Medusa - Laberinto de piedra

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En un mundo donde los dioses abandonaron a los mortales a su suerte, los monstruos vagaban libremente por la tierra. Criaturas nacidas de la magia primigenia se alimentaban de los temores y debilidades humanas. Algunos pueblos, desesperados por sobrevivir, recurrían a los cazadores de monstruos, aquellos valientes (o insensatos) que se atrevían a enfrentarse a estas bestias en su propio terreno.

Katsuki Bakugou era uno de esos cazadores. Reconocido por su destreza y arrogancia, no había criatura que le hiciera dudar de su propia superioridad. La fama de sus victorias se extendía como un incendio, y su nombre se susurraba con admiración en tabernas y mercados. Sin embargo, para él, cazar monstruos no era solo un trabajo; era una oportunidad de demostrar que nada, ni nadie, podía superarle.

Por eso, cuando escuchó la historia de la Medusa que vivía en lo profundo de un laberinto de piedra, no lo pensó dos veces.

—No es más que un lagarto con un mal corte de pelo —dijo Katsuki, mientras ajustaba las correas de su armadura y lanzaba una mirada de desdén a su compañero de misión, Izuku Midoriya.

Izuku, un cazador menos experimentado, pero altamente astuto, había sido asignado para acompañar a Katsuki. A diferencia de Katsuki, no buscaba la gloria en sus cazas, sino comprender la naturaleza de los monstruos, convencido de que detrás de cada bestia había una historia, una razón. Él estudiaba a las criaturas tanto como las cazaba, y esa combinación de empatía y estrategia le había ganado el respeto de los más sabios... aunque no de Katsuki.

—No deberíamos subestimarla, Kacchan —advirtió Izuku con seriedad, revisando su equipo con manos firmes—. Según las historias, no es solo su mirada lo que convierte a la gente en piedra. Dicen que el laberinto en sí está vivo, que juega con la mente de quienes se adentran en él. Nadie ha salido ileso.

Katsuki resopló con burla, sus ojos encendidos de desafío.

—Eso es porque todos eran unos idiotas —gruñó—. Solo hay que evitar su maldita mirada. No sé por qué te preocupas tanto.

Izuku tragó saliva, sin querer admitir que la razón de su preocupación no era solo la misión, sino también el hombre que caminaba a su lado. Katsuki era brillante en su arrogancia, deslumbrante en su confianza... y peligroso en su desdén por los riesgos. A pesar de ello, Izuku no podía evitar sentirse atraído por él, como una polilla a la llama, consciente de que si se acercaba demasiado, podría acabar quemado.

El viaje hacia el laberinto fue largo y silencioso. El crepitar de las hojas bajo sus botas y el susurro del viento entre los árboles parecían amplificar la tensión entre ellos. Finalmente, el paisaje cambió, y ante ellos se alzaba una estructura antigua, imponente: el laberinto. Las paredes de piedra gris se extendían hacia el cielo, sus bloques desiguales cubiertos de musgo y enredaderas.

Izuku se detuvo un momento, sintiendo el peso de la historia que rodeaba aquel lugar. Las leyendas decían que la Medusa una vez fue una mujer hermosa, amada por los dioses, pero traicionada por la envidia y condenada a una vida de soledad. Nadie sabía si esa historia era cierta, pero el aire denso de tristeza que envolvía el laberinto le hacía pensar que algo de verdad podría haber en ello.

—¿Vas a quedarte ahí plantado todo el día, nerd? —gruñó Katsuki desde la entrada del laberinto, impaciente—. Vamos a acabar con esto de una vez.

Izuku lo siguió, su corazón latiendo con fuerza. Entrar en ese lugar era como cruzar al otro lado de un mundo diferente. Dentro del laberinto, el aire parecía más frío, y el sonido de sus pasos reverberaba en las paredes de piedra, haciéndolos sentir atrapados en una caja sin salida.

—Mantén los ojos abiertos —murmuró Izuku, su voz apenas un susurro.

—Eso lo sé, estúpido —respondió Katsuki, su tono seco.

Inktober Bakudeku monsters Donde viven las historias. Descúbrelo ahora