ᴄᴀᴘíᴛᴜʟᴏ 18

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Capítulo 18:El Peso del Recuerdo

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Capítulo 18:
El Peso del Recuerdo

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Los días posteriores a Silverstone habían sido extenuantes para Max. Cada carrera era una batalla contra el cronómetro y contra sus propios fantasmas. El equipo de Red Bull había cambiado con la entrada de Checo, y aunque él era un excelente piloto y un buen compañero, había algo que Max no podía dejar de sentir: la ausencia de Marco. Todo se sentía desalineado, roto. El peso de las expectativas, la necesidad de seguir adelante, y la presencia de Emilia, cuya tristeza parecía nunca desaparecer del todo, lo estaban empujando al límite.

Max lo había intentado. Había sido comprensivo, paciente. Pero cada vez que veía a Emilia con los ojos llenos de lágrimas al recordar a Marco, sentía que su propio duelo, su propia lucha, quedaba en segundo plano. Cada carrera, cada mención de Marco, cada interacción con Checo, era como un recordatorio de que todo lo que alguna vez había tenido equilibrio en su vida, ahora estaba hecho pedazos.

Una tarde, después de la presentación oficial de Checo como piloto de Red Bull, Max llegó al apartamento de Emilia. Había tenido un día agotador, lleno de entrevistas, entrenamientos y conversaciones incómodas con los medios. Cuando entró, notó el silencio pesado en la sala, y lo que más temía sucedió: Emilia estaba sentada en el sofá, con la mirada fija en la pantalla de su teléfono, viendo las mismas fotos y noticias que él había evitado durante todo el día.

—¿Otra vez con eso? —preguntó Max, sin poder ocultar el cansancio en su voz.

Emilia levantó la mirada, sorprendida por el tono. —Max… solo estaba…

—¿Otra vez mirando las fotos de Checo en su presentación? —La frustración en su tono era palpable—. Emilia, ya lo hemos hablado. Esto… esto no puede seguir siendo así.

Emilia frunció el ceño, confundida y herida por su actitud. —¿Qué quieres decir?

Max soltó un suspiro largo y pesado, sintiendo la ira y el agotamiento burbujear en su interior. —No puedo más, Emilia. Cada vez que entro aquí, cada vez que hablamos, es lo mismo. Marco. Checo. Todo gira en torno a él, como si yo… como si yo no existiera.

Emilia lo miró incrédula, sus ojos llenándose de lágrimas de nuevo. —Max, yo… no quise hacerte sentir así. Es solo que…

—¡Es que no puedes superarlo! —estalló Max, sus manos moviéndose en el aire con frustración—. ¡Es que no dejas de pensar en él, de hablar de él, de verlo en cada cosa! No puedo seguir así. Estoy agotado, Emilia. Saturado.

Emilia se quedó en silencio por un momento, aturdida por sus palabras. Había sentido la tensión creciente en Max, pero nunca pensó que llegaría a este punto. —Max… esto no es solo sobre Marco. Es sobre todo lo que pasó. Fue mi mundo también…

—¿Y qué hay de mi mundo? —interrumpió Max, su voz subiendo de tono, reflejando toda la presión que había estado acumulando—. ¡Yo también lo perdí, Emilia! Pero tengo que seguir adelante. Tengo que competir, tengo que subir a ese auto y actuar como si nada hubiera pasado. ¡Y ahora, encima, tengo que lidiar con Checo! No es fácil para mí tampoco, pero parece que nadie lo entiende.

Las palabras de Max golpearon a Emilia como una bofetada. Sabía que él estaba dolido, sabía que ambos habían perdido a Marco, pero nunca había visto esta versión de él: enfadado, herido, casi resentido. —Max, yo no estoy intentando ignorar lo que sientes. Pero no puedo controlar cómo me siento. Todo ha sido tan rápido…

—¡Exactamente! —exclamó Max, comenzando a caminar de un lado a otro, sus nervios a flor de piel—. ¡Todo ha sido tan rápido, y siento que todo el mundo sigue adelante menos yo! Y cada vez que te veo, cada vez que mencionas a Marco o miras a Checo con resentimiento, me siento atrapado. Como si estuviera cargando con todo esto solo.

Emilia lo observó, su corazón latiendo con fuerza. Sabía que Max estaba al borde de romperse, pero no sabía cómo calmarlo, cómo ayudarlo a lidiar con todo lo que sentía. —Max, lo siento. No sabía que te sentías así.

Max se detuvo y la miró, sus ojos brillando con una mezcla de ira y dolor. —Es que no es solo Marco, Emilia. Es todo. Es la presión del equipo, la expectativa de ser el número uno, la constante comparación con él. Y ahora, tú… tú no me das un respiro. Siempre estás triste, siempre estás recordando.

—¿Qué esperabas? —preguntó Emilia, su propia frustración comenzando a emerger—. ¡Perdí a la persona que amaba! No puedo simplemente apagar lo que siento.

—¡Yo tampoco! —gritó Max, su voz resonando en el pequeño apartamento—. ¡Yo también lo perdí, pero parece que tengo que ser fuerte para todos! Para el equipo, para los fans, para ti. ¡Y ya no puedo más!

El silencio que siguió a sus palabras fue ensordecedor. Emilia lo miró, las lágrimas cayendo por sus mejillas, pero esta vez no intentó detenerlas. Max respiraba con dificultad, como si cada palabra que había dicho le hubiera drenado toda la energía.

—Max… —susurró Emilia, su voz temblando—. No sabía que te sentías así. De verdad, no lo sabía.

Max apartó la mirada, sus hombros hundiéndose por el peso de sus emociones. —Solo… solo necesito un respiro, Emilia. No puedo seguir cargando con todo esto.

Emilia asintió lentamente, comprendiendo por primera vez lo agotado que estaba Max, lo mucho que había estado escondiendo detrás de su fachada de fortaleza. —Lo siento… No quería que te sintieras así. Pensé que estaba haciendo lo mejor para nosotros.

Max la miró de nuevo, esta vez con una mezcla de tristeza y cansancio. —Yo también pensé que estaba haciendo lo mejor. Pero ya no sé si puedo seguir siendo ese pilar, no cuando siento que estoy cayendo.

Emilia dio un paso hacia él, queriendo reconfortarlo, pero dudó. No sabía si su presencia en ese momento lo ayudaría o lo agobiaría aún más. —Max… no tienes que ser fuerte todo el tiempo. Podemos estar en esto juntos, pero… no si te duele tanto.

Max cerró los ojos y asintió, sintiendo el peso de sus palabras. Sabía que el duelo de ambos era distinto, pero las expectativas y las emociones encontradas habían creado una distancia que, por primera vez, sentía que no podía cerrar.

—Tal vez necesito espacio —murmuró Max, sintiendo que las palabras le desgarraban el alma, pero sabiendo que era la verdad.

Emilia lo miró, dolida pero comprendiendo. Sabía que había llevado su propio dolor a cuestas, pero no se había dado cuenta de cuánto había estado pidiendo de Max, de cuánto lo había empujado al borde sin darse cuenta.

—Si eso es lo que necesitas, lo respeto —dijo Emilia, su voz apenas un susurro, pero firme.

Max asintió, sin mirar atrás, mientras el peso de su decisión caía sobre ambos. Sabía que las cosas entre ellos no estaban rotas, pero el camino hacia la curación sería largo. Y, tal vez, ambos necesitaban aprender a sanar por separado antes de poder encontrar una forma de hacerlo juntos.

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Renacer En La Velocidad | Max Verstappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora