguetón, casi seductor.
—Está bien —cedí, sintiendo que la tensión entre nosotros aumentaba—. Solo es que... está preocupado por mí.
Fezco arqueó una ceja, una sonrisa burlona dibujándose en sus labios. —¿Preocupado? ¿Por qué? ¿Acaso piensas ir a alguna parte sin mí?
—No, pero... —empecé a decir, pero me detuve al notar que sus ojos se iluminaban con una chispa de desafío.
—Entonces no hay de qué preocuparse, ¿verdad? —dijo, inclinándose un poco más hacia mí, sus ojos fijos en los míos, como si intentara leer mis pensamientos.
No pude evitar sonreír ante su insistencia, aunque el nudo de celos en mi garganta seguía ahí. La verdad era que me gustaba tenerlo cerca, disfrutar de la forma en que hacía que todo pareciera más emocionante.
