37 Hermanos

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María

Bajo las escaleras con las piernas temblorosas, consecuencia del encuentro furtivo y apasionado que tuve con Rafael en la ducha. Me detengo en el último escalón cuando veo a Juan Carlos al pie de la escalera. Sus ojos me miran con esa comprensión que solo puede tener alguien que te conoce tan bien, que sabe exactamente el infierno que acabas de atravesar.

No dice nada, solo abre sus brazos, ofreciéndome ese refugio que tanto necesito en este momento. Y yo, que generalmente soy pura sonrisa sarcástica y comentarios ácidos, me derrumbo en su abrazo como la hermana pequeña que siempre quiso tener.

<<¡Pinche Chocolate! ¿Por qué tienes que conocerme tan bien?>>

Me aprieta fuerte contra su pecho, como si quisiera absorber algo del dolor que traigo atorado en la garganta. No pregunta, no juzga, solo está ahí, siendo el hermano mayor que necesito justo ahora. Alejados de Marce y Rafael y de los niños. En un momento sólo de nosotros, como hermanos.

—¿Tan de la chingada estuvo? —murmura contra mi pelo, sin aflojar ni un poco su abrazo de oso.

Una risa quebrada escapa de mi garganta. Solo Juan Carlos puede hacer que me ría en un momento así.

—Peor —respondo, mi voz amortiguada contra su pecho—. El juez se pasó de pendejo.

Siento cómo sus brazos se tensan ligeramente alrededor de mí, sus músculos endureciéndose como cables de acero. A pesar de que intenta ocultarlo, percibo su rabia contenida, ese instinto protector que siempre aflora cuando se trata de mí.

—¿Qué sigue, loquita? —su voz es suave, casi un susurro, con ese tono que reserva para nuestros momentos de hermanos—. ¿Qué hacemos?

Levanto mi cabeza para mirarlo a los ojos, encontrándome con esa mirada color caramelo que tantas veces me ha servido de ancla cuando todo a mi alrededor se desmorona. La misma que me sostuvo cuando descubrí las cámaras, cuando Rafael me dejó, cuando pensé que no podría más.

—No lo sé, Chocolate... no lo sé —mi voz sale tan débil que apenas la reconozco como mía.

Juan Carlos desvía la mirada, pero no antes de que detecte ese destello peligroso que conozco tan bien, ese brillo que aparece cuando está planeando algo que probablemente nos meta en problemas.

—Yo tengo un par de opciones, pero... —hace una pausa significativa— no creo que tengas estómago para escucharlas.

Su tono me sorprende. No hay rastro de la broma habitual, solo una seriedad que me eriza la piel.

—Yo tengo otras más... —le sostengo la mirada, notando cómo sus ojos se iluminan con una mezcla de sorpresa y algo más oscuro— tal vez se puedan complementar.

El momento se rompe con la llegada de mis pequeños torbellinos, que irrumpen en la escena como un vendaval de energía y risas.

—¡Mamá! —gritan al unísono, y me separo de Juan Carlos para recibirlos en mis brazos, llenando sus cabecitas de besos.

—¡Hola mis bebés! ¿Cómo se portaron, eh?

—¡Bien! Vimos películas hasta la madrugada con Juan Carlos —Leo prácticamente brinca de emoción al contarme.

—Sí, porque Marce se quedó dormida a la primera —añade Nico con una risita traviesa, ganándose una mirada fulminante de mi amiga.

—¿Ya te sientes mejor, mami? —La pregunta de Leo me golpea con su preocupación genuina, sus ojitos escaneando mi rostro en busca de señales de malestar.

Más Allá del Juego ... Las reglas cambianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora