7 Encuentros

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María

El lejano ruido de las lavadoras, voces de mi equipo de trabajo y el suave tecleo de mis dedos sobre el teclado son los únicos sonidos que rompen el silencio en mi oficina. Estoy sumergida en una avalancha de correos electrónicos, tratando de poner orden en el caos que parece ser mi bandeja de entrada últimamente.

<<Pinche Laura... ¿dónde chingados metió el archivo de la cotización?>>

Frustrada, me paso una mano por el pelo, desordenándolo aún más. Es en ese momento cuando algo, o más bien alguien, llama mi atención en el umbral de la puerta. Esa puerta que rara vez dejo abierta, pero que hoy, por alguna razón, decidí no cerrar.

El tiempo parece detenerse.

Ahí está él. Rafael. Parado con un gesto serio, cauteloso, mirándome fijamente. Sus ojos, esos que tantas veces me hicieron perder el aliento, ahora están cargados de una emoción que no logro descifrar. ¿Arrepentimiento? ¿Determinación? ¿Miedo?

Mi corazón da un vuelco, latiendo con tanta fuerza que temo que él pueda escucharlo, mi estomago se aprieta al instante. Siento cómo la sangre abandona mi rostro y luego regresa con venganza, dejándome seguramente más roja que un tomate.

<<¿Qué hace aquí? >>

Mil preguntas atraviesan mi mente en cuestión de segundos, pero ninguna logra llegar a mis labios. Estoy congelada, atrapada entre el shock de verlo y el torbellino de emociones que su presencia desata en mí.

Rafael no se mueve, no habla. Solo me mira, como si estuviera esperando mi reacción, preparándose para cualquier cosa que pueda hacer o decir.

El silencio entre nosotros es ensordecedor, cargado de todas las palabras no dichas, de todas las heridas aún abiertas.

Pero aun así, no puedo negar lo evidente: está más delicioso que nunca. Se nota que ha trabajado su cuerpo, la camisa blanca perfectamente bien amoldada a esa espalda ancha y pectorales poderosos me lo gritan. Siempre me ha gustado su cuerpo atlético de nadador profesional, pero debo admitir que hoy veo algo diferente. Y esa barba ¡Como me encanta esa jodida barba!, delineada a un candado perfecto y tentador que enmarcan los labios medianamente carnosos que tanto me gusta morder...

<<¡Contrólate facilota!>>

Finalmente, logro encontrar mi voz, aunque suena extraña incluso para mis propios oídos.

—¿Qué haces aquí?... —Mi voz suena con determinación.

Él da un paso tentativo hacia adelante, sin apartar sus ojos de los míos.

—Hola María... —Su voz es grave, cargada de emoción—. Vine a que hablemos.

Esas cuatro palabras hacen que mi estómago se retuerza. Siento cómo se me revuelven las entrañas, como si acabara de subirme a una montaña rusa emocional. Una parte de mí, la que aún está herida y furiosa, quiere gritarle, echarlo de mi oficina, de mi vida. Quiere escupirle todo el veneno que he estado acumulando durante meses.

Pero hay otra parte, una que creía haber enterrado bajo toneladas de orgullo y dolor, que se despierta como un animal hambriento. Es la parte que me ha traicionado en las noches, mandándome sueños húmedos que me dejan jadeando, frustrada y muy mojada. La que recuerda con dolorosa claridad cada caricia, cada beso, cada rasguño de este hombre, sus gemidos y gruñidos. Esta parte quiere lanzarse a sus brazos, enterrar la nariz en su cuello y olvidar todo lo que pasó.

Pero no hago ninguna de las dos cosas. En cambio, me enderezo en mi silla, sintiendo cómo mi columna se tensa, como si fuera un alambre a punto de romperse. Intento recobrar algo de compostura, aunque por dentro soy un torbellino.

Más Allá del Juego ... Las reglas cambianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora