Capitulo 26: Mal genio

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Una vez compraron los supresores, William le pidió al chófer que los llevara a la tienda de donas. Todo el trayecto se mantuvo en silencio. Desde la pequeña discusión, ninguno de los dos intentó iniciar una conversación. Minju, por su parte, no insistió. Incluso William había preferido quedarse en el auto con el teléfono mientras Minju iba a las farmacias, buscando el aromatizante de feromonas que parecía estar agotado en todas partes. Después de visitar cinco lugares, Minju descubrió que el producto era muy común, usado principalmente para inducir el sueño en bebés.

Cuando finalmente llegaron a la tienda, Minju no mencionó nada sobre detenerse. Simplemente se bajaron juntos. El aire olía a masa dulce y recién horneada, un aroma que contrastaba con el malestar que los había acompañado todo el día.

La tienda de donas estaba sorprendentemente abarrotada. Las paredes eran de un suave color crema, decoradas con dibujos de donas gigantes y vitrinas que mostraban filas interminables de coloridos pasteles redondos cubiertos de glaseado y decoraciones. El mostrador estaba lleno de cajas listas para llevar, y detrás de este, los empleados se movían rápidamente para atender a la multitud de clientes. Una larga fila serpenteaba desde la entrada hasta el mostrador, y las conversaciones se entremezclaban con el sonido de la máquina de café, creando un ambiente bullicioso y animado.

Minju y William se miraron por un segundo, sorprendidos por la cantidad de gente. No había espacio ni siquiera para sentarse. Aunque la atmósfera de la tienda era acogedora, con luces cálidas y el suave murmullo de la gente, los dos aún parecían atrapados en el mismo incómodo silencio.
William hablo primero.

—Hay demasiada gente, no nos dará tiempo, mejor volvamos otro día… —dijo, dándose la vuelta hacia el taxi.

Minju lo sujetó del brazo, deteniéndolo. Una sensación incómoda se instaló en su pecho; se sentía un poco mal por la discusión, pero no sabía cómo pedir disculpas. En su cabeza existían mil maneras de responder en diferentes situaciones, conocía las etiquetas y los formalismos, hablaba varios idiomas, pero cuando se trataba de pedir perdón, todo se volvía complicado. Recordó lo emocionado que William había estado por ir a la tienda, y aunque no lo admitiera abiertamente, Minju quería cumplirle ese capricho. William se detuvo al sentir el suave pero firme agarre de Minju.

—Vamos —dijo Minju, señalando el mostrador.

Antes de que William pudiera responder, sintió el tirón y, sin decir nada, caminó de la mano de Minju hacia la barra.

—¡Hola, buenos días! Me gustaría pedir unas donas —dijo Minju, en un tono amigable, que no usaba tan a menudo.

La cajera, una chica de cabello corto y gafas, levantó la mirada hacia el rostro de Minju. Sus ojos se detuvieron un instante en su sonrisa, esa sonrisa seria pero innegablemente atractiva. Se ruborizó al instante, visiblemente nerviosa.

—B-buen día, jóvenes. Ahora estamos un poco abarrotados, pero pueden escoger de la cartilla y hacer un pedido para delivery si lo prefieren… —respondió la cajera con un tartamudeo.

Minju lanzó una mirada rápida a William antes de tomar la cartilla que la cajera le extendió. Las selecciones de donas eran impresionantes: glaseadas clásicas, rellenas de crema pastelera, de chocolate oscuro con virutas de caramelo, donas de arándanos con un toque ácido, y las más extravagantes como las cubiertas de matcha y las rellenas de dulce de leche, típicas de una tienda moderna que no se conformaba con lo básico. Había incluso una edición especial con decoraciones temáticas de estaciones del año.

—Tienen de todo... —murmuró Minju, pasando la cartilla a William para que echara un vistazo.

William la tomó, pero seguía en silencio. Aunque Minju no lo dijera, William sabía que esa pequeña acción, de haberlo detenido y llevado hasta el mostrador, era su manera de disculparse.

Dinastía: HerederosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora