60 Sorpresas y Preparativos

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María

El beso de Rafael sabe a café y a promesas matutinas. Sus labios rozan los míos con esa mezcla de ternura y posesión que me derrite, mientras los niños corretean a nuestro alrededor buscando sus mochilas.

―Ya, ya, Coach ―lo empujo suavemente―. Se te va a hacer tarde.

―Mmm... ―murmura contra mi cuello― cinco minutos más.

<<¡Carajo! Este hombre no tiene llenadera>>

―¡Coach! ―Leo interrumpe nuestro momento― ¡No encuentro mi lapicera!

Rafael se separa con un suspiro dramático que me hace reír.

―En el comedor, Tiburón ―responde, robándome un último beso―. Donde lo dejaste ayer.

Los veo partir desde la puerta: Rafael en su camioneta con los niños parloteando en el asiento trasero. Una estampa perfecta de mañana normal... si no fuera porque tengo una fiesta encima y mil pendientes que me van a volver loca.

<<¡A darle, cabrona! Que esta fiesta no se organiza sola>>

Me cambio a la velocidad de la luz: jeans cómodos, playera holgada y el cabello amarrado en una coleta alta que me hace sentir lista para la batalla. Bajo a la cocina necesitando con urgencia mi dosis de café matutino, y me encuentro con la sorpresa del día: mi madre, ya instalada en la isla de la cocina, picando fruta como si fuera chef profesional.

―¡Hola, Ma! ―le planto un beso en la mejilla― Buenos días...

Me sirvo mi café, estudiándola con curiosidad. Ni rastro de pijama, toda arreglada y con una energía que me desconcierta.

―¿Y ese milagro que andas tan madrugadora?

―¿Pues cómo que milagro? ―me mira como si fuera obvio― Para ayudarte con todo lo que falta, ¿o qué creías?

―¡Mamá! No te hubieras molestado...

―¡Nada, nada! ―empuja un tazón de fruta en mi dirección― Ándale, desayuna rápido que hay un montón de cosas por hacer.

Devoro la fruta en tiempo récord mientras garabateo instrucciones para Juli. Me llama la atención que ayer le dedicara tanto tiempo a la habitación de los niños, especialmente a la de Paulina, pero el pensamiento se esfuma entre la lista interminable de pendientes.

―¡Listo! ―dejo plato y taza en el lavabo― ¡Vámonos!

Nos dirigimos a lo que parece más un almacén que una casa: cajas y más cajas de dulceros por guardar, bolsas de dulces que parecen infinitas, piñatas, juguetes... un arsenal completo para una fiesta infantil.

El Mercedes que me regaló mi bombón resulta perfecto para transportar todo al jardín del evento. La cara de mi madre al ver el lugar no tiene precio.

―¡Hija! ―sus ojos se abren como platos― ¡Está enorme! ¿Cómo...?

La miro de reojo, divertida. Su expresión me recuerda a la mía cuando Rafael me trajo por primera vez.

―¿Qué te digo? ―me encojo de hombros con resignación― Rafael siendo Rafael.

El lugar es una preciosidad, con esa carpa majestuosa que me recuerda a la del rancho. Mi mente vuela instantáneamente hacia mi china preciosa. Me la imagino brincando por todos lados, y el corazón se me aprieta al pensar que no pudo venir por sus exámenes.

<<Ya habrá tiempo... ya no la dejaré ir>>

Después de coordinar la colocación de todo —carpa, mesas, sillas y el millón de cajas con chucherías—, miro el reloj y casi me da un infarto. ¡Ya es mediodía! Tengo que volar a casa para revisar la comida y esperar a mis terremotos.

Más Allá del Juego ... Las reglas cambianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora