31 Una boda que planear

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María

El bullicio del aeropuerto me envuelve mientras camino por el pasillo hacia la zona de llegadas nacionales. La camioneta de Rafael, que manejo con más cuidado que si fuera de cristal, quedó estacionada en el lugar más cercano que pude encontrar.

Me detengo frente a la puerta de cristal por donde sé que aparecerá en cualquier momento. Mi reflejo me devuelve la mirada: jeans ajustados, blusa escotada, porque, ¿por qué no?, y el pelo suelto cayendo en ondas sobre mis hombros. Sonrío, satisfecha. Quiero recibir a mi Coach como se debe.

El tablero electrónico anuncia que su vuelo acaba de aterrizar. Siento un cosquilleo en el estómago, como si fuera una jodida quinceañera esperando a su crush. Ridículo, lo sé, pero ni modo. El corazón quiere lo que el corazón quiere, y el mío, por alguna razón que aún no termino de entender, quiere a ese bombón.

Los minutos pasan y la gente comienza a salir. Familias reuniéndose, ejecutivos con cara de pocos amigos, turistas emocionados... pero ni rastro de mi Coach. Empiezo a impacientarme. ¿Y si se arrepintió? ¿Y si conoció a una güera despampanante en Sinaloa y decidió quedarse?... ¿Y si la maldita de cabellera negra azabache y curvas de infarto lo sedujo? Estoy a punto de sacar el celular para mandarle un mensaje cuando lo veo.

Ahí está, con su maleta en una mano y esa sonrisa de lado que me derrite los calzones. Lleva puestos unos jeans que le quedan de infarto y una playera negra que se ajusta en todos los lugares correctos. Cabrón, sabe lo que me hace.

Nuestras miradas se encuentran y es como si todo lo demás desapareciera. Su sonrisa se ensancha y comienza a caminar hacia mí con esa confianza que siempre me ha vuelto loca.

—Hola, preciosa —dice cuando está a unos pasos de mí, su voz ronca enviando escalofríos por mi columna—. ¿Me extrañaste?

Quiero decirle que sí, que lo extrañé como una idiota. Que la cama se sentía demasiado grande sin él, que me hacía falta su olor en las almohadas y el sonido de su risa llenando la casa. Pero, por supuesto, mi boca tiene otros planes.

—Tal vez... de repente —respondo con fingida indiferencia, encogiéndome de hombros—. La verdad es que ni me acordaba que te habías ido.

Suelta una carcajada y, antes de que pueda reaccionar, me jala hacia él. Sus labios encuentran los míos en un beso que me deja sin aliento. Sabe a café y a promesas de lo que vendrá más tarde. Cuando nos separamos, ambos estamos jadeando ligeramente.

—Creo que ya te acordaste —murmura contra mis labios, su aliento cálido mezclándose con el mío.

—Mmm, no sé —respondo, mordiéndome el labio—. Tal vez necesite otro recordatorio.

Sus ojos brillan con una mezcla de diversión y deseo. —Con gusto te refresco la memoria en casa, mamita. Pero primero, dime que todo está bien y que no hubo una sorpresita en mi ausencia.

No puedo evitar soltar una carcajada.

—Todo está en orden, señor controlador. — le doy otro beso suave — te dije que me podía hacer cargo de todo mientras estabas fuera estos días.

—Esa es mi chingona —responde, con una sonrisa muy sexy.

Lo miro, sintiendo cómo mi corazón se hincha de algo que se parece peligrosamente al amor.

—Vámonos Coach, que tengo planes para ti que no incluyen estar parados en medio del aeropuerto.

Toma su maleta con una mano y entrelaza sus dedos con los míos con la otra. Mientras caminamos hacia la salida, no puedo evitar pensar en lo bien que se siente esto. Tenerlo de vuelta, bromear, sentir su calor junto a mí.

Más Allá del Juego ... Las reglas cambianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora