2 En pausa

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Rafael

Bebo otro sorbo de café. Llevo horas sentado aquí, tratando de encontrar sentido a todo este desmadre que he causado. La cara de María, dolida y decepcionada, no deja de atormentarme. Muy pocas veces en la vida he tenido esa sensación de no saber qué hacer, qué sigue... esta es una de ellas.

<<La cagué. La cagué en grande>>

Cierro los ojos, pero es inútil. Las imágenes se suceden como una película de terror: el video, mis palabras crueles, la mirada rota de María... Todo se mezcla en un torbellino de culpa y arrepentimiento que me ahoga.

Un golpe en la puerta me saca de mi ensimismamiento. Es Manuel, mi amigo, socio y director del colegio. Su expresión preocupada me dice que mi aspecto debe ser tan jodido como me siento.

—A penas me desocupé, comprade... ¿para que soy bueno? — pregunta, cerrando la puerta tras de sí.

Suelto una sonrisa que no me llega a los ojos.

—No te preocupes, compadre. No pasa nada

Se me queda mirando en silencio, mientras inspecciono el liquido en mi taza.

—¿Sigues sin arreglar las cosas con Maria, verdad? —Me pregunta con su voz apagada.

—La cagué. La cagué como nunca antes, hermano... Dudo mucho que me perdone.

Manuel toma asiento frente a mí, su mirada una mezcla de preocupación y comprensión.

—Sí, la cagaste —admite—. Pero hundirte no va a arreglar nada.

Tiene razón, lo sé. Pero admitirlo en voz alta es otra cosa.

—He estado pensando, Manuel —digo después de un largo silencio—. Necesito irme un tiempo.

—¿Irte? ¿A dónde?

—A Sinaloa. Con mi familia. —Las palabras salen como si tuvieran vida propia—. Necesito poner distancia, aclarar mis ideas. Trabajar en mis... mis pinches demonios personales.

Manuel asiente lentamente, procesando la información. Me mira fijamente, como evaluando mi decisión.

—¿Estás seguro de esto, Rafa? ¿Qué hay del equipo de natación? ¿De tus Tiburones?

Suspiro profundamente.

<<Mis Tiburones>>

—Mis Tiburones son otra parte que me duelen en el alma. — paso saliva para deshacer el nudo que se formo. Pero continuo

—Manuel, si me quedo aquí, voy a terminar destruyéndome. Y de paso, lastimando más a María y a todos los que me importan. —Hago una pausa, buscando las palabras correctas—. Necesito sanar, entender por qué chingados dudé de la mujer que amo. Necesito ser mejor, no solo por María, sino por Paulina, por mí mismo.

Manuel se recuesta en su silla, su expresión suavizándose.

—Te entiendo, hermano. Y te apoyo. —Extiende su mano para darme un apretón en el hombro—. Tomate el tiempo que necesites. Yo me encargaré de todo aquí.

Asiento, agradecido.

—Gracias, Manuel. Sabía que podía contar contigo.

Al día siguiente, me dirijo al colegio. No para trabajar, sino para una despedida que me pesa en el alma. Camino por el pasillo que lleva a la alberca, recordando todos los momentos felices que viví aquí con María, con los niños...

De repente, escucho gritos emocionados que me sacan de mis pensamientos.

—¡Coach! ¡Rafa!

Volteo para ver a Leo y Nico corriendo hacia mí, sus caritas iluminadas por sonrisas enormes. Por un momento, el mundo se detiene. Estos niños, que se convirtieron en una parte tan importante de mi vida, ahora corren hacia mí sin saber que vengo a despedirme.

Me agacho para recibirlos en un abrazo, sintiendo cómo se me hace un nudo en la garganta.

—¡Hola, Tiburones! —logro decir, tratando de que mi voz suene normal—. ¿Cómo están?

—¡Bien! —responde Leo emocionado—. ¿Vamos a entrenar hoy en la tarde?

Nico asiente enérgicamente, sus ojitos brillantes de expectativa.

Trago saliva, buscando las palabras adecuadas.

—No, chicos. De hecho... vengo a despedirme.

Sus expresiones cambian instantáneamente. La confusión y la tristeza se reflejan en sus rostros.

—¿Te vas? —pregunta Nico, su voz apenas un susurro—. ¿Ya no vas a ser nuestro coach?

Siento cómo se me parte el corazón. ¿Cómo explicarles a estos niños que me voy porque la cagué con su mamá? ¿Cómo decirles que necesito irme para no seguir lastimándolos?

—Me voy de viaje un tiempo —explico, tratando de sonar lo más tranquilo posible—. Pero volveré, lo prometo.

Leo me mira fijamente, y por un momento, veo en sus ojos la misma intensidad que tiene María cuando sabe que le estoy ocultando algo.

—¿Es por mamá? —pregunta directamente—. ¿Por eso ya no vienes a casa?

Su pregunta me golpea como un puñetazo en el estómago. Estos niños son demasiado inteligentes, demasiado perceptivos.

—Es... complicado, tiburón —respondo, sintiendo cómo las palabras se atascan en mi garganta—. Pero quiero que sepan algo: los quiero mucho a los dos. Y aunque me vaya por un tiempo, siempre los llevaré en mi corazón.

Nico se lanza a abrazarme, enterrando su carita en mi pecho. Leo se une al abrazo un segundo después. Los rodeo con mis brazos, deseando poder congelar este momento para siempre.

—Nosotros también te queremos, Coach —murmura Nico contra mi camisa.

—Prométenos que vas a volver —exige Leo, su voz mezclada entre la súplica y la orden.

—Lo prometo, Tiburones —respondo, sintiendo cómo las lágrimas amenazan con derramarse—. Lo prometo.

Nos quedamos así por un momento, en un abrazo que sabe a despedida y a promesa. Cuando finalmente nos separamos, revuelvo el pelo de ambos, tratando de sonreír.

—Ahora, a clases —les digo, intentando sonar animado—. Quiero que se porten bien y que sigan entrenando duro, ¿eh?

Ambos asienten, sus expresiones una mezcla de tristeza y determinación.

—Te vamos a extrañar, Rafa —dice Leo mientras se alejan.

—Y yo a ustedes, corazones. Y yo a ustedes.

Los veo alejarse por el pasillo, sus pequeñas figuras perdiéndose entre los demás alumnos. El peso de lo que estoy dejando atrás cae sobre mí como una losa.

Pero sé que es necesario. Necesito sanar, necesito ser mejor. Por María, por los niños, por Paulina... por todos.

Con un último vistazo al colegio, me doy la vuelta y me dirijo a la salida. Es hora de enfrentar mis demonios, de trabajar en mí mismo.

Solo espero que, cuando regrese, no sea demasiado tarde para arreglar todo lo que he roto.

Más Allá del Juego ... Las reglas cambianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora