53 Ejercicio y dibujos

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María

El sol se cuela perezosamente entre las cortinas, dibujando sombras suaves en la pared que danzan al ritmo de la brisa matutina. Mi celular marca las 7:50, es domingo, por lo tanto, no siento la urgencia de saltar de la cama como si el mundo se fuera a acabar.

<<Diez minutos más no le hacen daño a nadie... ¿O sí?>

Me acurruco más contra la almohada, dejando que los recuerdos de anoche floten en mi mente como burbujas de jabón. Las palabras de Rafael siguen resonando en mi cabeza, pero ya no pesan como antes.

"Mientras su papá no esté... yo estoy aquí. Para ti, para ellos. Para lo que necesiten."

<<¿En qué momento se volvió tan... importante?>

La luz que se filtra por la ventana ilumina el lado vacío de la cama. Rafael debe estar abajo, probablemente preparando el desayuno con los niños. Es su ritual de los domingos: hot cakes en forma de tiburón para los pequeños depredadores.

Me estiro como gato perezoso, sintiendo ese delicioso dolor muscular que me recuerda las "actividades extracurriculares" con mi Coach personal. Una sonrisa tonta se me escapa al recordar cómo terminamos ayer encerrados en su closet.

<<¡Carajo! Este hombre no tiene llenadera... y yo menos>>

Me levanto con toda la flojera del mundo y me dirijo al espejo del baño. La imagen que me devuelve es mucho menos escandalosa que ayer: las marcas han bajado considerablemente, algunas incluso han desaparecido por completo. Aunque claro, las más "intensas" siguen ahí, recordándome que mi novio tiene complejo de vampiro territorial.

<<A ver, María... hora de hacer magia>>

Extiendo mi arsenal de productos sobre el lavabo: corrector, base, polvo... toda la artillería necesaria para transformarme de mujer marcada a madre decente de familia. Al menos esta vez será más fácil que ayer.

"Esos niños ya son parte de mí..."

Las palabras de Rafael vuelven a mi mente mientras me aplico el corrector. Esta vez, en lugar de causarme ansiedad, me provocan una calidez en el pecho que no puedo explicar.

Me miro una última vez al espejo. El trabajo es bastante decente: las marcas están prácticamente invisibles, y si alguien nota algo, siempre puedo culpar a la iluminación... o a un mosquito muy apasionado.

Pero mientras me pongo un sostén y unas licras de deporte, a juego con la playera de los Lakers de Rafael que, oficialmente, ya es mía me dirijo a la puerta, me doy cuenta de algo: ya no me siento abrumada por todo esto. Por primera vez desde que comenzó esta locura, siento que las piezas están cayendo exactamente donde deben estar.

<<A veces las mejores cosas de la vida son las que no planeamos...>>

El aroma a café recién hecho me recibe mientras bajo las escaleras. El cancel del jardín está abierto, y desde ahí me llegan las voces emocionadas de mis hijos haciendo un conteo que parece más porra de estadio:

―¡Cinco... seis... siete! ―corean al unísono, con ese entusiasmo que solo los niños pueden tener a estas horas de la mañana.

―¡No manches! ―Leo pierde el ritmo, pero Nico, terco como él solo, sigue contando.

A medida que me acerco, escucho la respiración controlada de Rafael mezclándose con el conteo infantil.

―¡Ocho... nueve... diez!

―¡ESTÁ MAMADÍSIMO! ―suelta Nico con ese filtro inexistente suyo, y tengo que morderme los labios para no soltar la carcajada... y la reprimenda.

―Once... doce... trece... ―la voz grave de Rafael se une al conteo, aunque ya suena un poco forzada por el esfuerzo.

Más Allá del Juego ... Las reglas cambianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora