69 Ausencia

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María

<<Tenía que ser martes... cuando el universo se empeña en recordarte lo mucho que le gusta joderte la vida>>

La rutina siempre es pesada, pero hoy parece que se burla de mí. Las horas se arrastran como si tuvieran ganas de remarcar cada segundo que pasa, cada pinche momento que me recuerda que estoy encabronada.

Llego a la escuela quince minutos antes, como siempre. Me estaciono en el lugar de costumbre y apago el motor, dejando que el silencio del carro me envuelva. En automático, busco mi celular.

<<¡No mames, María! ¿Lo vas a revisar otra vez?>>

Cero mensajes. Cero llamadas.

El timbre de salida interrumpe mi debate interno. Mis terremotos aparecen entre la marea de uniformes azules, Leo cargando su mochila como si llevara piedras y Nico brincando como chapulín desquiciado.

―¡Mamá! ―Nico se lanza a mis brazos con su energía habitual― ¿Y el Coach?

El nudo en mi estómago se aprieta.

―Tenía cosas que hacer, mi amor ―mantengo el tono ligero mientras ayudo a Leo con su mochila―. Hoy solo seremos nosotros.

Leo me mira con esos ojos que parecen leerme el alma. A veces me asusta lo perceptivo que es mi pequeño.

―¿Todo bien, mamá? ―su vocecita me atraviesa el corazón.

―Todo bien, corazón ―le planto un beso en la frente―. ¿Qué tal la escuela?

El camino a casa es diferente sin las bromas de Rafael, sin sus comentarios sobre los otros conductores que siempre nos hacen reír. Nico llena el silencio con su plática interminable sobre la clase de matemáticas, pero hasta él nota que algo falta.

Juli nos recibe con la comida lista. La mesa se siente enorme hoy, con esa silla vacía que parece gritar su ausencia.

―¿El Coach no va a comer con nosotros? ―Nico empuja sus verduras alrededor del plato, ese gesto que hace cuando algo lo inquieta.

―No, mi amor ―revuelvo su pelo intentando mantener la normalidad―. Hoy tiene mucho trabajo.

<<¡Y un ego del tamaño del Everest que alimentar!>>

―Pero... ¿va a llegar para la tarea? ―sus ojitos esperanzados me atraviesan como daga.

―No creo, terremotos ―intento que mi voz suene normal―. Hoy les toca aguantar a su madre.

El silencio que sigue es extraño. Normalmente la hora de la comida es un caos de risas y bromas, con Rafael inventando historias absurdas sobre por qué las verduras son importantes, o retando a los niños a ver quién come más rápido.

La tarde se arrastra entre tareas y juegos. Leo revisa el reloj cada cinco minutos, y cada vez que escuchamos un carro pasar, Nico corre a la ventana esperando ver la camioneta de Rafael.

Para la hora en la que Juli se retira, la ausencia es tan pesada que la pobre señora me mira con preocupación mientras ayudo a los niños con sus tareas.

―¿Segura que todo está bien, mi niña? ―su voz maternal casi quiebra mi fachada.

―Todo bien, Juli ―fuerzo una sonrisa―. Ya sabes cómo es esto.

Pasa la hora del baño, los ayudo con sus pijamas y los acuesto intentando mantener la rutina. Les leo un cuento, aunque no es lo mismo sin las voces ridículas que Rafael inventa para cada personaje. Cuando por fin se duermen, el silencio de la casa me golpea como ola helada.

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⏰ Última actualización: 5 hours ago ⏰

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