Rafael
El bullicio del restaurante se desvanece en el fondo mientras espero a Ernesto. Han pasado dos días desde que salí de la oficina de María con esos folders bajo el brazo, la sangre hirviéndome en las venas. Dos jodidos días en los que he tenido que contenerme para no ir directamente a partirle la madre a Pablo.
Miro mi reloj por enésima vez. Ernesto nunca ha sido conocido por su puntualidad, pero hoy, cada pinche minuto que pasa se siente como una eternidad. Jugueteo con el borde de mi vaso de agua, repasando mentalmente lo que voy a decirle. Ernesto Cervantes no es solo el dueño del Colegio Tepeyac, es un viejo amigo con el que he compartido varios negocios y, por qué negarlo, algunas fiestas y mujeres también. El cabrón sabe cómo divertirse.
El camarero se acerca para preguntar si quiero ordenar algo mientras espero. Niego con la cabeza, mi estómago demasiado revuelto por la anticipación y el coraje como para considerar comer algo.
Finalmente, veo a Ernesto entrar al restaurante. Su figura robusta, estilo biker y su característica barba canosa son inconfundibles. Me pongo de pie para recibirlo, una amplia sonrisa se forma en mi cara sin poder evitarlo. Tiene tiempo que no coincidimos, por esa razón es que le extrañó mi llamada.
—¡Rafael! —Me abraza con gusto genuino—. ¡Qué chingados! ¿Cuánto tiempo sin verte, cabrón?
Su voz ronca y profunda retumba en el restaurante, ganándonos algunas miradas curiosas.
—Ernesto, —Le regreso el abrazo con la misma efusividad—. ¡Que pedo, cabrón! ... que gusto verte.
Tomamos asiento y el joven camarero que me atendió se acerca a nosotros. Ambos coincidimos con un litro de cerveza oscura cada uno. Prefiero que esta charla tenga una atmósfera más informal. De por sí el tema es complicado.
—¿Cómo van los negocios? —pregunta Ernesto, dándole un trago largo a su cerveza—. Veo que les está yendo bien en el colegio —suelta una de sus risas roncas—. Cabrones, ya son mi primer competencia, hijos de la chingada.
No puedo evitar que una sonrisa de suficiencia y orgullo se dibuje en mi cara. Aceptando el crédito, porque sí, tiene razón, vamos pisándole los talones.
—La verdad es que nos está yendo poca madre, eso sin dudarlo.
—El otro día me encontré a Karla —me dice una vez que el camarero dejó nuestras cervezas en la mesa.
—¿Ah, sí? —le contesto, aunque la verdad es que me vale madres—. ¿En dónde?
—Aquí en Playa... ya regresó —Le da otro trago grande a su cerveza—. Y he de decir que... se puso más buena la cabrona.
Alzo las cejas, fingiendo sorpresa. La verdad es que Karla es una mujer muy guapa, sexy, para pronto: un manjar. Salí con ella unos 6 meses, nuestra relación se basaba en puro sexo y pasar el rato, pero nada más.
—Pinche suertudote —Me suelta con fingida envidia. Me limito a sonreír de lado.
—La verdad es que sí está guapa... no me puedo quejar —sonrío con suficiencia.
—Con razón el pendejo de su noviecete te agarró tanto coraje cuando se la bajaste —Su tono es de pura burla—. ¿Cómo se llamaba ese wey?
—Pablo... se llama Pablo —Pronuncio el nombre saboreando las letras, como si fuera veneno en mi boca. Justo aquí quería llegar.
Suelta una carcajada ronca, la diversión brillando en sus ojos.
—Ese wey te odiaba... ¿Y cómo no? Si le bajaste a su vieja.
—¿Yo qué?... yo no hice nada, —le doy un trago a mi cerveza— yo sólo me dejé querer por Karlita.
Nos reímos de la desgracia de Pablo.
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Más Allá del Juego ... Las reglas cambian
RomanceMás allá del juego - Las reglas cambian María pensó que había encontrado su final feliz con Rafael, pero el destino tiene otros planes. En esta apasionante secuela de Más allá del juego, nuestros protagonistas se enfrentan a nuevos desafíos que pond...