Rafael
Los números bailan frente a mis ojos mientras reviso las proyecciones financieras del siguiente ciclo escolar. El aire acondicionado zumba suavemente, manteniendo a raya el calor sofocante de Playa del Carmen, mientras la luz de la mañana se filtra por los ventanales de mi oficina, bañando de dorado los papeles esparcidos sobre mi escritorio.
<<¡A la chingada! Estos números no cuadran... algo no está bien con el presupuesto deportivo>>
El suave toquido en la puerta me distrae de mi concentración. La señora Pati, con sus tantos años trabajando en el colegio, tiene esa forma única de tocar: tres golpes suaves pero firmes, como si incluso su manera de llamar a la puerta reflejara su personalidad discreta pero eficiente.
―Adelante ―respondo sin levantar la vista de los documentos, tratando de no perder el hilo de mis cálculos.
―Rafa... ―hay algo en su tono, una nota de inquietud que finalmente me hace alzar la mirada. La señora Pati está parada en el umbral, su postura tensa delatando que algo no anda bien―. Te busca...
No logra terminar la frase. Como una ráfaga de perfume dulzón y tacones altos, Karla se desliza dentro de mi oficina, pasando junto a mi secretaria como si fuera invisible.
―Rafa... ―la voz de Karla es puro terciopelo mientras se desliza por la puerta como una serpiente―. ¿Interrumpo?
<<¡Puta madre! ¿Qué hace esta vieja aquí?>>
―Disculpa, Rafa ―la señora Pati me mira con preocupación―. Le dije que necesitaba una cita, pero...
Mi estómago se retuerce al verla. Lleva un vestido azul marino que parece pintado sobre su cuerpo, el tipo de atuendo que solía usar cuando quería volverme loco. Su sonrisa es la misma de antes: depredadora, calculada.
<<Ay... carajo...>>
―No te preocupes, Pati ―la interrumpo, notando cómo Karla ya ha tomado posesión de una de las sillas frente a mi escritorio, cruzando las piernas con estudiada elegancia―. ¿Podrías traernos un café?
―De hecho ―Karla interviene, su voz melosa como jarabe―, yo preferiría un té. Si no es molestia.
La señora Pati me mira, esperando mi confirmación. Hay años de lealtad en esa mirada, y una clara advertencia: si quiero, ella puede sacar a esta intrusa de mi oficina con la misma eficiencia con la que maneja todo lo demás.
―Está bien, Pati ―asiento levemente―. Un té para la señorita y mi café de siempre, por favor.
La puerta se cierra con un clic suave, dejándonos solos. El silencio se espesa en la oficina como miel caliente, roto solo por el constante zumbido del aire acondicionado y el tictac del reloj en la pared.
<<Ya valió madres mi mañana tranquila...>>
―Linda oficina ―Karla recorre el espacio con la mirada, deteniéndose en las fotos enmarcadas en la pared. Mis tiburones en sus competencias, Paulina en su última presentación de ballet, María y yo en la boda de Mónica y Miguel―. Muy... familiar.
Hay algo en la forma en que dice "familiar" que me eriza la piel. Es como escuchar el cascabel de una serpiente antes de atacar.
―¿Qué haces aquí, Karla? ―mi voz sale plana, profesional. La misma voz que uso en juntas directivas cuando alguien intenta pasarse de listo.
Ella sonríe, esa sonrisa estudiada que solía usar cuando quería algo. Sus uñas, perfectamente manicuradas en un tono que hace juego con su vestido, tamborilean suavemente sobre el brazo de la silla.
ESTÁS LEYENDO
Más Allá del Juego ... Las reglas cambian
RomanceMás allá del juego - Las reglas cambian María pensó que había encontrado su final feliz con Rafael, pero el destino tiene otros planes. En esta apasionante secuela de Más allá del juego, nuestros protagonistas se enfrentan a nuevos desafíos que pond...