XLIII

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Wednesday terminó de acomodar el último peluche de Badtz-Maru en la caja, con un leve fruncir de cejas

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Wednesday terminó de acomodar el último peluche de Badtz-Maru en la caja, con un leve fruncir de cejas. El pensamiento de que sus preciados juguetes pudieran aplastarse en el viaje al Reino Unido la incomodaba más de lo que estaba dispuesta a admitir. Observó el cuarto con un suspiro; todo lucía despojado, casi vacío. Era una versión desolada de su propio espacio, algo que, a pesar de su naturaleza distante, le causaba cierta nostalgia.

El sonido de la puerta abriéndose con lentitud la sacó de sus pensamientos. Morticia se asomó al umbral, quedándose de pie mientras sus ojos recorrían la habitación. La transformación la tomó por sorpresa, y una mezcla de orgullo y tristeza se reflejó en su rostro. Con un leve sollozo, llevó una mano al pecho.

—Estás tan grande… —dijo, con la voz quebrada por la emoción.

Wednesday, quien había estado revisando por última vez la caja, rodó los ojos con una paciencia ensayada. Sabía que esto sucedería; lo había previsto como uno de los inevitables pasos en el proceso de despedida.

—Mamá, me voy solo un año —respondió por décima vez, su tono seco pero no carente de cariño—. Luego volveré y podrás seguir siendo la mejor mamá del mundo conmigo.

Morticia dejó escapar una risa suave, mezcla de dulzura y melancolía, antes de acercarse y revolverle el cabello con ternura. La madre-dueña-de-casa eterna, siempre buscando cuidar incluso cuando el objeto de su amor ya no lo necesitaba.

—Claro que soy la mejor mamá del mundo —murmuró Morticia, envolviéndola en un abrazo que fue correspondido con una leve tensión—. Te consiento, te sacaré de cualquier problema... y, por supuesto, te conseguí una linda novia.

El ceño de Wednesday se frunció al instante mientras intentaba zafarse del abrazo.

—La compraste, mamá —le recordó con desdén, apartándose finalmente.

Morticia hizo un gesto despreocupado, como si el pequeño detalle fuera insignificante.

—Pero es linda, ¿no? —replicó con una sonrisa, su tono ligeramente pícaro.

Wednesday suspiró con cansancio, decidiendo no seguir ese debate inútil. Sabía que su madre siempre ganaba esas batallas triviales. En cambio, tomó el siguiente par de botas que iba a empacar, lanzándolas dentro de la maleta con algo más de fuerza de la necesaria. Morticia, sin embargo, había cambiado de tema antes de que ella pudiera relajarse.

—¿Y cómo está Nini? —preguntó con una repentina mirada seria, observándola de reojo—. De seguro debe estar triste con tu partida.

El nombre provocó una reacción inmediata en Wednesday, que se removió ligeramente incómoda. Apartó la vista, concentrándose en ordenar meticulosamente la ropa para la maleta, como si el simple acto de doblar tela pudiera darle control sobre lo que sentía.

—Ya sabes cómo es —murmuró, su tono más apagado—. Una separación siempre es difícil.

El silencio que siguió fue denso, cargado de palabras no dichas. Morticia, astuta como siempre, percibió la incomodidad de su hija, pero optó por no presionar. Con los años, había aprendido que algunas heridas necesitaban su propio ritmo para sanar, aunque el corazón de madre quisiera más respuestas.

El móvil de Wednesday vibró sobre la cama, cortando la tensión en el aire. Lo tomó rápidamente, leyendo el mensaje. Una excusa perfecta para finalizar la conversación.

—No me esperes despierta, mamá —dijo mientras deslizaba el teléfono en su bolsillo—. Sabes que las fiestas de Yoko siempre terminan tarde.

Morticia chasqueó la lengua con un gesto de desaprobación, aunque en el fondo le divertía un poco la rebeldía controlada de su hija.

—En lugar de pasar Año Nuevo con tu vieja madre —se quejó con teatralidad—, decides irte de fiesta con tus amigos del demonio.

—Te caen bien mis amigos —replicó Wednesday con calma, recogiendo su chaqueta del respaldo de la silla—. Y además, tú te irás a dormir a las once, a mí no me engañas.

Morticia soltó una risita encantadora, como si el comentario hubiera sido una caricia a su orgullo.

—Mándales mis saludos a tus amigos —le dijo mientras se acercaba para darle un beso en la mejilla—. Y recuerda llevarle la crema para el dolor de trasero a tu amigo el alto.

Wednesday bufó, pero no dijo nada. Su madre siempre encontraba la manera de dejarla sin palabras, incluso en las situaciones más absurdas. Morticia salió de la habitación con la misma gracia con la que había entrado, dejándola a solas con sus pensamientos.

El silencio que siguió se sintió pesado. Wednesday miró las cajas apiladas con sus cosas, todas etiquetadas con precisión. Su mirada se posó en la maleta a medio hacer, y de pronto, el vacío del cuarto pareció reflejar el que sentía en su interior. Quedaban solo dos días. Dos días para dejar Estados Unidos, para comenzar una nueva etapa, para alejarse de todo lo que conocía, y, sobre todo, para dejar a Enid.

El pensamiento fue como un pinchazo. Una punzada de realidad que no estaba lista para enfrentar, así que, en lugar de detenerse a pensarlo, se puso de pie, se colocó la chaqueta, y salió del cuarto sin mirar atrás.

 Una punzada de realidad que no estaba lista para enfrentar, así que, en lugar de detenerse a pensarlo, se puso de pie, se colocó la chaqueta, y salió del cuarto sin mirar atrás

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