ᴄᴀᴘíᴛᴜʟᴏ 21

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Capítulo 21:El Peso de la Culpa

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Capítulo 21:
El Peso de la Culpa

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El cielo de Mónaco había cambiado, como reflejo de la tormenta interna que azotaba a Max. Las nubes grises cubrían la ciudad, y el sonido distante de las olas rompiendo contra las rocas en el puerto acompañaba el silencio cargado en el apartamento de Emilia. A pesar del abrazo que compartieron la noche anterior, el aire entre ellos seguía denso. Max se sentía aún atrapado en un bucle interminable de culpa y expectativas, y aunque estaba empezando a abrirse con Emilia, el peso sobre sus hombros no había disminuido.

La mañana llegó con una tensión palpable. Ambos intentaron actuar con normalidad, desayunando juntos como si nada hubiera pasado. Pero el silencio entre ellos no era cómodo; era un recordatorio de lo mucho que aún quedaba sin resolver.

—¿Dormiste bien? —preguntó Emilia, rompiendo el silencio mientras vertía café en su taza.

Max la miró por un momento antes de asentir, aunque la verdad era que no había dormido casi nada. Su mente había estado corriendo, atormentada por pensamientos contradictorios. La carrera, Marco, Checo, Emilia... todo se entrelazaba en su cabeza, confundiéndolo.

—Sí... lo intenté —respondió al fin, llevándose la taza a los labios.

Emilia lo observó detenidamente. Sabía que Max estaba lidiando con mucho más de lo que decía. Durante toda la mañana, lo había notado distraído, ausente, como si estuviera allí físicamente, pero su mente estuviera muy lejos.

—Max, si algo te está molestando, puedes decírmelo —dijo, dejando su taza en la mesa—. No quiero que te sientas como si tuvieras que lidiar con todo esto solo. Ya lo hablamos anoche, pero aún siento que hay algo más que no me has dicho.

Max la miró, su mandíbula tensa. Sabía que Emilia tenía razón, pero abrirse completamente a ella le resultaba más difícil de lo que pensaba. Había pasado tanto tiempo conteniendo sus emociones, tratando de mantenerse fuerte y enfocado, que ahora que tenía la oportunidad de ser vulnerable, no sabía cómo hacerlo.

—Es solo... —Max hizo una pausa, buscando las palabras correctas—. No puedo dejar de pensar en todo lo que ha pasado. Desde que Marco murió, no he tenido un momento de descanso. El equipo, las carreras, Checo tomando su lugar... todo ha sido tan rápido, y siento que no he tenido tiempo para procesar nada.

El nombre de Checo resonó en la habitación, y Emilia lo notó. Desde la llegada de Pérez al equipo, la dinámica había cambiado, y aunque Max sabía que el mexicano no tenía la culpa, su presencia era un constante recordatorio de lo que habían perdido. Marco había sido su compañero, su amigo, y ahora otro ocupaba ese lugar, un vacío que parecía imposible de llenar.

—Lo de Checo... ¿te está afectando más de lo que pensabas? —preguntó Emilia, sintiendo que esa era una de las piezas clave en el malestar de Max.

Él asintió, dejando su taza sobre la mesa con más fuerza de la necesaria. La frustración que había estado conteniendo empezaba a emerger, como lava a punto de estallar.

—Sí, me afecta. No es culpa suya, lo sé. Checo es un buen piloto y una buena persona, y ha hecho lo que se espera de él. Pero no puedo evitar sentir que... que es como si Marco nunca hubiera existido. —Las palabras salieron con una amargura que sorprendió incluso a Max—. Es como si lo hubieran reemplazado, como si todo el mundo hubiera seguido adelante excepto yo.

Emilia lo escuchó en silencio, dándole espacio para desahogarse. Podía ver el dolor en los ojos de Max, el mismo que ella sentía cuando pensaba en Marco, pero también veía la rabia. No solo hacia Checo, sino hacia todo lo que representaba la pérdida de su amigo.

