Ghost - Las sombras del pasado

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Katsuki Bakugou nunca había sido el tipo de persona que lidiaba bien con la culpa. Siempre había creído que ser fuerte significaba no disculparse, no mostrar debilidad. Y durante años, esa actitud lo había llevado a lo más alto, a ser uno de los héroes más poderosos de su generación. Pero ahora, sentado solo en su departamento oscuro y frío, el peso de sus errores lo aplastaba como nunca antes.

No podía recordar el último día que había dormido bien. Cada vez que cerraba los ojos, lo veía. La imagen de Izuku Midoriya, o lo que quedaba de él, estaba grabada en su mente, atormentándolo sin descanso. Aquella sonrisa rota, los ojos llenos de desesperanza. La voz de Izuku pidiendo ayuda que nunca llegó.

Katsuki miró la ventana, el cielo gris reflejaba la tristeza que sentía en el pecho. Fue entonces cuando escuchó el sonido familiar. Un susurro.

—Kacchan...

Su corazón se detuvo por un segundo. Sabía quién era. Siempre lo sabía.

—¿Por qué? —La voz resonó en la habitación, tan clara y acusadora como siempre.

Katsuki se levantó de golpe, los puños apretados y la mandíbula tensa. Sabía que era inútil, pero de todos modos habló.

—No... no es mi culpa... —murmuró, aunque sabía que esas palabras no significaban nada.

Frente a él, la figura de Izuku Midoriya se materializó, flotando en el aire como una sombra triste. Los ojos verdes de Izuku lo miraban con una mezcla de dolor y vacío, el tipo de mirada que había estado persiguiendo a Katsuki desde el día en que Izuku decidió acabar con su vida.

—Fuiste tú... —susurró Izuku, su voz quebrada, pero persistente—. Tú me dijiste que no valía nada, que nunca sería un héroe...

Katsuki se estremeció. Podía recordar el día con una claridad que dolía. Las palabras que había dicho en un momento de ira, de frustración. No había pensado que sus palabras pudieran tener tanto poder, que pudieran destruir a la persona que alguna vez había sido su amigo... la persona que, en el fondo, aún le importaba más de lo que jamás admitiría.

—¡No quería decir eso! —gritó, su voz temblando por la culpa—. ¡No quería que murieras, maldita sea!

Pero Izuku solo lo miró, su expresión vacía. No había lágrimas, no había más reproches. Solo un dolor silencioso que parecía envolver todo a su alrededor.

Katsuki se desplomó en el suelo, incapaz de sostenerse. Cada noche era lo mismo. El fantasma de Izuku lo visitaba, recordándole lo que había hecho. El arrepentimiento lo devoraba, y no había manera de detenerlo. Las disculpas no servían de nada. Izuku ya no estaba allí para perdonarlo.

—Lo siento... —susurró, su voz rota—. Lo siento tanto, Deku...

Pero el fantasma no respondió. Simplemente flotaba, observándolo con esos ojos vacíos, antes de desvanecerse en el aire.

Katsuki cerró los ojos, sintiendo las lágrimas quemar en su rostro. Había llegado al punto en que no sabía cuánto más podía soportar. No importaba cuántas veces pidiera perdón, Izuku nunca volvería. Y la única forma en que el dolor desaparecería sería si él también lo hacía.

Katsuki había intentado de todo para deshacerse de Izuku. Ignorarlo, gritarle, incluso suplicar en noches de desesperación que dejara de atormentarlo. Pero nada funcionaba. Izuku siempre volvía. Y cada vez que lo hacía, Katsuki se sentía más pequeño, más débil, más cerca del borde.

Habían pasado años desde que el fantasma de Izuku comenzó a aparecer. Al principio, solo eran susurros en la noche. Pero ahora, lo veía en todas partes: reflejado en los espejos, en las sombras de las esquinas, flotando a su alrededor mientras caminaba por la ciudad. Siempre presente, como una sombra que no se podía sacudir.

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