26 Mirna

11 4 1
                                    


Rafael

La noche ha caído sobre Playa del Carmen, envolviendo mi casa en un manto de tranquilidad. Los niños duermen profundamente en la habitación de arriba, agotados por un día lleno de diversión y emociones. Maria y yo salimos al jardín, en donde sirvo dos copas de vino del que le gusta, mientras coloco una cajetilla de cigarros, de esos que sé que le gustan de repente.

Al verla, sus ojos se iluminan con un brillo cómplice. Esa marca de cigarrillos me recuerda las breves noches que compartimos en Mérida y me hacen gracia. Al parecer a ella también.

Dejo una copa en frente de ella y le enciendo su cigarrillo, que acepta gustosa. Tomo asiento y me dejo envolver por esta calma que no experimentaba en mucho tiempo. Es como si todo estuviera en su lugar. Miro a María, su perfil iluminado por la tenue luz de la terraza, y sé que es el momento. Necesito compartir esta parte de mi historia con ella.

Comienzo, mi voz más suave de lo que pretendía—, ¿Quieres escuchar una historia?

Me mira expectante. Cómo si leyera mi mente. Intuye de que va el asunto.

—Si, por favor —Me responde suave, sosteniendo el cigarrillo entre sus dedos.

Tomo una respiración profunda antes de continuar. Quiero ordenar mis ideas, por lo que le doy una profunda calada a mi cigarro, dejando escapar el aire con calma, dejando que el humo abandone mis pulmones. Dando paso a la verdad.

—Todos los niños que vivíamos en los ranchos vecinos, allá en Mazatlán, crecimos juntos. Las familias nos conocíamos, todos sabíamos hijos de quienes éramos y así nos cuidaban entre todos. —Hago una pausa para seguir — Don Rafa, Don Carlos y Don Manuel fueron los primeros en llegar, después llagaron más, entre ellos la familia de Don Raúl... —clavo mi mirada en Maria, para ver su reacción a lo próximo que estoy por contar — el padre de Mirna.

Como lo esperé, se tensó casi imperceptiblemente, pero esta quieta, atenta a lo que digo. Hago una pausa, tomando un sorbo de vino para humedecer mi garganta repentinamente seca.

—Poco tiempo después Mirna y su familia se fueron a Estados Unidos cuando teníamos seis años. Regresó cuando teníamos quince, y estaba... cambiada. Muy bonita. Recuerdo que coqueteaba conmigo, pero en ese momento, yo estaba más preocupado por Juan Carlos. Sus padres acababan de fallecer y él nos necesitaba.

El recuerdo de aquellos días difíciles me hace sentir una punzada de nostalgia.

—Mirna se fue de nuevo y no la volví a ver hasta los 27 años. Esta vez sí que me llamó la atención —una sonrisa nostálgica se dibuja en mi rostro—. Pero tenía novio. Pasó un año antes de que empezáramos a salir, justo cuando termino con él.

Hago una pausa, ordenando mis pensamientos. María da sorbos a su vino y deja que el humo de su cigarro forme figuras diversas en el aire, dándome el espacio que necesito.

—Yo cursaba el último año de Universidad cuando comenzamos a salir formalmente — Recuerdo esos días y siento un pinchazo de nostalgia.

—Nuestro noviazgo duró dos años —continúo—. Al principio fue bonito, pero con el tiempo... las cosas se fueron complicando. Mirna se volvió muy celosa, y yo... bueno, no era precisamente un santo.

Siento una punzada de culpa al recordar aquellos tiempos. No estoy orgulloso de muchas de las cosas que hice. Fui mujeriego a decir basta. Tenia todo lo que un soltero a esa edad podía desear: dinero, libertad, siempre me ha gustado vestir bien, un coctel perfecto para atraer a muchas mujeres, una más guapa que la anterior.

—Rompíamos y volvíamos constantemente. Su padre siempre intercedía, me hacía sentir culpable... —Me quedo pensando por un momento — En realidad, nunca entendí el porque se empeñaba en que su hija siguiera con un tipo como yo ... si cada vez me volvía más descarado en las pendejadas que hacia y, que, por obvias razones, cada vez descomponían más a su hija.

Más Allá del Juego ... Las reglas cambianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora