Fairy - Entre alas y sombras

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En los límites de un bosque antiguo, donde las luces del sol rara vez penetran el espeso follaje, se encontraba un reino oculto. Un lugar de criaturas mágicas y sombras, gobernado por las hadas demoníacas, seres poderosos y temidos por los humanos. Bakugou Katsuki, el príncipe de estas hadas, patrullaba los confines del reino con ojos dorados y brillantes, su cabello rebelde tan afilado como su carácter. Sus alas negras se agitaban ligeramente en el viento, dándole una apariencia aún más imponente.

Los humanos rara vez se atrevían a entrar en el bosque encantado, sabían de los peligros que acechaban. Pero había un chico en particular que, sin saberlo, había cruzado los límites más de una vez. Izuku Midoriya, un joven soñador del pueblo cercano, siempre había estado fascinado por las leyendas de las hadas. A pesar de las advertencias de su madre y los relatos aterradores sobre las hadas demoníacas, no podía evitar la curiosidad que lo atraía hacia ese lugar prohibido.

Aquella tarde, Izuku se adentró más de lo habitual en el bosque, siguiendo el suave murmullo del viento entre las hojas. Había escuchado historias de criaturas aladas que guardaban secretos invaluables, y aunque el miedo lo acompañaba, su deseo de conocer más sobre ellas lo impulsaba.

Bakugou observaba desde las sombras, irritado por la presencia del humano en su territorio. Era su deber proteger los límites del reino y ahuyentar a cualquier intruso. Con un movimiento rápido, se lanzó desde las ramas de un árbol, aterrizando justo frente a Izuku.

—¿Qué demonios haces aquí, humano? —gruñó Bakugou, con sus alas extendidas a ambos lados, bloqueando cualquier escape.

Izuku dio un salto hacia atrás, el corazón latiéndole con fuerza. El miedo lo invadió al ver a la imponente figura frente a él, pero también sintió una fascinación extraña ante la belleza oscura del hada.

—Yo... yo solo... estaba explorando —balbuceó Izuku, incapaz de apartar la vista de las alas negras y los ojos brillantes de Bakugou.

—¿Explorando? —Bakugou bufó, acercándose con paso firme—. Este no es lugar para un humano insignificante como tú. ¿No te enseñaron nada sobre los peligros de este bosque?

Izuku tragó saliva, pero en lugar de retroceder, dio un paso hacia adelante, sus ojos verdes brillando con determinación.

—Sé lo que dicen sobre las hadas demoníacas, pero no creo que todas sean malas. Las leyendas no siempre cuentan toda la historia.

Bakugou se detuvo en seco, sorprendido por la osadía de ese humano. Ninguno se había atrevido a enfrentarlo así antes. Un destello de interés cruzó por sus ojos, aunque no estaba dispuesto a admitirlo.

—Tienes suerte de que no te mate ahora mismo por cruzar mis tierras —murmuró Bakugou, sus alas batiendo ligeramente—. Pero si vuelves a poner un pie aquí, te aseguro que no seré tan indulgente.

Con esas palabras, Bakugou dio media vuelta, dispuesto a dejar al humano para que encontrara su camino de regreso. Sin embargo, algo en la mirada de Izuku lo detuvo.

—¿Por qué me dejas ir? —preguntó Izuku, intrigado—. Podrías haberme matado, pero no lo hiciste.

Bakugou se giró lentamente, sus ojos brillando con una intensidad desconocida.

—No eres una amenaza, solo un idiota curioso —respondió con desdén, pero en el fondo, algo más lo mantenía intrigado por ese chico humano—. No vuelvas.

Izuku observó cómo el hada desaparecía en la oscuridad del bosque, pero algo en su pecho le decía que ese no sería el último encuentro entre ambos.

A pesar de la advertencia de Bakugou, Izuku no podía quitarse de la cabeza al hada demoníaca. Había algo en esos ojos dorados que lo intrigaba profundamente, una sensación de que no todo era como aparentaba. Cada vez que cerraba los ojos, veía esas alas negras extendiéndose ante él, imponentes pero misteriosas. Su madre le había dicho que el bosque era peligroso, pero su curiosidad y el deseo de entender lo que había visto superaban cualquier advertencia.

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