Tengo miedo. Hace muchas lunas que me siento
cansado, como si el peso de los años se acumulase sobre mis hombros. De mi boca se han caído todos mis dientes, y hablar se ha convertido en un esfuerzo doloroso. Cada día es una lucha por recordar la vitalidad que solía tener, cuando el mundo parecía más brillante y lleno de posibilidades.Si no fuera por los amigos celestes que me cuidan, trayéndome su comida blanda y su compañía reconfortante, habría muerto de hambre hace mucho tiempo. Ellos me traen frutas maduras y larvas suaves, las únicas cosas que aún puedo disfrutar, aunque la textura y el sabor nunca se comparen con las delicias que alguna vez me regalaba el bosque de frutas.
-suena una voz en off-
Este es Ozymandias, el último chimpancé del mundo. La especie Pan troglodytes, una vez abundante en las selvas del Congo y otras partes de África, entró en la categoría de peligro crítico de extinción en 2025. Las alarmantes cifras de población, debidas a la pérdida de hábitat, la caza furtiva y las enfermedades transmitidas por humanos, llevaron a la comunidad científica a declarar la especie al borde de la desaparición. Sin embargo, fue la crisis del 2029 la que marcó un punto de quiebre; en medio del caos económico y la inestabilidad global, los fondos para la conservación fueron directamente congelados, dejando a los chimpancés sin los recursos necesarios para su protección y supervivencia.
Como resultado de esta falta de apoyo, la especie se extinguió en libertad entre los años 2030 y 2035. Las imágenes de grupos de chimpancés jugando y forrajeando en sus hábitats naturales se convirtieron en recuerdos lejanos, mientras los últimos miembros de la especie fueron atrapados en un ciclo de declive irreversible.
A pesar de los esfuerzos desesperados de organizaciones de conservación y activistas, se hicieron incontables intentos para reunir a los 1500 ejemplares que aún sobrevivían en cautiverio. El objetivo era crear una población robusta que pudiera reintroducirse en la selva del Congo, un sueño que se volvía cada vez más inalcanzable a medida que pasaban los años.
Conforme fue transcurriendo el tiempo, muchos de esos ejemplares en cautiverio fueron falleciendo de vejez, y el ritmo de nacimientos era desesperadamente bajo. La especie, antes rica en diversidad genética, pasó a estar ecológicamente extinta; no había suficientes ejemplares para crear una población sana sin caer en la endogamia. Se volvió evidente que la especie más cercana al Homo sapiens estaba por desaparecer ante nuestros ojos.
Para 2037, el Santuario Kibale anunciaba con gran pesar que su chimpancé, Ozymandias -el último chimpancé sobre la Tierra- estaba agonizando. A lo largo de los años, los administradores del santuario habían mandado a criopreservar el material genético de 120 chimpancés, con la esperanza de que algún día pudieran revivirlos. Sin embargo, la noticia del deterioro de Ozymandias se convirtió en un rayo de esperanza, ya que con la atención generada se podría financiar investigaciones sobre la clonación de grandes simios, a pesar de que muchos cuestionaban la ética de monetizar la extinción de una especie tan cercana a nosotros.
Los días transcurrían, y millones de personas de todo el mundo acudían al santuario para ver al último chimpancé. Al cabo de unas semanas, Ozymandias seguía con vida y parecía mantener una buena salud, lo que hizo que la afluencia de visitantes comenzara a disminuir. Vestidos con ropas negras, los curiosos se acercaban con respeto. Ozymandias, aunque ya no gozaba de buena vista, percibía que esos extraños no eran de los suyos, pero su presencia le brindaba calma.
Para muchas personas, Ozy era más que un chimpancé; con sus 80 años, se había convertido en el ejemplar más longevo del que se tenga registro. Sus cuidadores comentaban que Ozymandias era consciente de la diferencia de edad con quienes lo rodeaban, y a menudo intentaba enseñarles cosas, como romper nueces -aunque ya no pudiera masticarlas- o usar palitos para pescar larvas de escarabajo. Estas "lecciones" eran grabadas y estudiadas por etólogos, quienes esperaban que, si algún día lograban revivir a la especie, no tuvieran que empezar desde cero.
Después de un mes desde el anuncio de su estado crítico, Ozy sufrió una nueva recaída, y era evidente que esta vez no habría retorno. Entre la gente de ciencia se encontraban dos figuras de renombre, Jane Goodall y David Attemborough, ambos no solo eran cientificos reconocidos por sus labores en pos de la conservación del medio ambiente sino que tambien eran supercentenarios, parte de los avances en medicina que mantuvieron a Ozy sano y en forma tambien eran utilizados por la población, una consecuencia de la deforestación fue el descubrimiento de numerosas plantas medicinales, ahora cultivadas en invernaderos para evitar su extincion.
No estaban aqui solo para estudiarlo, querian despedirse. Durante años, habían defendido que eran nuestros primos y hermanos en la evolución; la conexión era tan profunda que era imposible contemplarlo sin verse reflejado en su mirada. El dolor que muchos sentían se asemejaba al de perder a un ser querido, y de alguna manera, así era.
Toda la humanidad iba a perder a un hermano.
A las 2:49 del 16 de noviembre de 2037, el género Pan que incluia a numerosas subespecies de chimpances y bonobos oficialmente se consideraba extinta.
ESTÁS LEYENDO
Relatos del Fanerozoico
RandomEl Sol esta muriendo y con el tambien lo hará la Tierra. Los oceanos se evaporaron y la vida se esta marchitando. Oculto en las montañas polares, donde las ultimas fuentes de agua liquida sobreviven, yace el aletargado Rinogrado Decápodo, el represe...