ᴄᴀᴘíᴛᴜʟᴏ 28

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Capítulo 28:Un viaje necesario

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Capítulo 28:
Un viaje necesario

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El sol brillaba con una calidez que parecía burlarse de los sentimientos sombríos que cargaban Emilia y Max mientras caminaban en silencio por las calles de Mónaco. Habían regresado para enfrentar lo que ninguno de los dos había tenido el valor de hacer antes: despedirse de Marco. Los recuerdos de la ciudad pesaban sobre ellos, y cada rincón parecía susurrar momentos que ya no volverían.

El día anterior, Emilia le pidió a Max que la acompañara a Mónaco, con la condición de volver a los Países Bajos para retomar la temporada.

La chica quería buscar paz y tranquilidad en la nueva etapa que transitaba su vida, y la única forma de hacerlo era despedirse de aquello que tanto amaba y a lo que tanto se aferraba. Marco.

El cementerio estaba lejos del bullicio del puerto, rodeado de árboles que susurraban con la brisa del mar. El camino hacia la tumba de Marco fue silencioso, y Emilia sentía su corazón latir cada vez más fuerte a medida que se acercaban. Cuando llegaron, se detuvo, incapaz de dar un paso más.

La tumba de Marco estaba ahí, sencilla pero impecable, con su nombre grabado en mármol blanco. Emilia se quedó quieta, observando la lápida, y el peso de todo lo que había reprimido durante meses cayó sobre ella como una ola imparable.

Max le soltó la mano suavemente, dándole espacio. Emilia respiró hondo, cerró los ojos y dejó que las lágrimas comenzaran a correr por su rostro antes de arrodillarse frente a la lápida.

—Marco… —susurró, su voz quebrada y frágil—. Han pasado unos cuantos meses, y me parece que fue ayer cuando todo cambió. Todavía no sé cómo pasó todo tan rápido, cómo te fuiste de mi vida de una manera tan brutal, tan repentina. Y aquí estoy, frente a ti, sin saber si alguna vez voy a estar lista para decir adiós.

Las lágrimas caían más rápido ahora, y Emilia dejó que su dolor se desbordara. Sus manos temblaban mientras acariciaba las letras talladas sobre la fría piedra, como si pudiera sentir a Marco a través de ella.

—Me he preguntado tantas veces si hubiera podido hacer algo diferente… si pude haberte salvado de alguna manera. Te fuiste tan rápido, Mar. Ni siquiera tuve la oportunidad de decirte cuánto te amaba una última vez. Ni siquiera pude sostener tu mano cuando te fuiste… —su voz se quebró y por un momento el aire pareció desaparecer de sus pulmones—. ¿Cómo se supone que debo seguir sin ti?

Se detuvo, tratando de respirar mientras el dolor le desgarraba el pecho.

—Me dijiste que siempre estarías ahí, que nada nos separaría, ¿recuerdas? —continuó, su voz apenas un susurro—. Nos prometimos que siempre estaríamos juntos, que nos casaríamos, que fomaríamos una familia, que el amor sería suficiente para todo. Pero no lo fue, Mar. No lo fue. Te fuiste, y me dejaste sola en un mundo que no entiendo sin ti.

Emilia dejó que sus lágrimas cayeran libremente, mezclándose con la tierra a sus pies.

—Y luego vino Max —dijo, su voz temblando—. Y no sabía qué hacer con él, Mar. No sabía cómo lidiar con el hecho de que lo necesitaba. Lo necesitaba para no desmoronarme, para recordar cómo respirar sin que doliera. Pero me sentía tan culpable, como si estar con él fuera traicionarte. ¿Cómo se supone que debía seguir adelante cuando todo lo que quería, todo lo que amaba, era contigo?

Su cuerpo temblaba mientras hablaba, y sus lágrimas parecían interminables.

—Lo siento tanto, Mar. Lo siento por no haber venido antes, por no haber encontrado las fuerzas para despedirme de ti. Te amo, y siempre lo haré. Fuiste mi vida entera, y nunca podré olvidarte. Pero tengo que intentar vivir de nuevo… por Max, por mí… por nosotros.

Se detuvo, respirando hondo, intentando recomponerse aunque su corazón aún se sentía destrozado.

—Siempre serás parte de mí, Marco. Siempre. Pero debo dejarte ir. Y no sé cómo, o si podré hacerlo, pero lo intentaré. Porque sé que eso es lo que habrías querido para mí. Tú siempre quisiste que fuera feliz, y estoy tratando de honrar eso, de seguir adelante sin dejar de amarte.

Emilia se levantó lentamente, sintiéndose vacía pero, al mismo tiempo, extrañamente ligera. Miró la tumba una última vez, susurrando:

—Adiós, Mi amor. Te amo.

Y con eso, se dio la vuelta, caminando hacia donde Max la esperaba en silencio. Sabía que este era un momento que debía enfrentar sola, y le agradeció por darle ese espacio.

Lo abrazó unos segundos, buscando el calor que siempre le brindaban sus brazos. Max acarició su cabello mientras besaba la parte superior de su cabeza. Supo que las palabras, en ese momento, sobraban.

Cuando Emilia se alejó, Max se quedó un momento más, mirando la lápida que marcaba el lugar donde descansaba su mejor amigo. Se acercó despacio, sintiendo que cada paso que daba era un recordatorio del peso de la pérdida que ambos compartían.

Se quedó frente a la tumba en silencio durante unos minutos, las palabras atrapadas en su garganta. Finalmente, se arrodilló, pasando una mano por la fría piedra, como si pudiera conectarse con Marco de alguna manera, incluso ahora.

—Hola, hermano —murmuró, su voz ronca por la emoción contenida—. No sé por dónde empezar. Han sido unos meses jodidamente difíciles. Y... he estado perdido, Marco. Joder, he estado tan perdido sin ti.

Max tragó saliva, sintiendo que las lágrimas empezaban a acumularse en sus ojos.

—Te extraño tanto, hombre. Éramos un equipo, siempre lo fuimos. Me acostumbré a tenerte a mi lado, a saber que estarías ahí, sin importar qué. Y luego, de repente, ya no estabas. Y no sé si alguna vez he sabido cómo manejar eso.

El silencio del cementerio era ensordecedor, y Max se permitió romper un poco la armadura que siempre llevaba puesta.

—Lo que pasó con Emilia… ha sido complicado. Me siento culpable. Me siento como si te estuviera fallando, como si no estuviera honrando tu memoria de la manera que se supone que debería hacerlo. Pero también sé… sé que ella es lo mejor que me ha pasado desde que te fuiste. Y creo que… creo que tú lo sabrías mejor que nadie. Tú siempre quisiste que yo fuera feliz, ¿verdad?

Max dejó que las lágrimas finalmente cayeran, su voz temblando.

—Te prometo que la cuidaré, Marco. La amaré como sé que tú querrías que lo hiciera. Haré todo lo posible para no dejar que se pierda en el dolor, como yo lo hice. Y sé que, de alguna manera, sigues aquí con nosotros. No hay un día que pase en que no te piense, que no te eche de menos.

Max se levantó lentamente, limpiando las lágrimas de su rostro. Miró la lápida una última vez y susurró:

—Te amo, hermano. Nos vemos en la pista.

Con el corazón roto pero decidido, Max caminó hacia el coche en donde su novia lo esperaba. Sabía que, aunque el dolor siempre estaría allí, Marco los había dejado con algo más que solo recuerdos: les había dejado la fuerza para seguir adelante, juntos.

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Renacer En La Velocidad | Max Verstappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora