MaríaEl atardecer pinta el cielo de naranja mientras el sonido del "carrito de Wakanda" ―como ya lo bautizaron― sigue siendo la banda sonora de este domingo. Mis terremotos no han parado desde que lo estrenaron, turnándose religiosamente cada quince minutos gracias a los benditos relojes que Rafael les dio.
<<¡Estos demonios! Ni para ir al baño han querido parar...>>
―¿Más agua de limón? ―Ana me ofrece la jarra, repantigada en el sillón como gata perezosa.
―Si tomo una gota más, me va a dar un ataque ―respondo mientras observo por la ventana cómo Leo toma su turno al volante.
Román, sentado en el suelo junto al ventanal, no deja de tomar fotos con su cámara profesional. Según él, está "documentando la vida silvestre", aunque lo único salvaje aquí son mis tres demonios peleándose por quién sigue de piloto.
La paz de la tarde se ve interrumpida por el inconfundible sonido de una pelea iniciando. Al principio no le doy importancia ―no sería la primera vez que discuten por los turnos― pero algo en los gritos suena diferente.
―¡PAPÁÁÁ! ―el grito de mi china me pone en alerta instantánea― ¡Los Tiburones se están peleando!
Rafael y yo nos levantamos como resortes. Para cuando llego al jardín, mi Coach ya tiene a Nico en el aire, sosteniéndolo como si no pesara nada mientras mi pequeño demonio patalea como gato rabioso. Logra conectarle un último puñetazo a su hermano justo cuando Rafael lo alza. Leo, todavía en el pasto, se incorpora como resorte, la furia transformando su carita usualmente tranquila mientras intenta alcanzar a su hermano.
―¡Ya estuvo! ―La voz de Rafael es como trueno contenido.
Alcanzo a jalar a Leo de los hombros antes de que llegue a su hermano, colocándome entre los dos mientras siento mi sangre hervir.
―¿¡QUÉ CHINGADOS PASÓ AQUÍ!? ―mi voz sale como látigo, intentando controlar a estos dos demonios que ahora mismo no reconozco como mis hijos.
<<¡Puta madre! ¿De dónde salió tanta violencia? ¡carajo!>
Por el rabillo del ojo veo a Román recargado en el cancel, observando todo con una sonrisa divertida que me dan ganas de borrarle de un chingadazo.
<<¡Pinche Román! Como se nota que no tiene hijos...>>
―Fue Nico, mamá... ―Leo resopla con un coraje que nunca le había visto.
―¡NO ES CIERTO! ―Nico está completamente fuera de sí― ¡LEO EMPEZÓ!
―¡Mentiroso! ―la indignación en la voz de Leo me dice que está diciendo la verdad― No me lo quería prestar y ya era mi turno...
Rafael y yo intercambiamos una de esas miradas que dicen todo: él sabe que estoy a punto de explotar.
―¡ES MÍO! ―el grito de Nico retumba en el jardín, su cuerpo retorciéndose como gato salvaje en los brazos de Rafael hasta que...
―¡NICOLÁS!
La voz de Rafael congela el aire del jardín. No es un grito, pero ese tono seco y firme transmite el mensaje con claridad cristalina: aquí se acabó el pedo.
<<¡Uy! Nunca lo había escuchado usar ese tono...>>
El efecto es instantáneo. Nico se queda paralizado, su carita una mezcla de sorpresa y shock al escuchar a "su Coach" hablarle así. No es solo su voz de autoridad absoluta; es su expresión, esa mirada firme que le dirige a mi hijo. No es la cara de encabronado que ya le conozco, pero tiene la seriedad suficiente para borrar cualquier rastro de juego.
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Más Allá del Juego ... Las reglas cambian
RomanceMás allá del juego - Las reglas cambian María pensó que había encontrado su final feliz con Rafael, pero el destino tiene otros planes. En esta apasionante secuela de Más allá del juego, nuestros protagonistas se enfrentan a nuevos desafíos que pond...