—Entiendo lo que dices —murmuró Emilia—. Siempre siento lo mismo. Como si el mundo hubiera seguido adelante sin nosotros, como si todos pudieran olvidar lo que pasó, pero nosotros... no podemos.

Max apretó los puños sobre la mesa, luchando contra las lágrimas que amenazaban con escapar. No quería llorar, no quería romperse, pero el dolor estaba ahí, agazapado en cada rincón de su ser, y no podía ignorarlo más.

—¿Sabes lo que más me duele? —continuó, su voz quebrada—. Es que no solo perdí a Marco. Perdí una parte de mí mismo con él. Desde que murió, me siento como si no pudiera ser el mismo piloto, la misma persona. Me esfuerzo tanto por seguir adelante, por ser el mejor en la pista, pero todo lo que hago me recuerda que él ya no está. Que cada vez que logro algo, no está ahí para celebrarlo conmigo.

Las lágrimas de Emilia comenzaron a deslizarse por sus mejillas, pero esta vez intentó ocultarlas. Sabía que Max necesitaba soltar todo lo que había estado guardando.

—No tienes que ser el mismo, Max —dijo con suavidad—. Y tampoco tienes que sentir que lo estás traicionando por seguir adelante. Marco querría que siguieras corriendo, que siguieras siendo quien eres. Pero no puedes hacerlo si te sigues castigando por algo que no está bajo tu control. Eso es lo que me enseñaste, ¿no?

Max bajó la mirada, sus manos temblando ligeramente. Sabía que Emilia tenía razón, pero la verdad era que no sabía cómo dejar de castigarse. Todo lo que había pasado lo había empujado a un lugar oscuro, y cada vez que intentaba salir, algo lo arrastraba de vuelta.

—Es solo que... no sé cómo lidiar con esto. —Finalmente, Max dejó escapar las palabras que tanto había estado evitando—. Me siento... roto.

Emilia se levantó de su silla y caminó hacia él, inclinándose para abrazarlo desde atrás. Max no se movió al principio, pero lentamente dejó que su cabeza cayera hacia adelante, apoyándose en los brazos de Emilia. El nudo en su garganta finalmente se rompió, y las lágrimas que había estado conteniendo comenzaron a fluir.

El sonido de su llanto era casi inaudible, pero cada lágrima que caía parecía llevarse un poco del peso que había estado cargando. Emilia lo sostuvo con fuerza, dejándole saber que no estaba solo, que ella estaba allí, lista para ayudarlo a atravesar esa tormenta.

—No estás solo, Max —susurró—. No tienes que seguir siendo fuerte todo el tiempo. No tienes que seguir guardándote todo esto dentro.

Max dejó que las palabras de Emilia lo envolvieran, sintiendo cómo su cuerpo, tan tenso durante tanto tiempo, finalmente comenzaba a relajarse. Había estado luchando contra el dolor, contra la culpa, pero en ese momento, con Emilia abrazándolo, se permitió sentir. Se permitió ser vulnerable, algo que no había hecho desde la muerte de Marco.

El tiempo pareció detenerse mientras ambos permanecían en silencio, aferrados el uno al otro. Afuera, la lluvia comenzó a golpear las ventanas, como si el cielo compartiera su duelo.

Cuando finalmente se separaron, Max la miró a los ojos, su rostro aún marcado por las lágrimas, pero con una resolución nueva.

—No sé cómo seguir adelante —dijo, su voz ronca—, pero quiero intentarlo. Quiero intentarlo contigo.

Emilia sonrió a través de sus propias lágrimas y asintió.

—Lo haremos juntos —dijo—. Día a día.

Max asintió lentamente, sabiendo que el camino por delante sería largo y difícil. Sintió que no tendría que caminarlo solo.

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Renacer En La Velocidad | Max Verstappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora