RafaelEl último regalo por fin encuentra su lugar en la montaña de cajas y bolsas que ahora decora nuestra estancia. María suspira satisfecha, repasando mentalmente su lista invisible de pendientes mientras se masajea el cuello.
―Listo, Coach ―su sonrisa cansada me llega al alma―. Creo que ya podemos declarar oficialmente terminado este día.
―Creo que si.
Mi mirada se desvía instintivamente hacia el segundo piso, donde las abuelitas ―¡benditas sean!― nos ayudaron con la misión imposible de bañar y acostar a nuestros pequeños demonios. Los pobres apenas y aguantaron el baño, cayendo rendidos como soldados después de la batalla.
―Mañana nos encargamos del resto ―María avanza hacia las escaleras con pasos que delatan su agotamiento―. Lo único que quiero es quitarme estas chingaderas de los pies... ―hasta hablar le cuesta trabajo― un baño y... a la cama.
Me hace gracia el odio que destilan sus palabras al referirse a sus tacones. Aunque secretamente agradezco que se "torture" usando esas "chingaderas", como ella les llama. Ese vestido, que todavía tengo planes para él, elevó su poder natural a niveles criminales gracias a esos tacones. Casi me da un infarto cuando la vi bajar las escaleras esta tarde.
―Todavía no, bonita ―le guiño un ojo mientras abro la puerta de nuestra recámara―. La noche es joven y tú... ―la recorro con la mirada sin disimulo― sigues igual de guapa que hace rato.
Su risa me eriza la piel mientras entra a la habitación, descalzándose en el proceso con esa gracia natural que me gusta. Las sandalias vuelan por el aire, aterrizando perfectamente junto al sillón donde se deja caer con un gemido de alivio.
―¡Ahhh! ―estira los dedos de los pies como gatita satisfecha― ¡Qué rico! ―ronronea con un gemido que mi cerebro de troglodita registra al instante.
―¡Carajo, bonita...! ―escondo mi sonrisa mientras me dirijo al minibar― Empiezo a pensar que quitarte esos tacones ―saco la botella de su vino favorito― te da más placer que yo.
Su carcajada inunda la habitación. Me encanta que mis pendejadas la hagan reír así.
―¿Nos tomamos una copa? ―me acerco con las dos copas hacia la mesa frente al sillón donde ella sigue masajeándose las piernas.
―Mmm... ―su sonrisa se vuelve traviesa― Empiezo a pensar que este vinito ya te gusta más a ti que a mí.
―Digamos que... ―batallo con el sacacorchos― no me quedó de otra... ―retiro el corcho con un 'pop' satisfactorio― aunque ese sabor sigue siendo un insulto directo a mis habilidades como catador.
Vierto el vino en nuestras copas y le extiendo una a mi mujer, que sigue igual de preciosa que hace rato, aunque las señales de cansancio son evidentes. Su melena de rizos ahora luce salvaje, libre del fijador de la tarde. El maquillaje perfecto con el que bajó está ligeramente corrido, pero eso solo la hace más hermosa ante mis ojos. Me encanta que casi no use maquillaje, excepto en ocasiones especiales como esta, cuando decide resaltar esos ojos color chocolate que me pueden poner hasta nervioso. Aunque ahora mismo me miran relajados y con ese brillo que me esmero por mantener: está feliz.
―¡Oye! ―finge indignación mientras se acomoda mejor en el sillón― No todos tenemos el paladar salvaje que prefiere esos vinos que nada más de probarlos sientes como te amarran la lengua.
<<¡Qué delicia tenerla así! Toda relajada y contenta...>>
Sus piernas descansan en mi regazo mientras mis dedos trazan círculos distraídos sobre su piel. El vino ya empieza a hacer su trabajo, relajando los músculos tensos después de tantas horas en esos tacones infernales.
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Más Allá del Juego ... Las reglas cambian
Roman d'amourMás allá del juego - Las reglas cambian María pensó que había encontrado su final feliz con Rafael, pero el destino tiene otros planes. En esta apasionante secuela de Más allá del juego, nuestros protagonistas se enfrentan a nuevos desafíos que pond...