Capitulo 31: El duque.

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Horas después, Minju se desperezó lentamente, estirando los brazos por encima de su cabeza. Sintió su cuerpo más ligero de lo usual, una calma extraña lo rodeaba. Parpadeó un par de veces, acostumbrándose a la penumbra que lo envolvía. Las luces estaban apagadas. "¿Qué hora es?" pensó, estirando la mano hasta su celular  que estaba encima del escritorio. Al desbloquear la pantalla, el brillo lo deslumbró y entonces lo vio: las 9 de la mañana.

—¡Mierda! —susurró, tirando las cobijas al suelo mientras saltaba de la cama.

Con un movimiento rápido encendió la luz. Su corazón empezó a latir con fuerza mientras se apresuraba a ponerse la ropa. Sin tiempo para pensar, se abotonó la camisa a trompicones, apenas logrando mantener la compostura mientras se calzaba los zapatos. De reojo, vio la cama de William, perfectamente tendida. "Se fue y no me levantó", pensó, frustrado.

—Pésima venganza, William… pésima.

Minju se terminó de arreglar a toda prisa, sujetándose la corbata mientras corría hacia la puerta. Bajó las escaleras casi saltando los escalones, con la respiración agitada. Sentía la corbata floja y trataba de ajustarla en el último tramo. Al llegar al salón, las piernas le temblaban ligeramente por el esfuerzo.

Frente a la puerta, intentó recobrar la compostura. Tomó aire profundamente y empujó la puerta para entrar. Apenas lo hizo, las miradas se clavaron en él. El profesor, con una sonrisa sarcástica pintada en el rostro, no perdió la oportunidad de comentar:

—Ah, Minju, qué honor contar con tu presencia.

—Buen día, profesor. Disculpe, lo que pasa es que…

—Pasa de una vez, ya me cansé de escuchar excusas de llegadas tarde hoy —interrumpió el profesor, dándole la espalda mientras volvía a la pizarra.

Minju, aún ajustándose el cuello de la camisa, caminó hacia su asiento. Sin embargo, para su sorpresa, ya estaba ocupado. Frunció el ceño y lanzó una mirada rápida a William, que lo ignoró descaradamente. Había un estudiante, desconocido para él, cómodamente instalado en su puesto habitual.

—Este es mi puesto —dijo Minju con firmeza, deteniéndose frente a la mesa.

El estudiante levantó la vista con un gesto de indiferencia y le respondió sin inmutarse:

—No veo que tenga tu nombre escrito.

—Es donde me siento —replicó Minju, esta vez con un tono más severo.

—No me digas —respondió el otro, con una sonrisa sarcástica que provocó en Minju una ola de irritación.

El profesor, que había estado escribiendo en la pizarra, se giró al notar el tono de la conversación, visiblemente molesto. La vena en su frente latía con intensidad mientras los observaba.

—Joven Minju, ¿cree que es de la realeza o qué? ¡Siéntese donde sea! —gritó con voz firme, sus ojos clavados en los de Minju.

Minju ladeó la cabeza y rodó los ojos, sintiendo el peso de las miradas sobre él. El estudiante que ocupaba su asiento se rió con triunfo, como si hubiera ganado alguna batalla insignificante. Miró hacia el fondo del aula y divisó un puesto vacío, aunque no era lo que quería. Con un suspiro resignado, caminó hacia allí. Al sentarse, observó que el compañero a su lado parecía estar más en un estado de coma que despierto, lo que no le ofrecía demasiadas esperanzas.

Sacó su cuaderno y un lápiz, dispuesto a tomar apuntes, pero pronto se dio cuenta de que eso sería imposible. Desde esa posición, la visibilidad hacia el pizarrón era pésima. Además, los ronquidos del chico a su lado creaban una banda sonora que entorpecía cualquier intento de concentración. Irritado, Minju movía el lápiz de un lado a otro entre sus dedos, apoyando la cabeza en una mano y observando de reojo al estudiante que dormía placenteramente. Quizás con un poco de envidia, pero sobre todo con rabia.

Dinastía: HerederosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora