MaríaEl edificio de los juzgados se alza frente a mí como una mole gris de concreto y cristal. Intimidante, como todo lo que tiene que ver con este día. Giro hacia la rampa del estacionamiento subterráneo, y mi estómago da un vuelco cuando reconozco la camioneta de Rafael.
Decido estacionarme lo más lejos posible de su vehículo. No porque esté evitándolo ... mmm... bueno, tal vez un poquito, sino porque necesito ese momento extra para prepararme mentalmente. Para la audiencia, claro. No tiene nada que ver con que siga encabronada con él... para nada.
Aparco con cuidado, intentando no pensar en que en menos de una hora estaré frente a frente con el psicópata de Pablo. La mano me tiembla ligeramente mientras agarro mi bolso del asiento del copiloto.
Salgo con cuidado del auto, estoy a punto de cerrar la puerta cuando de repente... ¡BAM!
La puerta se cierra de golpe y ahí está él. Rafael, en todo su casi metro noventa de gloria, con esa camisa que le queda como pecado y una mirada que me hace olvidar momentáneamente por qué estaba enojada con él.
<<¡Hijo de su...!>>
No me da tiempo ni de procesar qué está pasando. En un segundo, sus manos están en mi cintura, jalándome hacia él como si fuera una muñeca de trapo. Al siguiente, estoy aprisionada entre su cuerpo y la puerta del coche, sus labios atacando los míos como si llevara años sin besarme, no solo un día.
El beso es brusco, demandante, casi desesperado. Nada que ver con sus besos usuales, siempre decentes y calculados. Este es puro fuego, pura necesidad... y maldita sea si no me está encantando. Bien podría tipificarse como una violación a mi boca, metiéndome la lengua hasta la garganta.
<<¡Santa madre de la...!>>
Rafael interrumpe el beso tan abruptamente como lo empezó, dejándome mareada y con las piernas de gelatina. Sus ojos están oscuros, intensos, y tiene esa sonrisa de lado que me derrite las entrañas. Y a mi ¿Por qué no? Mi cuerpo me traiciona, embarrándose más a él de forma instantánea.
<<¡No, María! ¡Se supone que estás enojada! ¡ENO-JA-DA!>>
—Al rato arreglamos cuentas tú y yo, cabrona... —su voz sale tan ronca que derrite un poco más, y sus ojos son puro fuego líquido— pero primero, nos vamos a tragar entero a ese pendejo allá arriba.
¿Mi respuesta? Un silencio absoluto. ¿Qué quieren que diga? El muy cabrón me dejó el cerebro en modo reinicio con ese beso. Si me preguntan mi nombre ahorita, probablemente responda con un gemido.
Como la muchachita bien portada que soy, dejo que Rafael entrelace nuestros dedos con ese aire posesivo que me prende todas las alarmas... y todos los deseos. Me dejo guiar hacia las escaleras que llevan a la recepción del juzgado, donde Mauricio nos espera. Así... mansita...sedita, sin decir ni pío, saboreando el beso que me dejó más clara que el agua una cosa: esta bronca tiene solución... y va a ser una solución muy placentera.
Mientras subimos, lucho por contener una sonrisa de satisfacción. Hay una parte retorcida de mí que adora provocar este lado salvaje de Rafael. Sí, me derrite cuando es tierno y romántico, cuando me trae café en las mañanas o me manda mensajitos cursis... pero este Rafael primitivo, este que me besa como si quisiera marcar su territorio... este me hace hervir la sangre de una manera que me hace sentir una sucia pecadora.
Mauricio nos espera en la recepción, revisando unos documentos con ese aire de concentración que lo caracteriza. Al vernos llegar, nos recibe con un apretón de manos para Rafael y a mi con un beso fugaz en la mejilla.
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Más Allá del Juego ... Las reglas cambian
RomanceMás allá del juego - Las reglas cambian María pensó que había encontrado su final feliz con Rafael, pero el destino tiene otros planes. En esta apasionante secuela de Más allá del juego, nuestros protagonistas se enfrentan a nuevos desafíos que pond...